Kabalcanty
Una última guerra (Parte 4ª)
El cauce del río traía tantos peces muertos como sólido espumarajo que se remansaba en la orilla formando diques de nata enredado entre juncos amarillentos. Se escuchaba el discurrir manso del agua y el manejo de los recipientes de aluminio que, desde el camión, descargaban algunos soldados para el rancho de la cena. Atardecía en el frente mientras, alejados, Susana y Lorenzo fumaban a medias un pitillo. Permanecían silenciosos, sentados a unos metros de la orilla, pasándose el cigarrillo, después de que intercambiaran unas frases tópicas sobre la falta de lluvias, el calor agobiante y el auxilio del frescor de la noche.
— Perdí a mi hombre donde nace este podrido río -dijo Susana sin mirar al hombre- Fue en Kala Riba durante los primeros enfrentamientos armados, en ese otoño horroroso; el disparo le atravesó la cabeza, cayó al río y la corriente lo arrastró.
La regidora hizo un paréntesis y volvió su perfil curtido a Lorenzo.
— Lo siendo, Susana. Todos hemos perdido tanto.
Una rata de agua sacó su hocico entre la espuma de la orilla y les observó unos instantes. Movía su nariz, embadurnada de blanco, en su dirección pero sin salir del agua.
— Puede que hasta esa puta rata haya perdido algo -dijo él, pasándole lo que ya era una colilla- Yo tenía mujer y dos hijos y perdieron la vida en ciudad Capital, todo quedó arrasado, ni huesos se encontraron.
Lorenzo bajó la cabeza y cogió una piedra para lanzársela a la rata.
— Tengo que confesarte algo, capitán: no sé si merece la pena tanta pérdida para un final que no va a ser cómo pensábamos. Tengo miedo en el fondo aunque no lo quiera transmitir.
— Nuestro deber es no transmitirlo, Susana, pero…. ¿pinta tan mal el desenlace? Creí que esperábamos conectar con los sureños franceses.
Lorenzo apagó la colilla que le pasó ella hundiéndola en la arena oscura.
— En la última semana han caído Acracia Alfa y Elíseo 1 y 2, eran nuestros peldaños para enlazar con los franceses. Estamos aislados, capitán, jodidos de verdad.
Una oleada de viento abrasador dobló algunos juntos hasta tocar el agua. La línea del horizonte se enrojecía por momentos como una boca codiciosa urgiendo oscuridades.
— No paran de llegar refugiados y estamos desbordados, sin dinero, sin alimentos, sin medicinas, sin armas... La moral ya flaquea en muchos aunque, como nosotros, lo disimulen. Intento dar una imagen firme pero….. entiendo que llegue la desesperanza.
La mujer tragó un sollozo con entereza y volvió pausadamente el rostro al hombre.
Entre los botones de la camisa de cuadros se vislumbraba la esfera de uno de los pechos de Susana. Lorenzo hubiera querido tocarlo, eliminar por unos momentos la guerra y sentir el cuerpo de la mujer.
— Ven, -dijo ella incorporándose- un poco más abajo nadie nos verá.
El hombre, turbado por la imprevista determinación de ella, dudó unos segundos.
— Ven, yo también tengo ganas; olvidaremos por unos momentos -dijo Susana con naturalidad.
Hicieron el amor con celeridad, rápidos en sus caricias y en sus orgasmos, mecánicos, ávidos, perentorios y postreros dedicados al instinto como si fuera un inútil ciclo.
Todavía no había oscurecido del todo, cuando Susana comenzó a vestirse. Mientras ella se ajustaba los vaqueros, Lorenzo trató de besarla en el inicio del cuello.
— ¡Un momento, capitán! -exclamó Susana retirándose- Se terminó el cachar y volvemos a ser los mismos que hace diez minutos. ¿Ok?
El hombre asintió algo avergonzado y sin entender del todo.
— No lo tomes a mal, Lorenzo, teníamos ganas y nos desfogamos, ahora sigamos nuestras vidas.
Ya oscuro, se fueron acercando al campamento del frente. En una mesa improvisada sobre dos bidones, les esperaban el comandante Rodríguez y los dos hombres que acompañaron al capitán Lorenzo. Alzaron sus vasos cuando les vieron llegar.
— Brindemos porque esos mamones de los contras aparezcan y les demos lo suyo -dijo el comandante elevando su vaso.
La regidora llegó sonriente y se dejó llenar un vaso por uno de los otros hombres. Lorenzo, con un gesto más severo, aceptó el brindis poniéndose en la mesa al lado contrario de ella.
"Se abracen los continentes
por este momento cumbre
que surja una perdidumbre
de lágrimas de alegría.
Se baile y cante a porfía
se acaben las pesadumbres"
— Que sirvan estos versos de mi querida Violeta Parra para tomarnos todo el vino de los vasos, señores -dijo Susana, apurando de un trago su licor.
Retirados de ellos, el primer turno de la tropa comía el rancho con dispersión. Reían y bebían hombres y mujeres uniformados antojadizamente como si su suerte no fuera un frente de guerra. El enemigo contrarrevolucionario tendría que venir desde las cumbres que en ese momento se veían oscuras y difusas, sin embargo, la calma, la noche fresca que presagiaba otro nuevo día de calor, era una rutina que invitaba a la dispersión, al olvido de una muerte próxima. Mujeres y hombres soldados bromeaban a unos metros de las trincheras y su chacota sonaba en la noche como un único disparo. El techo del cielo, alargándose más allá de la sierra como espectador impertérrito, pendía con su crucigrama de estrellas.
— ¡¡ Muerte al contra hijo de puta!!
Gritó una mujer soldado encaramándose sobre su asiento y fue arropada por todos golpeando con fiereza la mesa que sostenía el rancho. También desde las trincheras se escuchó alguna alusión y un festejo que se confundió entre tanta tenacidad jubilosa.