Bernardo Sartier
Franco ¿Un cadáver exquisito?
A España hay que sentarla en el diván del sicoanalista. Doctor, quería haber acabado con Franco cuando vivía, como los rumanos con Ceaucescu. Pero no tuve huevos. Ahora vivo obsesionada con su cadáver. No se preocupe, España. Ese tipo de obsesiones son frecuentes en la adolescencia. Deje pasar el tiempo. Crezca. Verá como se cura.
Por la red rula un chiste: Paco, calienta que sales. Y Franco corretea por la banda antes de irse al panteón del Pardo.
Franco no es el problema de España. El problema de España es que está gobernada por niños. El niño es un alquimista de líos. Los inventa. Quién se lo reprocha. Es su naturaleza.
Casado es un niño y Sánchez otro. Ambos se apostaron en el escaparate ansiando su juguete favorito, presidir algo. Lo lograron respondiendo a una oferta de trabajo: Se busca líder joven y guapo. Se valorarán muy especialmente tesis desaparecidas o másteres de dudosa procedencia. Irrelevante formación y experiencia. Por supuesto el despertar fue húmedo. Utilizo aquí la niñez como metáfora de la falta de tablas.
Teodoro García, Secretario General de Casado, infante también, fue en el 2008 campeón del mundo de lanzamiento de hueso de aceituna, diecinueve metros. Si va Trump barre. Porque Trump no lanza, escupe. Lapo masivo cuando verbaliza su American first: sulfata tanto que podría mandar el hueso al quinto carallo.
Del mal del sulfate padecía también un insigne profesor pontevedrés. Cuando se acercaba para explicarnos a Quevedo sus alumnos ansiábamos la protección de la marquesina del Trole. Empapados volvíamos a casa. Hijo mío, qué te ha pasado, si hoy hace sol. Nada, mami. Es que Don…me ha explicado a Quevedo. Y entonces mamá suspiraba mirándome con condescendencia mientras pensaba que su retoño había salido a aquel primo suyo, medio parvo, y que no iba a hacer carrera en la puta vida. El mismo éxito le espera al procedimiento para destapar la topera de Franco.
Paquiño Pantanos (o Paca la culona, en mote malévolo de Queipo) tuvo que ser un tipo de considerables proporciones históricas cuando, cuarenta y tres años después de haberla pateado, su enterramiento sigue constituyendo caladero en que lanzar el aparejo electoral. Pensiones exiguas, contratos de mierda, estructura territorial y administrativa hecha unos zorros, reforma electoral o inmigración merecen prioritaria atención que el cubículo en que depositamos los huesos de un viejo cadáver/cadáver viejo. Pero a falta de mayorías, ay carallo, siempre quedará un Franco que llevarnos al engañabobos electoral. Me recuerda, este enamoramiento intenso y perseverado de esta gaseosa gauche divine al de Alida Valli de su amado Harry Line en El tercer hombre: nunca volvería con él, jamás, pero no logro sacármelo de la cabeza.
Le pasa lo mismo a Sánchez y a los podemitas de chalé serrano: nunca se dejarían gobernar por Franco, pero no pueden arrancárselo del hipotálamo.
Malo cuando una obsesión se agarra a la quijotera. Le pasó a Pablo Iglesias con Rajoy. Pablo vivía por y para Rajoy porque siempre hay quien vive para cargarse algo o a alguien (Chapman a Lenon u Otegui el diccionario). Y una vez que Mariano pasó a mejor vida, en el estricto sentido del término porque Mariano ahora se va de chiringuitos por Bueu, Pablo se quedó mudo, como si lle comera a lingua o jato. O sea que el debate no es si desenterramos a Franco y dónde lo ubicamos (sus cenizas pueden entregarse a su familia y si las rehúsan darles el destino que se les da a otras).
El debate es la certitud acerca de su cadáver: exquisito o no. Porque a Paquiño lo llenaron de química para mantenerlo no muerto mientras su yerno, el marqués de Villaverde, inmortalizaba su agónica premoriencia con una Canon. Luego volvieron a inyectarle química para embalsamarlo, conque a estas alturas Franco debe parecerse más a la momia de un jefe de laboratorio hospitalario que a un general amortajado con traje de gala. Claro que también hay momias andantes, vivientes y jodientes, verbigracia Quim Torra, que amén de cara de Tutankamón reseso y diminutivo de dibujante de banda diseñada, tiene por apellido la onomatopeya de la ventosidad expelida por el ano de un megaterio. De Torra, lo mejor es la ingente obra de gobierno que lo adorna como president: una norma sobre la leche cruda. Torra acaba de visitar la flamante casa de la República en Waterloo.
Resulta curioso que el topónimo elegido para ubicar tan magna institución comience por el cacofónico váter. Deseo de corazón que la Casa de la República no se convierta en un retrete. O en la casa de la collona, que todo se andará.
En España hay ejemplos históricos de peregrinaciones cadavéricas que se convirtieron en verdaderos espectáculos, Juana la Loca con Felipe el Hermoso Castilla adelante o José Antonio Primo de Rivera, a hombros de sus correligionarios, de Alicante a Madrid. Me temo que no va a ser el caso de Franco, que será desenterrado con nocturnidad en evitación de incidentes. Curioso país.
Recuerdo en el General Eléctrica la capilla ardiente de Franco. Ante su catafalco se cuadró un fulano con mono azul de mecánico y saludó militarmente. Se lo llevaron porque iba hasta las trancas de chinchón. Poco después, a ese mismo que se ponía marcialmente a las órdenes de un cadáver le faltaban piernas para correr por Madrid tras el féretro de Tierno Galván, antagonista acérrimo del Caudillo.
Seamos coherentes. La figura de Franco hay que situarla en su justo contexto histórico. O sea, General africanista, católico y visceralmente anticomunista que tras un golpe de Estado ejerció, en la primera parte de su mandato, una intensa represión de derechos y libertades políticas para, a partir de ahí, dormitar mientras gozaba de un amplio apoyo social y dejaba hacer a los tecnócratas, que situaron a España en el puesto doce de entre los países más prósperos del mundo (por cierto, en el quince lo ubica ahora el FMI).
Conviene no olvidarlo porque aquí, salvo los maquis, cuatro universitarios bizarros y tres sindicalistas con mucha dignidad, que le plantaron cara y lo pagaron con la cárcel o el paredón, el pueblo salía a vitorearlo cuando aún se paseaba por España. Su foto del 69 (ayer) en las escaleras de la Diputación aún podría avergonzar a más de uno. O sea que como no hay ápice de valentía en desenterrar un cadáver al que fuimos incapaces de quitar del medio en vida -el recurso al tiranicidio y tal-, mejor quedarnos en el estudio de su figura.
En las causas de su irrupción histórica y en su evolución política posterior. Incluyendo, cómo no, reproches concretos, como el fusilamiento de José Humberto Baena Alonso en el 75, cuando el régimen caía a pedazos y Franco se negó a cogerle el teléfono al Pablo VI, que de madrugada pretendía pedir clemencia para él. Soy nieto de un represaliado, José Sartier Vázquez. E hijo de quien sufrió esas consecuencias viviendo la peor infancia posible en un hospicio franquista de postguerra. Desde esa legitimidad, con absoluta sinceridad: dónde ubicamos la mojama de Franco me importa un carajo.