Luis López Rodríguez
Hamude
La breve historia que viene a continuación sucedió en 2004, pero lo mismo podría haber sucedido en 2003, 2002, 1990, 1985, 2010, 2015 o pasado mañana; es una historia habitual, típica; brutal, pero cotidiana. A mí me la contó Hamude, su protagonista, pero en otras versiones podría llamarse Ibrahim, Omar, Mahmud o Samir, y en otras la historia tendría que ser referida por algún testigo y el protagonista habría muerto. Es una historia típica, pero nunca idéntica, una historia llena de caras y nombres propios que la hacen distinta en cada una de sus versiones.
Aunque esto le sucedió a Hamude cuando sólo tenía diez años, él ya había ido comprobando como el paisaje en torno a su pueblo iba cambiando cada cierto tiempo gracias a la aparición casi repentina de nuevas poblaciones, poblaciones con casas nuevas y tejados rojos, poblaciones que eran rematadas por vallas y hombres armados, poblaciones para las que se construían carreteras en las que el padre y los tíos de Hamude trabajaban, carreteras por los que Hamude, su padre y sus tíos nunca podrían circular y que llevaban a aquellas poblaciones en las que los tíos, el padre y el propio Hamude no podían entrar. Hamude vivía en un pequeño pueblo de Cisjordania, cerca de Jerusalén.
Como la mayoría de los niños a los diez años, Hamude iba a la escuela a diario. Para llegar hasta el colegio Hamude debía pasar por varias zonas controladas por el ejército israelí. Uno de esos días Hamude vio, como ya había visto otras veces, a un grupo de escolares lanzando piedras y gritando a los soldados que se fueran de su tierra. Por alguna razón (quizás porque había escuchado a su madre quejarse la noche anterior del trato recibido en el paso de Kalandia u otras historias similares que todavía resonaban en su cabeza) Hamude decidió unirse a las protestas. Después de un par de minutos lanzando piedras e improperios con igual desacierto, los soldados decidieron responder con una ráfaga de fuego real. En esa ocasión no se produjeron víctimas mortales, pero Hamude fue alcanzado en su rodilla izquierda. Lo que sucedió después no lo recuerda porque sufrió un desmayo, no obstante, la cojera que padece desde entonces no le permite olvidar el suceso.
Antes de venir a Europa, Hamude volvería a presenciar escenas como la que le afectó a él y otras mucho peores. La política de hechos consumados que practica el gobierno de Israel no ha variado desde entonces. No sólo no se ha devuelto ni un milímetro de tierra sino que los colonos judíos siguen construyendo nuevos asentamientos en territorio palestino y el ejército israelí sigue moviendo sus tropas para defenderlos.
Desde que me enteré de que E.E.U.U. tenía la intención de trasladar su embajada de Tel-Aviv a Jerusalén, me he acordado mucho de Hamude. Siempre me repetía que si Israel no se retiraba de los territorios ocupados (entre los que se encuentra Jerusalén Este) era porque contaba con el apoyo incondicional de los E.E.U.U.
Hamude volvió a Palestina hace dos años, supongo que habrá sido uno de esos miles de manifestantes a los que, según el ministro de interior israelí, se les dispara (60 muertos y más de 2.000 heridos) porque no hay cárceles suficientes para todos, porque, como también afirma el gobierno de Israel, esas mujeres, hombres y niños que piden volver de los campos de refugiados a las que fueran sus casas, son terroristas. Hamude sabía, antes de volver, que todavía tendrá que pasar mucho tiempo antes de que se reconozcan los derechos del pueblo palestino, pero me afirmó que no se cansaría de esperar, quizás recordando aquellas palabras del poeta Mahmud Darwish: <<Paciente infinito en un país donde todos viven sobre las brasas de la cólera>>.