Jesús Iglesias
Víctor y Abe
Como no soy dado a asistir a fiestas de la lamprea o a preparar churrascadas antes de ir a votar, pues me gusta ejercer mi derecho con el estómago vacío para que no se me olvide jamás que soy progresista, durante la jornada de reflexión decidí regalarnos a mí y a mi inminente esposa (título que por otra parte yo ya le había otorgado extraoficialmente sin su consentimiento a los diez minutos de conocernos) uno de esos orgasmos intelectuales que acontecen, con suerte, un par de veces al año. Tan solo unos días antes me había rebotado a mi correo electrónico Víctor Prieto, uno de los mejores acordeonistas del mundo (y no sé por qué digo 'uno' cuando en realidad quiero decir que es el mejor), un mensaje que me puso de punta los pelos del alma: el ciclo de música jazz de 1906, los de la cerveza, incluía en su programa una 'tournée' de conciertos del virtuoso ourensano a dúo con el mejor pianista de jazz de Europa (escribir 'uno' aquí sería faltar a la verdad), el prodigioso Abe Rábade.
En el elenco de 'venues' de la gira aparecían nombres de templos de la música tan sugestivos como el pub Filloa de A Coruña, el Clavicémbalo de Lugo, el Café Latino de Ourense o el Salón Regio de la Sede del Real Club Celta de Vigo en la calle Príncipe, un edificio de fascinante arquitectura en el que hacía unos meses me habían conducido a otro de esos orgasmos intelectuales a los que antes hice mención el veteranísimo batería Eliot Zigmund (conocido por haber tocado mucho y muy bien con Bill Evans), el colosal saxofonista Chris Cheek y un contrabajista llamado Manel Fortià a cuyo talento sigo los pasos desde entonces. Sin embargo, hacía más bien poco que había asistido a eventos organizados por Eduardo Rodríguez y Alberto Grandío, y el trajín laboral que me persigue durante los días de semana motivó que desechase los maravillosos locales de las capitales de provincia. Por otra parte, jamás se me ocurriría hacer otra cosa que escrutar durante un escrutinio electoral, incluso aunque sea con jazz de fondo, así que dejé para otra ocasión las galas del señorial salón olívico y me decidí por el Riquela Club de Santiago.
Mis anhelos de escuchar juntos en dúo 'ao vivo' por vez primera a estos dos animales del jazz (o de la 'world music', como acota Prieto de vez en cuando) me llevó a estrenar, de modo inaugural en mi vida, cual fanática de Justin Bieber al acecho de una primera fila, el taco de entradas del Riquela. Y más por obstinación y deseo que por casualidad, accedimos también en primer lugar mi pareja y yo, con esos flamantes billetes 001 y 002 que habíamos adquirido, a la sala de conciertos. El placer que a continuación nos extasió solo pueden explicarlo la íntima conexión, el abrumador talento y la química sin aditivos cuya génesis se produjo a mediados de los años 90, cuando dos jóvenes gallegos que habían cursado estudios musicales con Suso Atanes en la escuela compostelana Estudio (por la que, antes o después, pasaron y siguen pasando los principales artistas de jazz de Galicia) se encontraron en Estados Unidos. Allí, en el prestigioso Berklee College of Music, se encontraba ya un prodigio emergente llamado Abelardo Rábade, cuando aterrizó en Boston con su acordeón Víctor Prieto.
Del aeropuerto se fueron ambos directos hacia unos almacenes a comprar el mobiliario necesario para instalar al genio ourensano en su apartamento, más concretamente en su habitación, en donde, según ha desvelado Prieto, al pianista santiagués se le daba por realizar ejercicios musicales a las tantas de la madrugada. En poco tiempo, Abe volvería a su tierra para dirigir el semillero de talentos del Seminario Permanente de Jazz y convertirse en uno de los pianistas más importantes que ha tenido España (artistas muy acostumbrados al foco de los medios como Salvador Sobral parecen opinarlo) y Prieto… Bueno, la historia de Prieto, que se quedó a vivir en Estados Unidos y que ya lleva allí, literalmente, la mitad de su existencia, daría para una extensa narrativa de peripecias, pero podría resumirse así: el obstinado músico gallego que logró convencer al profesorado del Berklee de que su acordeón sonaba tan a jazz como la trompeta de Dizzy Gillespie y que se convirtió, de hecho, en el primer alumno en 'graduarse' en el College con este instrumento, que conquistó los más importantes escenarios de Nueva York y que ha grabado con muchos de los grandes, incluido el mentado Chris Cheek.
Tal y como contaron en el transcurso del concierto, este arrebatador dúo, que nos regaló el primer concierto-orgasmo de 2019, se gestó coincidiendo con una actuación de Abe Rábade en el Carnegie Hall neoyorquino. Prieto invitó al compostelano a unas fajitas en su apartamento y ambos coincidieron en que, entre tanta Panorama y Rosalía, era una buena idea deleitar a sus paisanos con un poco de música de verdad. Y de aquellos barros han salido hermosas esculturas musicales que, en el Riquela Club, acariciaron el alma de hasta el más lego en jazz de los presentes. Un repertorio que incluye arreglos de algunas de sus composiciones ('O paxaro cando chove', 'Chatting with Chris'…), músicas brasileñas y argentinas (hasta un arrebatador 'Libertango' de Piazzola interpretado en base a una partitura que Prieto le 'mangó' a Paquito D'Rivera), ritmos propios de los carnavales ourensanos (Rábade estrena una emocionante pieza titulada 'Epílogo') y hasta un blues.
Reza el programa del ciclo jazzístico de 1906 que Abe y Víctor se marcharon un día para regresar y convertirse en 'profetas' en su tierra. A pesar de que empatizo con las buenas intenciones de tal aseveración, si Rábade y Prieto merecen el apelativo de profetas (o de 'messengers'), este debe referirse al mundo del jazz en su conjunto. Es posible, como sostienen algunos 'veteranos' músicos gallegos, que ambos se estén acercando todavía al nirvana de su madurez artística, pero los dos han recibido ya el aplauso de la crítica internacional y a ninguno le queda nada por demostrar, ni en Galicia ni en ningún sitio. Y aunque no pare de repetirme que los momentos inolvidables de nuestra existencia no tienen precio, les recomiendo a todos los que alguna vez se encuentren con el nombre de estos dos monstruos compartiendo cartel, que inviertan como yo diez euros en un poco de eternidad.