Bernardo Sartier
El polvo del conejo
Mientras a Urdangarín le prepara instituciones penitenciarias el pijama de rayas, él a lo suyo, que es hacer deporte. Urdangarín es un sportman infantiloide, ese mangallón crecidito que sale flechado mientras olvida en casa uno de sus lóbulos cerebrales. Hombretón aferrado a la bici que se resiste a crecer, Felipe le retiró el ducado de Palma, la palma y la rosca de ramos, que es como si a mí me revocan el condado de Chandebrito. Además, la lápida que bajaron de su carrer era propia de San Mauro y no de una calle, con lo que más que agravio albricias. Le quedó entre el pueblo a Urdanga el título de Duque Empalmado, o sea el oropel del vigor varonil, de la erección molona pero confusa.
A un amigo mío, en Riscal, se le metió una madrugada en el coche un travestí y, tras sobarle el paquete (no se asusten) exclamó admirado esto no es un rabo, es un termo. Por mi madre. Urdanga ya tiene plan para la trena, bici estática, abdominales y patio. Lo de Urdanga quedó solapado por la Huerta de Máxim, que llego a lo público vestido de comunión y ahora ya sabe que la política es una profesión de alto riesgo. Sin silicosis ni amianto pero con el microscopio sobre los tuits y el IRPF. Máxim fue como el polvo del conejo, tan breve que solo puede equiparase a la segunda república catalana, que duró apenas diez segundos, los que mediaron entre su proclamación y su suspensión. Bueno, quizá pueda comparársele el regreso de Lopetegui, eliminado del mundial antes del primer partido. El incumplimiento contractual es hacer un lopetegui. Máxim habla de jauría y tiene razón, solo que le falta hablar de la suma de las canceiras progres de España que ladraron al PP hasta el ensordecimiento. El que a hierro mata…Pero volvamos a Urdanga.
Entre beneficios penitenciarios, progresiones en grado y buen comportamiento en un par de años lo tenemos cambiando de piñón por el Arenal palmesano mientras un insersero gallego lo alienta con retranca en su contra reloj: Chaval, chaval, apreta o cú e dalle ao pedal. A su señora la condenan por partícipe a título lucrativo y hay que plantearle una moción de censura a Cristina de Borbón, porque al PP se la hicieron por lo mismo. Dicen que Urdanga consulta ahora a Rosalía Iglesias, la otrora telefonista de Génova (PP, digamé) para que le explique cómo logró eludir el caldero. Iglesias dijo al tribunal sentenciador que si entraba con su marido ya entre rejas, su hijo se iba a quedar -pobriño- huerfanito, como Marco en su humilde morada, y que entonces la tristeza iba a llegar a su corazón porque tendría que partir hacia la reclusión: "No te vayas mamá/ no te alejes de mí/adiós mamá/pensaré mucho en ti/no te olvides mamá/que aquí tienes tu hogar/si no vuelves pronto iré/a buscarte donde estés/no me importa dónde vayas/te encontraré".
No sé yo si el hijo de Rosalía recuerda a Marco, porque dicen que está crecidito y lo adorna una profusa pelambrera en la cojonera, o sea que se acerca más a Godzilla. Las excusas para aplazar la trena son de casuística infinita. Desde el dolor de tripita hasta el esguince de ovario pasando por renunciar a la política, que es lo que hicieron los indepes catalanes para seguir tronchando cubiertos contra las hamburguesas españolas. Rosalía sabía que, si entraba, una calé o una merchera le obligarían a lavar las bragas de todas las reclusas, y eso es labor de fámula. Rosalía tenía una empleada de hogar dominicana de cofia y delantal, muy hacendosa, que le permitía hacerse la uñas, echarse mechas y limpiarse el cutis.
La columna era hasta aquí intrascendente. Me pondré serio. Unos meses antes de abdicar, Juan Carlos I dijo que los reyes no abdicaban porque mueren reinando. Qué pasó para que, poco después, sus actos desmintiesen sus palabras. Fácil. Las llamas del caso Noos comenzaban a fundir su corona y el propio régimen del 78. Por eso se fue como se va el entrenador que sabe que, si continúa con la confianza perdida de sus futbolistas y su presidente, pone en riesgo la estabilidad del club. Por eso me inspiran un cierto repelús analistas de tres al cuarto y tertulianos subvencionados que sostienen que la condena a Urdanga es prueba del correcto funcionamiento del sistema. Jamás. Si ese ordenamiento funcionase como dios manda, consentiría sentar en el banquillo al Jefe del Estado anterior como testigo o como imputado, que era la idea del juez Castro. Para eliminar dudas. Y arrumbaría, de paso, con un instituto tan retrógrado como la inviolabilidad de la figura del monarca. Que, sobra decirlo, debería someterse a ley procesal como todo cristo. O sea que la mandanga del Urdanga prueba del nueve del perfecto funcionamiento de nuestro sistema, ni jarto de vino lo creo.
En todo caso evidencia de su imperfección. Solo cretinos dichosos que dejaron de contar la verdad cuando el periodismo se hizo negocio pueden sostener tal enormidad. Claro que Urdanga incurrió en delitos. Pero también fue la cabeza de turco que distrajo la atención de las trapacerías de otros. Un techo insalvable que impidió capilarizar la responsabilidad hacia más arriba.