Manuel Pérez Lourido
Nada más sentarme
Andaba yo por casa escuchando a los exquisitos, infravalorados y desaparecidos The Sound, cuando decidí incursionar en la nevera espoleado por un ataque demoledor de gusa, fiero y lúcido a la vez.
Fiero y lúcido yo también, arramblé con un solitario trozo de queso curado y lo degollé con un cuchillo allí mismo, sobre la encimera. Me procuré un trozo de pan, a modo de testigo del crimen y partícipe del mismo y estaba en plena acción engullidora cuando me asaltó una duda. Me vino a la cabeza una frase de una canción pero no lograba recordar esta ni a su autor. Eran solo tres palabras: "preparados, listos, ya", pronunciadas en la canción casi sin entonación alguna, como la frase amenazadora que esas tres piezas suelen generar cuando las juntamos.
No sé qué hacen el resto de los mortales, así en general, en la vida, me refiero; pero ahora sobre todo me refiero a que no sé qué hacen el resto de los mortales cuando son incapaces de recordar de qué canción proviene un trozo de la misma que les asalta de pronto la mente. A mí eso me destroza la existencia y las ganas de comer queso curado con pan. Tuve que calmarme de alguna forma y por eso me puse a escribir, algo que, cuando no me solivianta, me relaja sobremanera.
Nada más sentarme se me encendió una bombilla. Vieja, sí, solitaria en medio de un chamizo destartalado, sí, pero aún capaz de incandescencias. "El cuadro", de Sr Chinarro, uno de los cortes de "El fuego amigo". Un rictus de victoria se pintó en mi sonrisa o así me gustaría a mi que fuese, antes de comenzar a tararear el final del tema: "El nombre y el color del bañador / pobres descripciones para los niños perdidos / yo quiero ser igual, preparados, listos, ya / yo quiero ser igual, preparados, listos, ya".
No hay nada, absolutamente nada, como un poco de surrealismo para recuperar el orden del Universo.