Kabalcanty
Observador de los cielos (Y 5ª parte)
Fue el calor sofocante lo que despertó a Rulol. Mientras se vestía con la ropa liviana de costumbre, Luthor se removió en el camastro y le comunicó de lo asfixiante de la temperatura.
— Es extraño tanto calor a estas horas.
Cuando Rulol salió de la cabaña, se halló con el baño cobrizo que envolvía el exterior. Cerca de su choza, Klota y Turmo observaban abrazados el dantesco espectáculo.
El cielo se presentaba repleto de rasgaduras rojizas que goteaban fuego diluyéndose antes de caer sobre la tierra. Como si se tratase de una fragua, el calor descendía desde las alturas en oleadas cada vez menos espaciadas. Al fondo, sobre la línea del horizonte del mar, un brazo incandescente parecía avanzar lentamente hacia ellos.
— Es el fin -dijo Turmo, dirigiéndose al otro y cobijando a la mujer entre sus brazos.
— ¡Qué cojones es esto! –exclamó Luthor, escudriñando el cielo y caminando hacia sus compañeros.
— Deberíamos buscar algún resguardo –añadió Klota, desembarazándose del abrazo e interrogando con sus ojos a los hombres.
— Tal vez en las aguas estemos protegidos.
Rulol, según lo dijo, fue directo hacia las aguas del mar.
Los surcos el firmamento incendiado se iban uniendo en pequeños grumos unificando el aspecto infernal. La arena se tornaba oscura y hacia explotar, en diminutas erupciones, los finos granos arenosos. En apenas una hora, el cielo era una plancha escarlata que reverberaba sobre la tierra de puro fuego. El huerto se chamuscó primero para, después, arder las chozas en una combustión repentina que las envolvió en una bola ardiente y fugaz.
— Comienza a calentarse demasiado el agua, ¿lo notáis? –dijo la mujer con la misma alarma que denotaban los ojos de los tres hombres.
A sus espaldas, aproximándose en forma de flecha, un brazo ígneo bullía como un motor de silabeo grave que escupía pequeñas bolsas de humo blanco; se asemejaban a diminutas nubes que se diluían al contacto con el fuego próximo.
— El maldito cielo nos destruye, compañeros -dijo Turmo, elevando la mirada y enfrentándose a una altura que le quemaba los ojos- ¡Aquí estamos, cielo infame, maldiciéndote hasta nuestro último aliento!
Los otros tres le rodearon uniéndose en una piña carnal.
— Vida inútil –masculló Klota, sintiendo cómo su cabello se adhería sudoroso a su rostro.
Luthor la contempló desalentado, buscando los ojos de ella inútilmente.
Cuando la lengua candente estuvo a la altura de los cuatro, un haz de luz fulguró sobre la orilla de la playa. Una figura de gran estatura, envuelta en llamas, descendió por el haz hasta levitar unos centímetros sobre la arena. Emitió un gruñido metálico salido desde su forma filiforme y sin rasgos. Su aspecto llameaba al tiempo que se movía muy lentamente.
Turmo se desentendió del grupo y avanzó decidido hacia la figura.
— Maldito tú que arrasas la Tierra sin compasión –le gritó beligerante mientras se acercaba.
La forma llameante emitió otro ronquido a la vez que se irguió para encarar el camino de Turmo.
Cuando llegó a la orilla, Turmo retrocedió al quemarse con la arena. En ese instante, vertiginosa y certera, la silueta púrpura lanzó una saeta encendida que carbonizó a los tres que permanecían en el agua. Sin un quejido, sus cenizas burbujearon en las aguas marinas hasta flotar mansas y dispersas.
Turmo contuvo un sentimiento que tragó en dos o tres veces. Luego, lleno de cólera, se lanzó hacia la larga figura vociferando.
— ¡¡ Moriré matando, hijo de Satanás!!
En un momento, tras el latigazo de fuego de la silueta, el cuerpo de Turmo también se hizo ceniza apenas hubo pisado la arena incandescente de la playa. Sus restos revolotearon unos segundos hasta infiltrarse, ávidos, entre la candente arena.
La espigada figura caminó unos minutos comprobando la devastación. Se giró una y otra vez hasta que, retomando el haz de luz que le trajo a tierra firme, retornó a la forma de flecha que le esperaba en las alturas. Poco a poco, fue desvaneciéndose al final del horizonte tal y cómo llegó.
El cielo, ahora de un rojo intenso, lanzó una última bocanada ardiente que terminó evaporando el mar. La tierra se arrugó en un enjambre negruzco que acabó abatiéndose en un líquido goteante en el espacio.
Surgió, después, un viento fiero, huracanado, frío, que despejó el firmamento hasta llenarlo de estrellas. Los planetas volvieron a aparecer y el silencio inconmensurable del espacio se hizo con la estabilidad.
En ocasiones, meteoritos fosilizados de un líquido renegrido mineralizado en antojadizos pedernales, discurren el cosmos a velocidades ilimitadas. Como con otros pedazos viajeros que navegan el universo, se escucha a su paso raudo, quebrando el equilibrio del mutismo, una voz agónica, casi inaudible por vertiginosa y, sin embargo, cantarina, repitiendo:
"Ahora, tristemente, tus pensamientos vuelven a las estrellas.
Sabes que adonde fuimos no puedes ir,
observador de los cielos, observador de todo,
este es tu único destino, este es tu único destino." (*)
*(Última estrofa de la canción "Watcher of the skies" -1972- del grupo musical Genesis)