Bernardo Sartier
Me gusta estar informado
Donde trabajo, un ordenanza ya jubilado, como cumplimentando un ritual adictivo leía todos los días el mismo periódico, un ejemplar de cuarenta años atrás. Tardé diez años en resolver el arcano, el porqué de aquella perseverante insistencia en las mismas noticias. La moción de censura (en adelante MC) es como la emoción del censor, porque el censor, fiscalizando, se ponía cachondo ante un plano de Agatha Lys. Luego, arrepentido, estampaba el censurado en las imágenes. En la MC el censurado segrega bilis y el censurante disfruta la erótica del poder alcanzable.
El PP no puede quejarse de la felonía del PNV. Primero porque un partido españolista pactando con un partido nacionalista representa la inocencia del crédulo corneado y, segundo, porque no se puede esperar mucho de un partido que tiene el pene en forma de uve. Por el PP fue Hernando el encargado de latigar a todo cristo. Hernando es ese portavoz que recién estrenado cargo llamaba a la mierda caca. A la mierda conviene llamarle por su nombre porque la caca es el eufemismo cursi del paleto urbano, de la señorona peinetera y misal que de ese modo se refiere a lo que su nietecito expele por el ano.
Hernando se hizo mayor y dejó de llamar a la mierda caca. Ganó en astucia y preguntado capciosamente comenzó a contestar que era de Murcia. Incluso se permitió alguna cita ingeniosa: Garzón es un payaso ilustrado, o sea Leo Bassi pero con toga y puñetas.
En la MC participó Pablo Iglesias, que tiene un enorme programa de gobierno: retirarle la medalla a Billy el niño. Pablo es un vecino de Vallecas que comienza a emocionarse demasiado joven (Fraga lloraba de anciano). Embarazado de gemelos y un chalé, se afana en limpiar la política nacional. La piscina la limpia con hipoclorito. A veces, Pablo consulta a las bases, principalmente si sabe que le van a dar la razón. Junqueras, ese catalán republicano que confundió la Constitución con el folleto de los Maios de Campañó, siguió la MC desde la cárcel. Sano sanote, Oriol redime condena limpiando cristales en Estremera. Dicen que en la soledad claustral de la trena hace versos: “La ajarró por el fendello/la chimpó por la ventana/y allí entre malos olores/la pobre estiró la pata”. Oriol anda quejoso con Puigdemont, que no contactó con él ni con su familia. O sea que no tiene quien le escriba pero sí quien le visite porque los indepes peregrinan a Estremera y en vez de concha de vieira llevan del cuello un caganer, que es el suvenir pascual y prefe de la Cataluña soberanista. La devoción del independentismo catalán por cagar de campo merece un estudio sociológico (A lo mejor me animo, que algo sé del asunto).
En la moción, Rivera repartió y le repartieron. Conocido por sus detractores como Naranjito, Rivera fundó un partido de opinable flotabilidad: tanto escora a la socialdemocracia encíclica como al neoliberalismo patriótico y forofo, quizá para que no le roben el centro. Rivera hiperventila al flamear la bandera española y alcanza el clímax cuando Marta Sánchez lolololea el himno. De Rivera dicen que su postura sexual favorita no es el 69, sino el 155. Y qué me dicen de Pedro, el censurante. Pedro es el Secretario General del Partido Socialista Obrero Español, más español desde que la demoscopia expide a los tibios con el independentismo salvoconductos al infierno electoral. Dicen que es de sólidos principios ideológicos, pero si no les gustan tiene otros.
Pedro pasea su mandíbula de superhéroe entre las bases mientras su cerebro, ansioso por salir por primera vez de marcha, le impele a una presidencia del gobierno que es como perder el virgo en un botellón. Le reprochan su volubilidad. Que puede acostarse como látigo de Torra y levantarse compartiendo con su partido el piñón de la moción de censura, o desayunar nombrando a Borrell y merendar como el político viva la virgen que acercará los presos golpistas a Catalonia. Alber, Pablo, Pedro, Rafael, Oriol. Todos enternecedores. Pero ninguno como Tardá. Nadie como él destrozando, amorosamente, la sintaxis de un discurso político; coceando, con delectación artesanal, la música oratoria. Buen rapaz pero trabucándose constantemente en la expresión. Cosa del bigote, quizá, esa especie de zapatilla en la boca. Pese a todo, Tardá enamora: Saben aquel que diu que va un catalán por Madrid y pregunta a “cuan va la uva” y le contesta el frutero “Balam Bambu”.
Y por fin el censurado. Rajoy recuerda a Nixon. Corneados ambos al margen del electorado, la Gürtel fue su Watergate. Pero seamos sinceros. Técnicamente, constitucionalmente una sentencia no firme que no afecta a miembro alguno del gobierno no es razón para la MC. Lo serían los contratos laborales de mierda, el folleto informando de un incremento de las pensiones que era como un lapo en la jeta de los jubilados o una compra de votos a los vascos para infraestructuras que se negaban a Galicia. Eso sí eran razones para la MC. Decía Nixon que no se vota por amor al partido propio sino por odio al antagonista. Tenía razón. En la MC pasó esto. Hasta en la forma de irse recuerda Mariano a Nixon. Antes de coger el helicóptero que lo voló a la historia, Nixon reconoció haber cometido errores, y sentenció: pero si piensan que voy a arrastrarme por el suelo implorando su perdón, ya les digo que nunca ¡jamás!.
El nunca jamás de Rajoy es enmendar los presupuestos. La moción y sus protas llenaron los medios y, sin embargo, tengo el déjà vu telepático de estar frente al rugiente león de la Metro, la peli que ya vi. Ah, tenía que contarles qué me contestó el ordenanza cuando pregunté por qué carajo leía todos los días el mismo ejemplar de periódico. Me gusta estar informado, dijo.