Carlos Regojo Solla
Maica
Maica y yo coincidíamos en las guardias de recreo, en ocasiones dos veces por semana, según el estadillo confeccionado en Jefatura de estudios. En cada uno de esos períodos, durante media hora, convivíamos en el patio, cuidando y vigilando a los niños, entre charlas inocuas y circunstanciales. En general los temas de conversación se iniciaban con un análisis del tiempo -temática (rompe-fuegos) universal- para derivar en una gran variedad de titulares sobre la vida misma -propia y profesional- o alguna noticia más o menos importante de última hora, hablándonos la mayor parte del tiempo sin vernos mucho a la cara, en una postura intermedia de alerta y "desconsideración" personal justificada, adquirida con los años de profesión, impuesta por la necesaria atención debida a los escolares, consistente en un barrido constante de vigilancia, capacitado por la experiencia para discernir cual de aquellos cientos de gritos, carreras y tropezones que surgían de la algarabía de los niños era digno de atención preferente y urgente, amén de atender reclamaciones diversas referidas a empujones o violación de las reglas de los juegos y otros temas mayores de nuestros pequeños, que sentíamos como propios -en los que entrábamos en profundidad- y que pedían una resolución exprés. Nuestros oídos estaban entrenados para encontrar, entre el ruido generalizado, una mínima distorsión impropia del tiempo de liberación que significaba el recreo y nuestra vista disponía de la agudeza del halcón precisa para la localización inmediata de un problema. A menudo, sin decirnos nada, interrumpíamos la conversación para dirigirnos individualmente a uno o varios episodios surgido de repente, solucionados los cuales volvíamos sobre el tema pendiente de nuestra charla personal.
Maica era una colega con fuerte personalidad que hacía notar la contundencia de sus argumentos. No había tema al que no añadiese una argumentación sólida y seria. Corría, si mis cuentas no me fallan, el curso escolar 2001/02, en su último trimestre y, uno de esos días de guardia en común, iniciando junio, nuestra conversación giró hacia la TV. y el pionero programa "Gran Hermano", presentado entonces por Mercedes Milá, al que ninguno de los dos gustaba, despachándonos en su contra con críticas fuertes que lo colocaban a nivel de programa sectario con el mismísimo Lucifer como líder. Poco a poco la conversación nos fue llevando hasta enfocar el papel de las aportaciones que cada generación había dejado en el sentir histórico personal. Me refiero a nuestras dos generaciones, claro, la suya y la mía separadas, a su favor, por más de treinta años. Acabábamos de elegir una canción para una pequeña representación teatral de fin de curso sobre la amistad y, luego de resuelta la elección, surgió algún que otro comentario sobre música generacional. Fue entonces cuando me atreví a decirle muy convencido:
-Sabes?, mi generación ha explotado con tal fuerza que os ha dejado sin mucho que aportar en todas las facetas. Creo que hemos roto moldes. Fíjate -proseguí- los años veinte tuvieron que ser maravillosos; pero han cedido paso a los cuarenta y estos a los sesenta. Ya hemos iniciado milenio y desde Dylan o los Beatles, por ejemplo, no hay espíritu de nada nuevo que se vislumbre en el horizonte. Apenas se os nota.
Ella me miró y por una vez no tuve respuesta, o no quiso responder.
Días más tarde, a punto de entrar en vacaciones, llegó el primer ordenador facilitado por la Consellería el cual colocamos como un tótem en la mesa de Dirección junto al único e imprescindible teléfono fijo del que se disponía.
¿Debo rendirme a las evidencias o aquella respuesta que no obtuve de mi colega sirve para mantenerme anclado e ignorante en un pasado que a todas luces ha sido superado? ¿Me pertenece el privilegio de ignorar aquello que no es mío?
El tiempo se me ha echado encima. Mis hijos me rebaten e imponen su mundo, como es de esperar. Me sorprendo admitiendo la lógica de sus argumentos sin perfilar y sonrío sin que se me note. Alguno era un niño en aquellos mismos recreos que vigilábamos Maica y yo. A ellos dedico este sencillo escrito en la seguridad que ya están notando su propio cambio generacional.
Saludos a los que se identifiquen. Me voy a dar una vuelta por "Woodstock". Me apetece escuchar "Diamonds And Rust" en la voz clara e intemporal de Joan Baez.
Carlos Regojo Solla