Beatriz Suárez-Vence Castro
Si el problema fuese Vox
Sentado en la esquina de un portal, se abriga del intenso frío con un gorro de lana negro. Frota sus manos, una contra otra y luego sopla para intentar calentarlas con su aliento. Se encoge, pero no cambia de posición. Alguien le da una caja de cartón para que pueda aislarse del frío que llega también a su cuerpo desde las baldosas.
El portal no es un portal cualquiera. Alberga una administración de Lotería. Por eso lo ha elegido.
La gente va llegando para intentar comprar suerte. Poco a poco, se acercan a la ventanilla, escogen su número, pagan y se van. La mayoría no le ve. Otros sí. La mayoría no le deja la moneda que le ha sobrado. Otros sí.
Alguien sale de una cafetería cercana. Trabaja en ella y le ve, seguramente todos los días. Ve también a los que le dejan una moneda, ve a los que no.
Se acerca y le da un café caliente y un bollo. Él sonríe, enseñando una encía salpicada con algún diente, se calienta las manos con el vaso de cartón, bebe el contenido y se come el bollo.
Al poco tiempo se levanta, dejando ver la extrema delgadez de sus piernas y, con las pocas monedas que tiene, se compra un par de cigarrillos y vuelve al portal. Fuma. Después de todo, no va a hacerle más daño que todo lo que ha ido consumiendo a lo largo de su vida. Nadie podría calcular su edad. Es medio joven, medio anciano.
Consume: Un verbo que resume tantas cosas. Su consumo es el reflejo del nuestro, de quienes consumimos de otra manera: comprando; lotería, ropa, tecnología, otras drogas que, quizá no hagan tanto daño al cuerpo o al cerebro, pero que nos mantienen distraídos de lo demás.
De los demás.
Consumir, en nuestro caso, nos hace parecer más felices que él, menos frágiles, con más control de nuestra vida.
¿Es así de verdad?
Las ciudades son viveros de humanos que van perdiendo su humanidad. Que juegan. Que se distraen. Que consumen dinero y tiempo. Que leen, que escriben, que trabajan o que pasean. Que se sientan en un portal. Que van perdiendo su condición de humanos, cada uno a distinta velocidad.
Pero siempre hay alguien. Alguien que piensa en una caja de cartón que aísla del frío, alguien que deja el calor de una cafetería para llevar un café a la calle, alguien que compra un cupón y deja el cambio en otras manos que, sin pedirlo, lo aceptan.
Siempre hay alguien que no quiere dejar que esta sociedad de consumo vaya consumiendo también su condición de ser humano. Alguien que piensa que si las cosas hubiesen sido solo un poco diferentes, él estaría sentado en un portal en lugar de hacer cola ante una ventanilla intentando comprar más suerte de la que ya tiene. Alguien que se da cuenta de que, en el fondo, quien aprieta con fuerza su café caliente no es tan diferente del que guarda con ilusión su número de la lotería. Todos somos, al fin y al cabo números, en algo parecido a un bombo que gira también sobre sí mismo y alrededor del sol.
Alguien queda que se agarra a esa pizca de empatía que todavía, por fortuna, le muerde de vez en cuando las tripas. Eso es quizá la auténtica suerte, la que no está en venta.
En una reciente entrevista el actor Juan Echanove nos dejaba un frase magnífica:”Prefiero ser un mueble viejo del Rastro que un proyecto de mecano de Ikea”
Le preguntaban, entre otras cuestiones, si los fascismos resurgen porque la Democracia se nos ha ido de las manos. Así contestaba: "Lo que se nos ha ido de las manos es el Capitalismo. Si el problema fuese Vox, me iría de cañas, ahora mismo".