Beatriz Suárez-Vence Castro
Huna
Huna es una bellísima hembra de galgo, blanca de nieve, con los ojos negros como olivas brillantes y el hocico de lápiz, rosa en su inicio, con la trufa de carboncillo al final.
Por dentro es igual de bonita: mansa, obediente, tranquila y cariñosa. Delicada y algo tímida en el trato como suelen ser galgos y podencos; asustadiza, pero muy activa y juguetona.
Además, Huna es completamente sorda.
Su sordera no es obstáculo para llevar una vida feliz aunque su dueña, Leia, que la aceptó desde el principio con un cariño inmenso aunque no fuese perfecta, ha tenido siempre mucho cuidado con ella, preocupándose de enseñarle y de enseñarnos a los que la conocemos como comunicarnos con la perra. A Huna da igual que le hables si no la miras o no la tocas porque no puede oírte. Pero si te colocas delante de ella, te huele, te mira, con sus aceitunas negras, muy, muy atenta y se hace cargo perfectamente de lo que quieres decirle.
No es la única perrita en su casa. Su compañera Mila es una mestiza simpatiquísima, lista como el hambre, peluda y chiquita, la antítesis tanto en apariencia física como en carácter, de Huna. Ambas forman un maravilloso equipo junto con su dueña Leia. A las tres les encanta ir en bicicleta y la estampa que componen no tiene precio: Leia pedaleando, Mila en una cestita y Huna trotando a su lado con una cinta especial para que pueda seguir el paso de la bici sin peligro.
Desafortunadamente, esa armonía de auténtica familia que tienen las tres ha estado a punto de quebrarse definitivamente por un grave accidente. Huna fue atropellada por un coche que no paró para atenderla y que le fracturó una de sus patas. No fue una rotura limpia y sufrió enormemente aunque ahora está mejor. No puede apoyar la pata todavía y tiene que conformarse con utilizar solamente tres. Sin embargo, tanto su dueña como todos los que conocemos a este encantador equipo perruno y humano, estamos peleando para que Huna no se quede coja. Está llevando admirablemente el período de reposo y se arregla como puede sin la pata, que antes podía estirar y ahora se ve obligada a llevar encogida.
Los costes de la operación de Leia han sido muy altos y todavía quedan gastos veterinarios por pagar. Su dueña ha creado una página en la que podemos ver la evolución de Huna y ha abierto una cuenta para que todo el que quiera pueda ayudar con lo que le parezca.
La cadena humana de voluntarios que se formó para que Huna no estuviese sola durante su convalecencia fue impresionante. Leia trabaja muchas horas, y al principio, fue necesario que la perrilla estuviese supervisada. Amigos y vecinos de Leia, incluso amigos de amigos o conocidos de los parques por dónde pasean hicieron turnos para procurar que no se moviese demasiado. Le dieron a Huna lo más valioso que tienen: tiempo.
La galga Huna nos ha traído una Navidad anticipada con su accidente porque ha dado lugar a una oleada de solidaridad que hace olvidar a quien la atropelló y no paró a socorrerla. Es solamente una persona que ha actuado mal, frente a todos los demás que la han ayudado y siguen haciéndolo para que quizá algún día pueda volver a hacer lo que más le gusta a un galgo: correr.
Frente al consumismo feroz, Huna representa una causa a la que merece destinar algo del presupuesto que estos días dedicamos a comprar regalos. Porque ella al fin y al cabo no es más que alguien desvalido que necesita de los demás. Da igual que su forma sea de animal. Al fin y al cabo quienes dieron calor a Jesús fueron un buey y una mula. El oro, incienso y mirra de los Reyes Magos llegaron después y también se ofrecieron como presentes para un ser desvalido que acababa de llegar, un recién nacido, Niño y Dios para los que creemos en Él. La apariencia de quien necesita ayuda es lo de menos, lo que hay que tener en cuenta es su necesidad.
Seamos creyentes o no, es en estas fechas cuando se hacen más evidentes las distintas suertes y la manera en que los afortunados comparten lo que tienen con aquellos que no lo son tanto.
La galguita blanca nos recuerda que ayudar a quien lo necesita es el verdadero espíritu de la Navidad. Que no hay tiempo, ni tampoco dinero mejor invertido que el que se utiliza para ayudar a los demás a hacer frente a las malas rachas que la vida nos trae sin aviso previo.
Para Huna, como para todos a los que la vida no les ha sonreído últimamente, todos los días deberían ser Navidad.