Manuel Pérez Lourido
Másters, pesadillas y galletas dinosaurio
Tal vez una noche te despiertes en medio de Septiembre y de un calor insoportable. Te levantas cual zombie para huir de una pesadilla en la que tenías que comparecer en una rueda de prensa. Te veías obligado a dar explicaciones sobre un presunto master que jamás habías cursado puesto que había sido un obsequio de una universidad que tenía el nombre de un monarca. Además, te hallabas atacado por un hambruna inimaginable que tomaba la caprichosa forma del deseo de ingerir galletas. Te habías convertido en Triki, el monstruo por excelencia y, ya en la cocina de tu vivienda, lo único que hallabas eran las míticas y resilentes galletas dinosaurio. Por fin ibas a gustar aquel capricho de todo tipo de niños y jóvenes, impulsado por el agujero negro que había en tu estómago y por un antojo difícil de explicar. Mientras dabas cuenta de aquellos extinguidos animales con forma de galleta, o tal vez viceversa, las imágenes de la pesadía volvían a tu mente.
En lugar de confesar y pedir perdón y asegurar que aquello no volvería a suceder jamás, lo que hacías era retorcer los hechos hasta exprimir alguna frase que tuviese que ver con ellos y no fuese una falacia absoluta. Te parapetabas en el hecho de que tú no habías pedido el cohecho. O lo que fuera. A ti la universidad te había suministrado un trato de favor by the face, sin mediar coacción, soborno o amenaza por tu parte, de modo que eras inocente de algo de lo que no se te acusaba. Solo se te echaba en cara la falsedad de tu titulación, que había sido obtenido sin mérito alguno por tu parte, no tu intervención activa en aquella farsa. La palabra dimisión rondaba como un jubilado dando paseos arriba y abajo en aquella escena, las manos cruzadas tras la espalda. Tu mente procesaba el pasado vertiginosamente en busca de algún episodio de robo de objetos en un supermercado lo malograse todo. Venía a tu memoria cierta bolsa de pipas que habías sustraído en la infancia. El calor se hacía insoportable y sudabas tinta china, como suele decirse (porque suelen decirse muchas tonterías). Varios pensamientos lograban fijarse en medio de una maraña de ideas, todas pesimistas, todas reptando fuera de la realidad en un desaforado intento por huir hacia adelante. Uno de ellos era que el nombre de aquella universidad que despachaba fraudes como golosinas en un quiosco de pueblo, en lugar de arrojar (aún más) al fango el recuerdo de aquel rey, lo que hacía era obrar una suerte de justicia poética. Otro era que no había mejor retrato de uno de los peores males que acuciaba a nuestro país que todo aquello que estaba sucediendo. Y este llevaba uno asociado que relacionaba los conceptos "resto del mundo" y la palabra "hazmerreir". Es lo que tienen las pesadillas, que a veces arrojan más luz que la propia realidad, puesto que esta tendemos a pintarla del color que más nos conviene.
Al final, como siempre, todo termina de un modo u otro. La noche llega a su fin y la vida continúa.
Por cierto, tanto poco son para tanto las dichosas galletas dinosaurio.