Kabalcanty
Encuentro entre dos poetas
(Con gratitude e cariño polo meu amigo Alexander Vórtice)
Acaso sea la desorientación lo que albergan los poetas en estos tiempos en los que prima el relumbre del plástico y la palabra dulce para que no falte de nada y así poder conducir un Jaguar metalizado y habitar un chalé con piscina olímpica y microclima en ese invernadero repleto de plantas tropicales.
A los poetas les quedan las ganas de contar, de charlar, de soñar con tiempos propicios, lo mismo que el desempleado duerme pensando que la combinación ganadora de la Lotería es la misma que la Fortuna le chistó anteayer.
Los tiempos son los que nos tocaron y capearlos, de la forma más digna y humana, es misión primordial de los que sobreviven.
De tal manera el poeta AV y el poeta K se encontraron después de años imaginándose a través de una pantalla de ordenador. Sus versos, sus escritos, sus avatares, les comunicaban a cientos de kilómetros y endulzaban sus días con el sabroso regusto de la emoción. Sentían respeto y admiración el uno por el otro al tiempo que engrandecían sus nombres en encendidas defensas mutuas. Sus poemas recorrían la distancia y regresaban ungidos del abrazo de cada uno de ellos.
Un día se conocieron físicamente. Era verano en una ciudad que concibe esa estación como la exaltación de las calles y el desenfreno de la fanfarria cuanto más sonora mejor. Desde luego a nadie le importó un pimiento que esos dos poetas se abrazaran y celebraran su deseado encuentro, más que nada porque el ruido alrededor era estruendoso e, indefectiblemente, monocorde.
Caminaron poco y se excusaron por el calor reinante, sin embargo no era cierto porque si algo suele caracterizar a los bardos es su tenaz lucha contra la vida saludable. Pesados como Falete después de ir a un buffet libre, ponen tantas excusas a sus cuerpos que estos terminan cediendo y hasta reconociendo que lo saludable es cosa de los demás.
Se sentaron en una plaza ajardinada con plantas adornadas de contaminación y gusto macarrónicochic. Pidieron cervezas por jarras, prendieron sus cigarrillos y fue entonces cuando se reconocieron.
AV era robusto, como buen chicarrón del norte, de mirada franca, cutis tupido por una barba de un par de días y un exquisito acento autóctono que bañaba las palabras con fragancia marítima; bien podría haber sido un pescador que buscaba su barca encallada en el desierto de la ciudad.
K era barrigón, de rostro largo y unas patillas a lo Luis Candelas que florecían en contraste con una calva oronda que ocultaba bajo un sombrero de paja. Bajo sus ojos se descolgaban unas bolsas delatoras de cansancio y años, evidenciando los veinte años que le separaban de la edad de su colega; podría haber sido un turista de medio pelo (nunca mejor dicho) que esperaba la hora de la cena en el hostal.
— Tanto tiempo esperando este día, K
Dijo el poeta AV con un falso bigote de espuma de cerveza.
— Pero mereció esperar -contestó el otro notando cómo el sudor lo chupaba el ajuste del sombrero- Siempre una espera prolongada, entiéndeme, sin agobio, redobla el esplendor del encuentro.
Les gustaba escucharse, tal y como les complace a todos los vates, y examinar los gestos del otro para cerciorarse que lo esperado era de carne y hueso. Apenas había pausas y pasaban de hablar de Kafka a hablar de la selección española de fútbol, de los versos de Bunbury al esperpento de Rajoy, o de lo exagerado del capitalismo actual a los males del tabaco, mientras fumaban compulsivamente; incluso conversaron sobre la existencia de Dios y la inexistencia del humanitarismo.
El poeta K, que era quien recibía en la ciudad a su estimado compadre, tuvo un inevitable momento nostálgico cuando el camarero les cambiaba las jarras de cerveza vacías por otras endiabladamente doradas y veteadas de escarcha.
— Mira esas pretenciosas columnas detrás de ti -le dijo K, mirando codicioso la jarra reciente.
Unas ostentosos pilares, repintados de forma disparatada, cobijaban una tienda de electrónica con letreros chillones que te maldecían por no entrar a comprar.
— Eso era el cine Madrid, antiguamente Frontón Central, luego Gran Kursaal, después Teatro Madrid y, antes de su muerte, salas de minicines. Joder.
AV rio con su sonrisa bonachona.
— Y ahora Media Mark...... para seguir la tradición-dijo el poeta AV hilarante.
Terminaron riendo los dos al tiempo que se sacudían amigablemente los hombros.
— Tal vez la poesía -dijo AV, con la sonrisa todavía pintada en sus labios- sea sólo nostalgia por lo perdido y por lo que deseamos alcanzar.
— Puede. -dijo K, apurando su pitillo- O también este encuentro lleno de magia y de matices bien puede ser poema. Quien coño sabe.
Se activaba la noche detrás de la fila de edificios con ambición de rascacielos. La herida del sol era apenas un foco amargo que se iba emborronando de salpicaduras negras. La calle seguía su actividad vocinglera y su barahúnda de olores y sabores que se desparramaban sobre asfalto y aceras sin consideración alguna.
Fueron caminando despaciosos, sabedores que los finales son obras de arte por acabar que dormitan en el cuarto del artista para ese último retoque que nunca cuaja definitivo. Ya sin fumar, sin beber cerveza, envueltos en las primeras sombras de la noche, dirigiéndose al hotel donde se alojaba el poeta AV.
— Fue un placer conocerte, amigo K
Dijo más serio de lo habitual pero disimulándolo con sus palabras resonando sinceridad y agua salada.
— Encantado, amigo, seguro que nos volveremos a ver.
Contestó K, sintiendo esa cercanía que desbarataba su atávica soledad.