Manuel Pérez Lourido
Tiempo de camaleones
El gobierno que preside Pedro Sánchez ha cogido un poco de aire en los últimos tiempos. Tras una vorágine de decisiones que eran corregidas o desmentidas al día siguiente y se alternaban con dimisiones o ceses de ministros, las cosas ahora parecen más tranquilas. Parecen. Las cosas son todo lo que rodea a lo que realmente constituye el meollo, que es, a saber: el conflicto catalán, los presupuestos generales del Estado, las medidas a tomar en cuanto a gestión de la educación, la sanidad y las pensiones... temas en los que hallará críticas por parte de Unidos Podemos y otras críticas de signo contrario por parte del Partido Popular y de Ciudadanos.
Los pobres muchachos y muchachas de Sánchez siguen viendo como el gobierno de la Generalitat le presta más atención a seguir manteniendo esa especie de Matrix en el que viven o quieren vivir (y quieren hacer vivir a los demás) en lugar de preocuparse de los problemas reales del país. Están más preocupados en el delirio y en que las elecciones cojan al electorado delirando a base de bien que en otra cosa.
En el atrabiliario y alucinógeno ecosistema político ha surgido un nuevo especimen con vocación de balón de oxígeno para el PSOE llamado Vox. Es evidente que el mayor caladero de votos de la nueva formación lo hallará entre los descontentos populares y los decepcionados ciudadanos. Puede que algún joven airado (y despistado) de la formación podemita también pesquen, pero pocos. Si el voto de la derecha se reparte entre tres, a poco que la entente PSOE- Unidos Podemos lo haga medio bien (o sea, le pille un repunte económico favorable y no la cague con chorradas) veremos a las derechas ejerciendo de oposición y devorándose entre ellos.
Vox tiene un perfil de enfant terrible de la cosa política que ha perdido Ciudadanos (el suyo solo era un amago) en su deriva hacia la derecha. Donde los naranjitas presumían de socialdemócratas para luego darse cuenta de que había más voto en otra parte, los de Vox lo tienen muy claro. A la derecha de la derecha en cuestiones como la unidad territorial, mantienen un perfil social más próximo a otras formaciones "progres". Van a ocupar el terreno que deja libre el brujuleo calculado de Ciudadanos y la corrupción pepera. Han atravesado el desierto a base de asertividad y parecen decididos a entrar en la tierra prometida del Parlamento entre aspavientos (como el brindis de los Tercios de Flandes que han recuperado para festejar tras sus actos de campaña: "que el traidor a España no encuentre perdón"). Como toda la gente demasiado convenciada de algo, dan un poco de miedo.
Al resto de partidos no les interesa la irrupción de un chico nuevo en la oficina. Hay que recordar el desprecio de la vieja guardia por podemitas y naranjitos cuando cosechaban sus primeras actas de diputado. Y no solo es eso lo que vincula a PSOE y a PP. Lo que emparenta a PSOE con PP es algo que ellos llaman pomposamente "sentido de Estado" y que significa en realidad "devoción monárquica". En el PSOE está tan acusado ultimamente, apurados por el reto secesionista, que hasta se ponen a recurrir la desaprobación del rey por parte del parlamento catalán, una patada a las leyes vigentes. Solo tiene el sentido político de situarse como los más monárquicos de todos los monárquicos (y mucho monárquicos, que diría el otro).
El tablero político español era como el de la oca, con cuatro colores primordiales pero ahora la cosa puede cambiar. Es el momento de los camaleones.