Carlos Regojo Solla
¿Qué hay de nuevo, viejo?
Podría aprender encaje de bolillos en el centro social próximo, hacer algo en cerámica, embadurnar un lienzo o meterme en el conocimiento de un idioma que no sería, sin duda, el que necesitaré más adelante; pero prefiero dar el coñazo cubriendo una cuartilla - ¿recordáis cuartilla? - con lo primero que se me ocurra porque soy libre de hacerlo, contando con que vosotros sois inmensamente libres de pasar a otra cosa ante tamaña osadía, aunque en mi soberbia suponga que continuareis leyendo.
Estoy hasta las meninges de lo revival, del D.C. señalizado al final de todo lo que vivo a lo largo del día, sobre todo en música, que es lo que tangencial y ociosamente me roza y acompaña en la jornada que abro a eso de las seis y remato a las once o doce por deber imperativo de vejiga e intestinos de mi adorada mascota; aunque lo del vintage extienda su influencia a todo. Parece con frecuencia como si el mundo diario se hubiese anclado y adormecido en una paz parecida a cuando pides la colonoscopia con sedación, como si el espíritu de la vida se hubiese detenido en el ayer, lo de hoy no valga absolutamente nada, o lo que parece peor aún, entre una neblina dulzona, negándole al futuro, por pura pereza, su llegada.
Pienso que se puede ser un nostálgico, incluso un sensiblero durante algún tiempo, en las transiciones vitales, por ejemplo; pero si pensamos que siempre estamos en ello, a Dios gracias, en marcha hacia adelante, debemos ayudar a la permanencia con algún que otro esfuerzo hasta que alguien rompa el pacto particular que tenemos con la vida -ya se sabe, ese deslizarse incontrolado por tres dimensiones conocidas con el tiempo como lubricante, en el transcurso del cual crecemos y aprendemos a desconfiar mientras bebemos el agua y respiramos el aire que otros han utilizado, sabiendo que a cada trago dejamos tras nosotros un cúmulo de impurezas que la sufrida naturaleza trata de reciclar algunas de las cuales parecen obras de arte, creaciones imperecederas que nos aúpan puntualmente al lugar privilegiado de las especies pero que no son más que pura "ScheiBe" que diría mi amigo Manfred; todo eso hasta que rompamos aguas hacia dentro y desaparezcamos en la turbidez de una placenta cósmica y daliniana. No somos nadie vestidos y menos en función revival, en poesía ñoña, facilona, en bodas engominadas con limusinas blancas, en currículums pluxcuamperfectos, en cortes de pelo punk, cantando el "Aleluya numeruno" de Aute.
Me revienta escuchar el "Ramito de violetas" de Cecilia y me revienta Cecilia. También me pasa con Nino Bravo y su "Libre" sobre todo si le sigue el "América". Me pasa lo mismo con James Dean, y lo que es ya peor, con los Beatles. Por razón de perdurabilidad me paso a los Stones, (Rollings) con una excepción a favor de los (Black) por aquello de la fidelidad, el esfuerzo y reconocimiento de unas voces de ayer que hoy son fuerza nueva (¡¡cielo santo, que comparaciones salen al escribir insensatamente!!), además de que nunca es conveniente ser un terco terco como ocurre con algún dirigente político. Me paso a los chinos y sus años lunares y sus sonrisas amables y sinceras, a sus cuellos Mao en camisas que no encuentro hace tiempo y su cerámica de Macao. Aborrezco las derechas y las izquierdas y me hago fan fiel y dependiente del centro acogedor y atractivo con ese calorcillo que funde hasta el sentido más fuerte, mientras me voy acercando más al Resistiré de Manolo y Ramón y me aproximo a las rimas Rap obviando y odiando el puñetero bolero decadente de las engoladas voces lloronas de gente como Alborán o Bisbal porque no entiendo la paciencia de quien se duerme en el pasado en situación similar a la del náufrago que se abandona exhausto y se deja engullir por la última de las olas o la del aterido viajero que encuentra la dulzura del final en el sueño de la nieve heladora. Coño, la nostalgia hace que se descontrolen los esfínteres y que babosees las almohadas en sueños como le pasa al pachorras de Homer Simpson. Si hay que acostumbrarse a dormir de pie, se hace. Iniciemos locuras nuevas recurriendo no ya a los renacimientos viejos sino a las psicodelias futuras, que cualquier día la Luna puede caérsenos encima y entonces será tarde. Los chinos no lo dicen; pero algo pasa cuando han preferido la cara oculta.