Beatriz Suárez-Vence Castro
De los muertos sin memoria
Yo tenía 25 años cuando asesinaron a Miguel Ángel Blanco. Recuerdo aquellos días, sensible todavía a lo aprendido en la facultad de Derecho, como un chantaje al Estado sin precedentes, como algo que no podía estar sucediendo.
El secuestro y asesinato del concejal de Ermua lo vivimos todos, y todos morimos un poco el día que ETA lo ejecutó.
Con él se murió la parte inocente de nosotros, la que tenía una idea de Justicia igual para todos, de que un asesinato premeditado nunca puede ser perdonado y olvidado; la asunción de que un Estado de Derecho es algo sólido a prueba de violencia, que ha de tener los mecanismos legales para defenderse cuando le atacan en algo tan suyo como un miembro inocente de su comunidad.
Inocente porque el único número de la lotería que jugaba Miguel Ángel en la suerte de la banda terrorista, era ser de un partido que la organización aborrecía. Joven, inteligente y con un gran futuro por delante. Suponía un estorbo y, al mismo tiempo, un objetivo mediático ideal para hacer temblar los cimientos de un Estado plural y democrático que la banda armada no reconocía y que Miguel Ángel representaba.
Veintiún años después de aquel envite al Estado cuyo funesto final nos revolvió las entrañas a todos los que creemos que cualquier negociación no puede estar teñida de sangre, Miguel Ángel es un muerto con memoria.
A pesar de que la Memoria Histórica solo recuerde a los muertos caídos en la resistencia antifranquista. A pesar de que el nuevo gobierno sin urnas decida que los terroristas son presos políticos, Miguel Ángel sigue vivo en otra memoria mucho menos selectiva: la de aquellos a los que su secuestro nos mantuvo en vilo y cuyo asesinato hizo enmudecer de rabia y de dolor.
Nada tendría contra la Ley de Memoria Histórica si de verdad recordase a los muertos de ambos bandos, porque en una guerra sufren todos. Y la sangre brota en todas las heridas igual de roja. No entiendo el sectarismo ni las justificaciones históricas cuando se trata de muertos.
No comprendo una historia que se cuenta sesgada, solo desde un bando. Hubo muertos entre los contrarios al régimen y los hubo entre los afines. En una Dictadura se cometen, igual que en una guerra, las mayores atrocidades.
Nadie que se considere demócrata puede no estar de acuerdo en que todo el mundo pueda enterrar a sus muertos. Ni siquiera a un animal se le mata a sangre fría en una cuneta o contra una pared y nadie que tenga entrañas, sea o no tiempo de guerra, deja de horrorizarse por ello.
Es humano recordar a unos muertos más que a otros según nuestras afinidades políticas o afectivas. Es humano pero no es justo. Y en un Estado de Derecho debe prevalecer siempre la idea de Justicia.
No hay muertos de primera y de segunda categoría porque no hay asesinatos justificables en nombre de nada. Tampoco en nombre de un pueblo, el vasco, que sufrió ciertamente la represión franquista. Como la sufrieron otros muchos que no respondieron a ella matando inocentes.
¿Por qué siempre que se recuerda a los muertos por terrorismo etarra se habla de utilización de las víctimas y sin embargo cuando recordamos a los muertos del Régimen se habla de memoria?
Las familias de los muertos por ETA no son marionetas que se dejen utilizar. Son personas que han sufrido la muerte violenta de un familiar igual que aquellos que se reúnen por la Ley de Memoria Histórica. A ambos se les han arrebatado sus derechos más elementales en nombre de una idea política.
En España, el país de la gran zanja al modo Astérix, que nos divide entre derecha e izquierda, los muertos tienen colores y categorías.
Si hablamos de Memoria Histórica solo la merecen los" rojos" porque eran la resistencia a Franco. Todos aquellos que muriesen por odio que es, al fin y al cabo lo único que trae una guerra o una dictadura, no cuentan. Los curas, o los civiles católicos, muchos de ellos situados del lado izquierdo , no se recuerdan porque la Iglesia estaba de parte del régimen y, para la izquierda más radical, una sotana o una medalla colgando del cuello significan más que una persona.
Los Guardias Civiles siguen soportando en la actualidad el peso de haber sido en su momento "los grises", sin recordar que las casas cuartel, con niños dentro, fueron durante mucho tiempo el objetivo preferido de los comandos terroristas.
Igual que la derecha más rancia se cree en el derecho de gritar consignas fascistas en una manifestación de apoyo a la Memoria Histórica, la izquierda más rabiosa se otorga a sí misma el de gritar "gora ETA" en otra concentración solidaria con las víctimas del terrorismo. Lo hacen en nombre de una Libertad de Expresión que nunca como ahora, ha estado tan salvajemente prostituida por unos y otros.
Llamar a los terroristas con delitos de sangre presos políticos y querer otorgarles derechos como el de acercamiento a las cárceles que soliciten es como haber nombrado a Franco en su momento Caudillo por la Gracia de Dios y levantarle un monumento: un insulto a la inteligencia y al corazón de los que no olvidamos.
De los que no olvidamos a ningún muerto, sin discriminación posible.