Manuel Pérez Lourido
2019 y los autos de choque
Entrados ya en el nuevo año, hay unas cuantas consideraciones que hacer. Disculpe que sea yo quien se apreste a ello, pero ya que está usted leyendo, es lo que corresponde.
En primer lugar, si ha caído en la tentación de formular algún propósito de año nuevo, sea de forma seria (si tal cosa es posible) o simplemente como quien pide un deseo (o varios, o muchos, dependiendo de la ambición propia); deséchelos todos al instante. Deténgase un momento a pensar en el rumbo que están siguiendo esos asuntos en lo poco que llevamos de año: ¿lo ve? El espíritu está dispuesto pero la carne es débil. Y a veces sabia, diría uno, no con intención de corregir a las sagradas escrituras, sino de pintar la mona un rato.
Consideradas ya las cosas en su justa medida o, dicho de otro modo, dejándonos de tonterías, ¿qué podemos esperar de los meses venideros? En primer luego, eso, que vengan. De otro modo mal vamos. No se otean desde aquí especiales ventajas a un prematuro abandono de la existencia terrenal o a una resolución apocalíptica del sindiós que tenemos montado en el planeta. Aunque el hecho de recoger el finiquito, sea de modo individual o colectivo, también ahorraría un montón de problemas. Pero quedémonos, en principio, con estos. ¿En qué modo el año en curso puede aliviarlos o incluso resolverlos? Ni puñetera idea. Pero existe esa esperanza, por pequeña que sea. Y toda pequeña esperanza termina constituyéndose en una gigantesca roca sobre la que construir un futuro mejor, aunque este finalmente establezca su territorio unicamente en nuestra cabeciña. De eso se trata, de tirar hacia adelante en modo autos de choque y, por muchos vaivenes, golpes, reveses, giros y trompadas que nos de la vida, seguir con una ficha a mano para ponernos en marcha una vez más.
También merece nuestra apreciación positiva el planteamiento que remite a la réplica de datos, modos y medios. Es decir, que transitamos un camino que en poco se diferencia del que hemos recorrido en los años precedentes. Podemos remontarnos al momento en que adquirimos el uso de razón, paradójica denominación para quienes luego hacen poco uso de ella. Desde entonces y año tras año hemos ido dando tumbos que nos han hecho más viejos y, con un poco de suerte, un poco más sabios, sin que exista una correlación directa entre una cosa y la otra. O sea, que generalmente envejecemos a gran velocidad mientras que la sabiduría se adquiere con exasperante lentitud (y sufrimiento). No hay que temer, por tanto, grandes variaciones en 2019 sobre lo que hemos ido padeciendo en años anteriores (el verbo "padecer" obedece a que siempre sale más a cuenta ponerse en lo peor, lo que se llamar salir llorados de casa).
Podríamos seguir apuntando alguna indicación más que resultara reconfortante de cara a los meses que aguardan pero no nos afanemos más, ya el día a día nos irá ilustrando. Pongámonos, insisto, en modo autos de choque y lo que sea sonará. ¡Feliz 2019!