Kabalcanty
Observador de los cielos (4ª parte)
Mientras pasaron los días, los recién llegados se fueron adaptando a la vida en la nueva tierra. Rulol y Luthor trajeron del barco las pocas provisiones que les quedaban y todo aquello que le podía servir para continuar la vida junto a sus nuevos conocidos. Se llegaron a construir otra choza y agrandaron el huerto de secano compartiendo trabajo y alimentos con la pareja. El tiempo discurría veloz entre las ideas para mejorar la convivencia cotidiana y su realización. Hicieron también excursiones tratando de encontrar nuevos habitantes, explorando la parte más al norte, la de Cibitalia, a la que Turmo había prestado menor atención en su deambular solitario, sin embargo nada hallaron que no fuera destrucción entre dunas yermas, atisbos de ciudades, de civilización aniquilada. Regresaban "a casa", como apodaban los cuatro a las chozas y su alrededor, tratando de sostener su mundo con buen humor y determinación, proyectando nuevos retos para hacer más eficaces sus rudimentarias comodidades como planteando expediciones de varias jornadas para llegar al punto más septentrional, según recordaba Turmo, el cual trazaba croquis con tizones afilados sobre hojas abarquilladas. "Veis, si llegamos a este lado, estaremos hablando de haber atravesado toda la tierra entre los mares", les decía Turmo, señalando sobre las hojas con desparpajo experto.
Una de aquellas noches, Klota y Luthor tomaban unas tazas humeantes con hierbas dulces alrededor del rescoldo que brillaba dentro de un cubo. Los ojos de ambos centelleaban al reflejo de la lumbre. Klota se recostó de medio lado para alcanzar un trozo de peldaño de madera y echarlo sobre las ascuas. El hombre se fijó en el final de las piernas famélicas de ella bajo el pantalón corto. En el comienzo de un trasero escurrido se pegaban granitos de arena. Klota se adelantó sobre la lumbre dejando en el fondo del balcón de su camiseta unos senos vencidos y secos que se bamboleaban atizando las ascuas. Se recogió el cabello enmarañado tras las orejas y sonrió a Luthor volviendo a su taza humeante.
— Me gusta tu sonrisa - dijo él, alisándose el cabello sobre la nuca.
Klota volvió a sonreír, desviando sus ojos hundidos al centro de la lumbre.
Luthor estiró su mano hasta tocar suavemente los dedos de los pies de la mujer. La miró intensamente y dejó escapar un suspiro.
— ¿Me dejarías besarte? –musitó él, retrepándose sobre la arena junto al muslo flaco de ella.
Klota dejó escurrir su mano hasta posarla encima de la del hombre.
Se lanzaron fieros el uno sobre el otro desnudándose con urgencia. Les embargaba una premura que abría sus bocas hasta beber el cuerpo del otro. Sus desnudeces, escuálidas, desnutridas, consumidas, refulgían junto al fuego lustrándose de sudores. Los gemidos de Klota se agudizaban junto al oído de Luthor, quien resollaba brutal mordisqueando los botones de los senos caídos de ella. Su ardor les hizo rodar entre la fina arena de la playa que cubría el suelo de la choza. Al final, aferradas sus manos, babeantes, sonaron a orgasmo mientras arqueaban sus cuerpos vacíos de deseo.
— Vaya polvo –musitó Luthor todavía fatigado.
Klota sonrió a medias, sin resuello, marcándose sus costillas al ajetreo respiratorio.
— Pensaba que Turmo era también tu amante -dijo él, después de varios minutos en silencio.
— No tenemos ningún compromiso -añadió ella mientras se vestía- Sería ridículo en estas circunstancias andarse con deberes conyugales ¿no crees?
El hombre agitó la cabeza al tiempo que removía la lumbre.
— Entonces le dirás lo que hemos hecho ¿no?
Klota se recogía el cabello apretándolo con la cinta de cuero. Le soslayó un par de veces sin decir nada.
— No, creo que no le diré nada.
Dijo al final, haciendo un mohín de indolencia.
En el exterior, Turmo y Rulol observaban el celaje bruno de la noche. Se separaban de las chozas para, en la duna más elevada, contemplar la extensión de la losa negra que les cubría.
— Es como si el cielo nos estuviera aplastando día a día –susurró Turmo.
Rulol le miró incisivo.
— Siempre tu observación es tan adversa, en estos momentos me pareces realmente una persona amargada. Yo creo que los cielos son promesa.
Turmo apenas se inmutó, siguió escrutando distraído, recortando su perfil aguileño ante la espera del otro hombre.
— Me parece altanero tu silencio, Turmo.
Cuando Rulol se dio la vuelta para dejarle solo, Turmo le detuvo enérgico sujetándole por un brazo.
— Mira los destellos tras el fondo del horizonte; los llevo observando hace un par de noches.
Rulol hizo caso y escudriñó con fijeza.
— Son intermitentes, encarnados, como una luz lenta de sirena de bomberos.
— Así es -contestó Turmo- Llevo años mirando el cielo y es la primera vez que veo esa señal.
Tras la línea del horizonte, ráfagas escarlatas daban zarpazos al firmamento negro. Con varios segundos de intervalo, el cielo se iluminaba con el rastro de una amanecer a destiempo.
— Tal vez sean señales de supervivientes o, simplemente, reverberaciones a causa del calor del día, no sé. -apostilló Rulol, soslayando a su compañero.
— La última palabra la tienen estos puñeteros cielos; por el día los destellos no se ven, sólo cuando se cierra la noche y miramos al cielo. ¿Crees que desde dónde sea nos observan y tratan de asustarnos?
Rulol le palmeó la espalda con resignación.
— Lo que creo es que llevas demasiado tiempo mirando este cielo vacío y sacas consecuencias fantasiosas. Dejemos las señales y descansemos, amigo Turmo, mañana seguiremos hablando del tema.
— Puede que tengas razón…….pero
Turmo volvió a elevar la vista hacia los destellos.
— No hay peros que valga, durmamos, tío
Al poco de desaparecer los dos hombres por la puerta de la choza, los destellos se fueron alargando paulatinamente. Un sendero carmesí que abría puerta por encima del asentamiento.