Kabalcanty
Un evento con flores y nata (Primera parte)
Recorrió con la mirada al grupo de invitados que estaban en pie junto al mostrador de las bebidas. Se fijó en Lucas, con su camisa ya arrugada y los faldones por fuera del pantalón, cómo se balanceaba algo mientras buscaba el asidero de cualquier mueble. Los demás sonreían, bebiendo o masticando el fiambre o los sándwiches de paté o cualquiera de las rácanas exquisiteces del catering. Había pasado la medianoche y la celebración estaba en auge.
Él prefería distanciarse, sentirse dentro pero lo suficientemente lejos. Sí que es verdad que organizar reuniones o eventos de ese tipo le gustaba, los preparativos, las gestiones, la colocación de los muebles y aderezos, eso sí, sin embargo le costaba integrarse del todo cuando la fiesta iba tomando alas.
— ¿Bebes solo?
La voz de Octavia le hizo dedicarle una sonrisa de compromiso.
Ella era la dueña de la casa, una especie de mecenas del siglo XXI que le gustaba llenar la casa de gente para sentirse querida y necesaria.
Se rodeaba de diputados, artistas excéntricos, negociantes o empresarios que olfateaban dividendos dónde y con quien fuera.
— Estas preciosa, y sabes que no miento, Octavia.
Le dijo, sopesando las capas de pintura en su rostro ajado y la pedrería que iluminaba su cuello, muñecas y los lóbulos de sus orejas.
Persistía en parecer una esplendorosa madurez pero sus cirujanos y esteticistas hacía tiempo que tiraron la toalla.
— Tienes que hablar con Cosme Lazcano -le dijo, acercándosele con coquetería a su oído- Quiere poner en marcha cierto negocio y te he recomendado para que le orientes; dirige una compañía muy importante de vuelos.
Por fortuna, Sarita Bela, una cantante que escupía versos con su voz cascada, la cogió del brazo y se la llevó a un aparte con una alocada risita.
Lucas, en mitad de un círculo, bailoteaba con una mujerona negra. Estaba sudando la borrachera y se arrimaba sinuosamente a la mulata lo que le procuraba vaivenes de beodo que parecían muy graciosos a los que les rodeaban.
Salió al jardín para prender un pitillo. Aprovechó para quitarse la corbata y guardarla en uno de los bolsillos de la americana. Hacía tanto calor en esa noche primaveral que el frescor húmedo del jardín le obligó a cerrar los ojos e inspirar con concentración. A lo lejos, encima de los pechos de la sierra, las estrellas volvían a renacer. Las miró titilar como embrujado mientras lanzaba nubes de humo que se desvanecían en hebras grises. Por encima de su cabeza solamente un manchurrón oscuro abatido por las farolas de la urbanización.
Sintió su pecho encogerse con las caladas al cigarrillo y lo lanzó con asco al fondo del parterre. Precisamente al observar la curva descendente de la colilla, vio a un tipo calvo arremetiendo por detrás a alguien. Movía las caderas con energía al tiempo que el sudor refulgía en su rostro pulcro.
Se colocó en otro ángulo para mejorar la visión. Desde ahí escuchaba los jadeos, que trataban de sofocar infructuosamente, y se cercioró que el tipo calvo tenía los pantalones bajados. Quiso reír abiertamente pero se tapó la boca y se escoró a un esquinazo más propicio.
El hombre calvo se limpió el pene con los bajos de su camisa mirando hacia los lados con desconfianza. Tras el seto, se subía los pantalones Celio Vasco, un joven escultor que comenzaba a oírse en los medios culturales de la Comunidad Autonómica. Se secó con un kleenex la cara y la entrepierna y lanzó el pañuelo entre la población de flores multicolores.
— Llámame al despacho después de las diez y media -susurró el tipo calvo tendiéndole una tarjeta- Nunca antes de las diez y media.
Primero se incorporó el escultor a la fiesta, pasando por la entrada que descubría el paseo del estanque; unos minutos después lo hizo el otro repeinándose el escaso cabello sobre las sienes.
Se encogió de hombros e hizo un gesto irónico que le hizo terminar sonriendo.
— Te veo ausente, Santi.
Le dijo Daniel Salaverry, un empresario cultural, al reincorporarse al interior.
El empresario bebía un líquido verdoso dentro de su vaso labrado. Tenía el bigote húmedo encima de unos dientes demasiado perfectos para ser reales.
— Al final me cansan las fiestas -le contestó, yendo a buscar un lugar más espacioso- ¿A ti no?
Salaverry cerró los ojos para asentir.
— Pero es la mejor manera de hacer negocios y…… de futuribles polvos.
Río de buena gana tras guiñarle un ojo.
Santi sacudió la cabeza para darle la razón.
— ¿Nunca has pensado que la sociedad se mueve por polvos que se convierten en negocios tarde o temprano?
El empresario quería darle una seriedad a su pregunta que se le escapaba en la imprecisión con que sujetaba su vaso labrado.
— Los magnates de la cultura navegan entre fluidos íntimos que mañana serán historia de arte en este país. –añadió Santi, chocando su puño contra el vaso del otro.
— Y los sinvergüenzas ¿qué cacho se llevan?
Salaverry se llevó su bebida a los labios y dio un sorbo corto.
— Esos, como yo, arriman siempre el ascua a su sardina, Dani.
El empresario rio más fuerte esta vez para perderse entre los invitados guiado por una jovencita que le había cogido por el codo.
Santi fue hasta el mostrador para servirse un más que generoso whisky sin hielo. Movió la bebida varias veces girando el vaso y tomó un trago largo.
Lucas, tumbado a lo largo de un sillón de cuero, hablaba y hablaba a la vez que Rosy Mekánica, una discjockey famosa por su sonido músico-visual, le sujetaba la cabeza en su regazo. Lucas decía y ella le hacía circulitos en el pelo con sus dedos tatuados.