Jacobo Mesías
Préstamos rápidos, y otras formas de sepultar tu economía
Desde hace un tiempo, es tremendamente frecuente ver en los medios de comunicación publicidad de préstamos rápidos. Se trata de un concepto que se popularizó durante la crisis económica, principalmente por tres razones: el endurecimiento de las condiciones de acceso a los "préstamos tradicionales"; la facilidad e inmediatez en que se dispone del dinero; y la situación económica de las familias.
Recibir un anuncio en que se nos presta una pequeña cantidad de dinero, de forma casi inmediata, sin apenas papeleo y sin grandes averiguaciones patrimoniales, puede resultar muy atractivo. Ya sea por una necesidad puntual, o por un capricho, cualquiera puede sentir la tentación de, con un solo clic, ver como el saldo de su cuenta corriente aumenta.
La inmensa sencillez del proceso, y la rapidez en que se dispone de ese "extra", provoca que se pierda la perspectiva sobre lo que realmente se está haciendo. Detrás de la mayoría de estos préstamos se ocultan unos muy elevados intereses, y los reducidos plazos de devolución no son más que la calma que precede a la tormenta.
Las ofertas son múltiples y variadas, siempre dentro de un mismo trasfondo. Voy a ilustrarlo con un ejemplo real: la web Gusuduru (podría escoger cualquier otra, pues todas funcionan de forma similar). Supongamos que por un imprevisto, este mes va algo justa la economía familiar. Ha llegado el momento de pagar el alquiler, y faltan diez días para que ingresen la nómina. De casualidad, internet nos muestra un anuncio de esta empresa, y los ojos se quedan vidriosos leyéndolo: ¡es la solución! Para salir de ese pequeño apuro financiero, pedimos a través de su web los 300 € que nos faltan para cubrir el alquiler, pensando que los devolveremos sin problema cuando ingresen la nómina. En solo quince minutos tenemos el dinero en nuestra cuenta. Así comienza el drama de muchas familias.
Por lo pronto, según el cálculo en su web a la fecha de este artículo, la cantidad a devolver en ese supuesto será de 360€, es decir, estamos pagando la desmesura 6€ diarios de intereses. Lo que ya de por sí es un gasto elevado para una familia que vive al día, se puede transformar en un escenario aterrador si surge algún imprevisto. Puede ser un gasto inesperado, una multa, un breve retraso en el cobro de la nómina, o simplemente un despiste en la fecha de devolución. En cuestión de días, los 300 € que pedimos se convertirán en 500 €, y posteriormente en 1.000 €, y así sucesivamente.
En esencia, el funcionamiento de estas empresas de crédito rápido consiste en cobrar unos altísimos intereses a corto plazo, y si el cliente no puede pagarlos, la deuda crece sin control. Cuando se reúne una buena cartera de créditos, se venden de forma conjunta al mejor postor, que irá reclamando una a una absolutamente todas las deudas. De este modo, el hecho de que no se pague la deuda tampoco supone un grave problema para prestamista. De hecho, es frecuente que, ante un impago, el cliente no tenga noticia del crédito en meses o incluso años, hasta que llega un día inesperado en que la reclamación llega a casa: una empresa cuyo nombre no ha oído jamás, ha comprado su deuda y le reclaman una cantidad descomunal que no entiende muy bien de dónde sale.
Afortunadamente, en ocasiones todavía se puede "pelear" algo. La masividad con que los compradores de deuda tramitan las reclamaciones suele jugar en su contra, ya sea por falta de documentación esencial, por irregularidades manifiestas en el proceso de contratación o por errores procesales. Otras veces, la abusividad de las cláusulas del contrato implica su nulidad, y la deuda se reduce de forma cuantiosa. Por ello, es importante analizar la situación con detenimiento, y evaluar las posibilidades que existen en cada caso.
Como dice el refrán, mientras hay vida hay esperanza.