Alexander Vórtice
Aún en pie
Uno va pasando por la vida a golpe de calendario.
Me recuesto en el sofá y observo detenidamente a mi gato: Poe siempre ha tenido una extraña manera de otear por la ventana. A los coches rojos les presta más atención que a los coches blancos, también es más devoto de los mimos de un humano conocido que del calor corpóreo de otro gato.
Afuera llueve y el gris es necesario para reverdecer lo árido.
Cuando llegas a los 40 años no sabes muy bien dónde carajo has metido 39 y pico de los años existidos: amistades que van y vienen, pasiones de paso y pasaduras de tarro, enajenación pasada que nos conllevará un desgaste mental futuro…, caos y perfección, vínculos y rasgos de suma libertad.
Lo dicho. Uno no sabe dónde ha metido el tiempo, aunque el tiempo no sea más que una invención de algún trasgo irlandés al que le encanta desvalijar las casas ajenas procurando monedas de oro y plata, mientras los inquilinos sueñan con una vida un poco más acomodada.
Uno va pasando y sabe que las modas también pasan ya que éstas son una invención nimia del ser humano, y todo lo que crea o toca el ser humano, por ventura, se convierte en algo transitorio.
Ayer yo escribía un poema que sabía a gloria, y hoy lo releo buscando en él un atisbo de buena vibra, de calidad. No le faltan canas y rugosidades al asunto. Me miro al espejo y veo lo que en unos lustros será un semblante maquillado por el paso de los daños, las peleas con uno mismo -que suelen ser las más brutales- y un silbato que me hará saber que todo va llegando a su fin.
A los cuarenta casi todos tus amigos de juventud se han ido de la ciudad para no volver. Los que quedan empujan carritos con bebés rollizos; padres que pasan por tu lado y te preguntan lo de siempre: “¿aún tienes esa puta manía de escribir?”.
Aún lo hago, joder, sí que lo hago…
Me meto de lleno en el papel en blanco y rememoro cuando rasgué aquel folio en el que plasmé todo tipo de tonterías impúberes. También recuerdo cuando me emborraché a base de güisqui barato y subrayé una loa a una desconocida que, finalmente, nada tenía que ver con las inexploradas mujeres a las que les dedicaba odas el maestro Pablo Neruda.
En dos meses se casará mi amigo de la infancia Jesús Iglesias. Estoy invitado a la ceremonia porque Iglesias -aún a estas alturas- echa de menos los viejos tiempos en los que ensalzábamos al viento como quien mima el filo de una navaja empapada en esperanza.
En el convite, cuando nadie mire, no descarto evadirme durante unos minutos y rasguear en alguna pared o puerta "ADHUC STANTES" ("aún en pie") en honor a los compasivos tiempos que ya no son, en honor a los magníficos tiempos que serán a partir de ahora.