Cristina Ogando
No quieras coger gripe
Ha llegado esa mágica época del año.
Los días cortos, el frío que te hiela la nariz, las cinco capas de ropa, el olor a castañas en el aire… Exacto ¡es época de gripe!
No miren este artículo como si estuviera diciendo una sandez. Sé que muchos de ustedes lo están leyendo con la congestión nasal de su vida. Porque seamos sinceros, el cambio de tiempo nos afecta a todos. Ninguno sabe que ponerse en esos días en los que sales de casa a las ocho de la mañana con un frío de la hostia y al mediodía te asas. Es la misma cantinela de todos los años, afrontémoslo. ¿Y yo? Solo estoy esperando a que ocurra lo inevitable: que mi hermana la coja y me la pegue. Como todos los años.
Esa mágica época. Pero ¿saben? Hay algo que no me hace ni pizca de gracia en esta temporada.
¿Las noches sin dormir sin respirar? ¿El cúmulo de clínex de la papelera de mi cuarto? ¿Las pocas fuerzas para hacer algo cuando el trabajo no hace más que acumularse? ¿La irritación de nariz? ¿Sentirme como un trapo tirada en cama?
Nah. Me refiero a ir al médico.
Compréndanme, a nadie le gusta perder el tiempo. Y para desperdiciar horas de mi vida, me veo por enésima vez las temporadas de Friends, no me quedo esperando a que se dignen a atenderme mientras escucho a mi espalda gritar. En la lista de objetos de tortura medieval, las sillas de la sala de espera deberían estar en segundo lugar, justo después de los tacones.
Y soy consciente de que muchos me estarán llamando exagerada. Que ir al médico no es para tanto y que son todos majísimos. Si alguno tiene un médico de cabecera con el que esté contento, ha encontrado lo más parecido a un gamusino, que lo sepa. Miren, pongámonos en situación.
Has pasado una de las peores noches de tu vida. Pesadillas, el nórdico por los suelos porque tienes calor, pero luego tienes frío. No respiras y tienes tanta fiebre que podrían freír un huevo en tu frente. Es oficial, tienes que irte al hospital por mucho que te pese. Así que tienes dos opciones. Puedes coger un libro, un saco de dormir e irte a urgencia de Montecelo para vivir en su sala de espera durante los próximos días; o irte a urgencia del centro de salud más cercano. Vamos a ser buenos y quedarnos con la segunda opción.
Estás allí con tu cara de muerta más que viva, tu sudadera de estar por casa y esperas, vamos a admitirlo, un tiempo razonable hasta que te atienden. Hablas con la doctora/doctor de turno que te mira de arriba abajo con cara de «¿Por qué estoy perdiendo mi tiempo contigo cuando las dos sabemos que te pasa?» y te termina diciendo, como si fueras estúpida, que tienes gripe. ¿De verdad es eso? Pensaba que me había arrastrado hacia allí porque tenía tifus.
En cualquier caso, no vas a contestarle mal a la amable profesional que te va a dar la droga que te mantendrá viva los próximos días. Porque con cuarenta de fiebre, no sé, una espera antibióticos…ya, buen chiste.
Me temo que no. Bajo la promesa de «si te sigue subiendo, vuelve a urgencias» sales de la consulta dos minutos después de entrar. Pero ojo, no con las manos vacías. Sino con una receta de ibuprofeno 400gr para una mujer adulta ardiendo de fiebre.
A ver, yo no soy médico, pero si me dicen algo así cuando ya estoy en los límites de una urgencia real ¿Cuándo tengo que volver? ¿Cuándo tenga cuarenta y dos y ya esté muerta? No lo sé, que me lo diga un doctor de verdad por si estoy equivocada. Que yo sé que a ellos no les gusta atender en urgencias, que ninguno de los dos estamos allí por gusto un sábado por la mañana. Pero, si estás en un servicio público esencial, creo que lo mínimo, es tomarte en serio los pacientes que te vienen, por mucho que estés en época de gripe.
O a lo mejor es cosa mía que me he comido muchas series de hospitales o es que estoy harta de que los impuestos vayan para profesionales que no se preocupan.
Es que viendo lo poco que me gusta de joven cualquier cosa relacionada con hospitales, no alcanzo a entender como a los jubilados les gusta tanto. Utilizan su centro de salud local cual sala de reuniones social. Y por una vez, no estoy bromeando. Lo he visto y es alucinante. Medio concello se reúne en la sala de espera mientras aguardan por los resultados del Sintron. Yo quiero su paciencia para estos temas médicos, porque tratan bien hasta a los profesionales que los tratan como muñecos de trapo.
Y pensarán que no lo hacen.
Permítanme, por última vez hoy, ponerlos en situación. Ustedes son una persona ya muy entrada en años, jubilada y que por desgracias de la vida, tiene que ir mucho al médico. Por encima, usted no tiene la movilidad suficiente y tiene que pedir a sus familiares más cercanos, casi sintiéndose mal, que lo acompañen al hospital porque no pueden conducir. Tus familiares te ayudan, se organizan las fechas para que todo vaya bien y tú, pobre persona mayor que ya solo estar de pie le cuesta un mundo, te mentalizas para dar los «menos problemas posibles» (apunte para las personas mayores: no molestan.)
En cualquier caso, todo esta organizado, todo está bien dentro de lo que tú puedes controlar. Hasta que llega LA llamada.
Sí. Esa del enfermero de turno que te avisa, con dos días de antelación, de que tu consulta de la una, hora que le iba de maravilla a tu hija para llevarte, se cambiará para las ocho de la mañana. A los dos os va fatal ese cambio, pero como es eso o esperar cuatro meses para una consulta del oncólogo, aceptas. Un cambio menor, no pasa nada. Ajustáis los horarios, tú hija pide tiempo en el trabajo y ya está.
Mentira.
Al día siguiente la misma llamada, el mismo enfermero. Que puedes volver a tu consulta de la una. A ti ya te da un tick en el ojo que con suerte no será un infarto.
¿Qué razón lógica existe para tal gusto por marear a la gente? ¿Es que acaso se piensan que no tenemos otra cosa que hacer? Enfermeros con actitud de funcionarios que se pasan la vida en consultas con el poder de tu salud en sus manos y que poco o nada les importa. Médicos que saben que tienen a diez personas esperando, se toman un café de hora y media y luego atienden a cada uno en un minuto porque resulta que «están apurados». Quejas, sobre que su sueldo no da para más, pero luego bien que cobran por detrás de las farmacéuticas, de dar clases en la universidad y que cuando se jubilan no saben echarse a un lado y dejar a los demás vivir.
No me malinterpreten estas palabras como una paciente cabreada. Entiendo y respeto más de lo que creen el trabajo de un profesional sanitario. Tienen mi salud, nuestra salud, en sus manos. Por eso, lo mínimo que pido, es que traten mi bienestar y el de todo aquel que lo necesite, con el mismo respeto y consideración que yo muestro por sus trabajos cuando voy a pedirles ayuda. No somos un paciente más que va allí por aburrimiento, somos personas, por lo general muy mayores con necesidad de atención médica, mucho miedo y pocas fuerzas. Y lo que no me parece ni medio normal, ya no son solo sus actitudes contra el resto de la sociedad. Sino porque los de arriba, los de muy muy arriba, estén poniendo contra las cuerdas a un sector esencial en cualquier país que se precie; los de abajo, estemos siendo los principales afectados. Sé que no soy la única que ha sufrido esto y, desgraciadamente, sé que ni este artículo podrá cambiar eso.
Por si se lo preguntaban, no, todavía no tengo gripe.
Solo esperen.