Kabalcanty
Recurso humano
Seguían encendidas las luces de las farolas iluminando su figura en un banco del parque. Madrugó ese día más de lo corriente con la intención de madurar su decisión con las primeras luces del amanecer. Sabía del riesgo como sabía lo que iban a decirle pero su necesidad se había hecho piedra en él. Mientras fumaba pensaba una y otra vez sobre lo mismo mirando los bultos de los indigentes enrollados entre cartones y mantas viejas. ¿Habrán pasado ellos este miedo?, se decía, observando el dormir tranquilo de esa hilera de hombres y mujeres que abarrotaba los bancos del parque; junto a algunos, algún perro levantaba la cabeza observándole con desconfianza.
La sirena de La Fábrica 3 sonó a menos cuarto en punto e hizo que algunos de los indigentes se dieran media vuelta y otros se desperezaran incorporándose sobre los bancos. Agustín C tensó los músculos de su mentón al ajustarse la gorra e iniciar el camino a su trabajo. Tiró con rabia la colilla de su cigarrillo entre el aligustre y esta se quedó prendida entre las hojillas verdes, humeando todavía, como una boca de volcán extinguiéndose.
Tal y cómo solicitó un mes antes, ese día comenzaría su turno una hora más tarde ya que le esperaba a primera hora la responsable de Recursos Humanos para tratar el tema que apenas le dejó dormir en los últimos días y que le impulsó a madrugar sobremanera esa misma jornada.
Rosalinda Vázquez le abrió la puerta de su despacho con una sonrisa destellante que abarcaba los límites de su chupado rostro. Tenía un moreno brillante que lucía al ras de la manga corta de su vestido y resaltaba en su cuello entre las cuentas blancas de su collar.
— Compañero C, pasa por favor.-dijo posándole una mano ligera sobre el hombro- Veo tu expediente en un momento y nos ponemos a ello. Bonito día vamos a tener hoy; tendremos sol y entre 23 y 25 grados. ¡Genial!
Agustín C se sentó con retraimiento en una silla frente al escritorio y juntó sus manos, apoyadas sobre sus muslos, mientras la veía trajinar con el ordenador.
Se fijó en el ventanal, generoso, insonorizado, con vistas a la avenida que partía en dos el parque donde hacía unos minutos él meditaba nervioso. La limpieza de la estancia era minuciosa, esmerada, con tan sólo una juguetona bola de polen que recorría liviana junto al rodapié a un lado de Rosalinda.
— Bien, –dijo por fin sacudiendo con gracia su media melena- tu solicitud está perfectamente rellenada y es concisa, compañero C.
Agustín C asintió y sintió cómo el rubor le encendía las orejas, lo cual le turbó y le hizo desviar los ojos de ella.
— Bueno, ya sabes que los cánones han cambiado bastante en estos tiempos y, sobre todo, para los trabajadores tipo C –comenzó a decir ella revistiéndose con un gesto más serio, más profesional- Se han derogado supuestos derechos de este tipo de trabajadores con el fin de mejorar la comunidad asalariada; la crisis, ya sabes, evidenció que ciertas prácticas laborales no eran las indicadas para afrontar con solvencia el futuro……..
Agustín C se iba diluyendo entre las palabras. El temor a perder su trabajo, habida cuenta de que perderlo por una exigencia injustificada supondría la exclusión por años en la bolsa de trabajo comunitario, luchaba intrínsecamente con sus ganas de viajar al Norte y poder ver a su madre y a ese sobrino de dos meses que le comunicó por wassap, fotos incluidas, su hermana. Lo cierto es que sentía nostalgia de su familia perdido entre trabajo y soledad en una ciudad que parecía no conocer a nadie. Se imaginaba zarandeando al sobrino rodeado de cariño y empatía. ¿Era algo improcedente pedir unos días de vacaciones? En el desvelo de las últimas noches se convenció de que no, que no era nada ilícito.
— …….. según la ley consensuada 38561/29 un trabajador tipo C tiene asignadas 1248 horas de asueto total/año, no pudiendo nunca ser disfrutadas en fracciones de más de 48 horas. Creo que esto aclara toda duda, compañero C.
Rosalinda Vázquez esperaba, girando un bolígrafo estiloso entre los dedos, la respuesta de él.
— Desde luego que eres libre y puedes cogerte por tu cuenta esos días, pero…..bueno, ya sabes……
— La exclusión de la bolsa de trabajo comunitario, ya –apostilló él en voz baja.
Rosalinda extendió los brazos encogiéndose de hombros.
— Hay que adaptarse a los nuevos tiempos, compañero C.
Terminó diciendo mientras se levantaba y daba por concluida la entrevista.
Agustín C caminó lentamente hasta la puerta de La Fábrica 3. Notaba cómo los músculos se le iban destensando y las orejas tomando el color sonrosado de costumbre. Se detuvo junto a la garita de vigilante de seguridad. A su derecha se erigía el túnel por el que se accedía a su puesto laboral como sellador de paneles tipo B84, frente a él, a través de la verja que manejaba el vigilante, una algarabía de indigentes festejaba la luz solar en torno a un fuego de camping que humeaba café. La Fábrica 3 una mole metalizada e inteligentemente silenciosa y pulcra con los filtros purificadores anulando gases nocivos para la atmósfera; el parque bullicioso, variopinto, repleto de cartones como camastros míseros, vigilado a distancia por un par de tanquetas policiales.
Agustín C se acercó al vigilante y le dijo algo con cortedad.
El vigilante le escudriñó de arribabajo unos instantes y, con un ademán indolente, pulsó el botón que abría la verja.
Cuando Agustín C cruzó la divisoria consultó la hora en su teléfono móvil. El que todavía tuviera tiempo suficiente para coger el tren hacia el Norte le hizo sonreír hasta el punto de escapársele una rotunda carcajada que hizo inquietarse al interior de la más próxima de las tanquetas policiales.