Milagros Domínguez García
¡¡Hoy también es el día del padre!!
Juan nació en abril de 1926 en una pequeña aldea de Ourense. Fue educado en el seno de una familia humilde y numerosa, donde desde muy niño comenzó a trabajar.
Siendo aún muy joven emprendió el camino que le hizo ostentar la condición de emigrante gran parte de su vida y, junto a mi madre, estableció su residencia en dos países, España y Venezuela.
Un infatigable trabajador cuya única preocupación era el bienestar de su familia. Sin duda un acto de generosidad absoluta ya que apenas se preocupaba de él mismo y cualquier empresa emprendida tenía como finalidad nuestro confort.
Fue un hombre educado en un entorno social que dista mucho del actual, un hombre que nunca impuso su razón por la fuerza y que en innumerables ocasiones tuvo que subirse a toda prisa al tren de la modernidad sin saber con exactitud cuál era su dirección y destino. Pero lo hacía por las exigencias de los tiempos y porque nosotros, sus hijos, le demandábamos aquellos cambios que el asumía como buenamente podía.
Recuerdo una frase que siempre salía de su boca: "o vello está a morrer e está a aprender", cuando la más díscola de sus vástagos (yo), le explicaba o pretendía hacerle ver que "las cosas no eran como antes". Él, lejos de negarse, intentaba comprender por qué su pequeña ya no quería ser la niña de sus ojos y quería ponerse el mundo por montera, hacer de su capa un sayo y erigirse como dueña absoluta de su vida.
Cuántas veces tuvo que hacer de tripas corazón, sobreponerse a todo lo que acontecía y, aunque en muchas ocasiones se apreció la tristeza en su rostro y en sus ojos verdosos asomaron las lágrimas, no se derrumbaba y encajaba los golpes de la vida con valentía.
Seguramente nada salió como el pretendió y precisamente por su generosidad y bondad el último tramo de su vida fué difícil. Pero su dignidad y su orgullo hicieron que todo lo asumiera como sólo los grandes saben hacer.
Es inevitable para mí no recordar con nostalgia a aquel hombre que a pesar de las diferencias que existían entre nosotros siempre me miró como el artista que mira su obra terminada, con satisfacción, con el gran amor que me profesaba y seguramente sabiendo que yo era el ejemplo vivo de su carácter y fortaleza.
La mayor de las batallas a la que le vi enfrentarse fue a su enfermedad y lo hizo con entereza sin dejar de darnos lecciones de aprendizaje y vida. De aquellos difíciles momentos donde tanto sufrió, aprendí que ni la queja, ni la rendición eran opciones, que no se avanza sin luchar y que cada día hay que vivirlo como si fuese el último.
Se fue como vino, sin nada, pero con el reconocimiento y admiración de su familia y sin lugar a dudas con mi agradecimiento infinito, mi respeto y con el amor que se merece alguien que con toda seguridad fue el mejor padre que podría yo tener.
En el día del padre y todos los días, mi homenaje va para aquel que me dejó la mejor de las herencias: educación, valores y amor incondicional.
Allí donde esté me seguirá mirando con esos ojos que a veces mostraban incredulidad, pero segura de que su corazón no deja de decir orgulloso...
¡¡Es mi hija!!