Beatriz Suárez-Vence Castro
Nada más
Todos tenemos alguna sala de cine ocupando un lugar especial en nuestra memoria como primeros lugares de sueños y descubrimientos.
Los míos son el Cine Gónviz y el Victoria. Aún me parece ver, cuando paso por las calles donde se encontraban hace no tantos años, sus puertas antiguas, como si algo de ellos permaneciese allí, igual que Serrat veía a Rita Hayworth y Glenn Ford en una sucursal de banco que antes fuera el barcelonés Cine Roxi, en su divertidísima canción Los fantasmas del Roxi.
Pocas cosas unen más que un silencio en una sala de cine llena de gente, cuando todos los espectadores aguantamos la respiración a un tiempo y llegamos a querer, aunque brevemente, lo mismo. Parece posible, en ese momento de rara comunión, que las personas podamos llegar a entendernos, más allá de los límites de cada cual. La ilusión desaparece cuando encienden las luces, pero sabemos qué sucedió.
Cuanto más sencilla es la sala, más parecen unirse las intenciones. Los grandes espacios, el sonido amplificado, el 3 D, los grandes sillones, aunque más cómodos, dejan menos sitio a los sueños.
Las salas en las que vivo el cine, ya desaparecidos los Multicines ABC en Pontevedra y sin sacarle valor a las salas Vialia, están ahora en los Cines Norte de Vigo y en un lugar al que una amiga me llevó un día y al que ya no voy a dejar de volver: el cine Seixo, en Marín.
Es ahí donde encuentro el cine que me gusta, sin aditivos: Una pantalla grande, un sonido claro, una buena selección de autores. Me da igual que la butaca sea incómoda, que solo haya una estufa para dar calor y tenga que añadir una manta. Todo eso le da, especialmente al cine Seixo, un aliciente más, un valor extraordinario de nostalgia entreverada con modernidad, la que le otorgan los estrenos como Cold War, el pasado domingo.
Cold War es una película grande que se ve mejor en un cine pequeño, que encaja perfectamente en su blanco y negro, en su encanto casi a la altura de Casablanca.
Cine en grande que probablemente no llegará a las grandes salas.
Cuando se acercan las Navidades, con su lluvia de estrenos comerciales, de Papá Noeles que saludan desde la pantalla amenazando con quedarse con tu cara y bajar por la chimenea del salón de tu casa, lo quieras o no, me he vuelto más de Reyes Magos. De solo tres cosas pero bien dichas. De lo que me dan los Norte y el Seixo y de todas las salas que, como ellas, ofrecen cine. Cine y nada más.