Jesús Iglesias
Ética ligera
Rezaba una brillante frase 'twitteada' por el cómico Ignatius Farray que "a la derecha la votamos por lo que somos, mientras que a la izquierda por lo que nos gustaría ser". La sarcástica ocurrencia define a la perfección (el humor y la poesía siempre lo hacen) ese reiterado binomio argumental que los individuos de ideología reaccionaria emplean para atacar a las personas que profesan pensamientos progresistas: el complejo de inferioridad de los fachas frente a la supuesta superioridad moral de la que acusan a la izquierda. Al margen del prepotente trasfondo que tienen los ataques, que van adornados de todo tipo de insultos supremacistas hacia quien ellos consideran en realidad inferior, llama poderosamente la atención que el motivo de los mismos no sea otro que el que sus prójimos se sientan orgullosos de querer una sociedad más igualitaria y justa. Es decir, lo que jode es que el otro sea buena persona y, sin embargo, nosotros defendamos a capa y espada que no hay pan para todos y que un mundo decente es imposible. Se trata pues de desacreditar a alguien solo porque nosotros somos unos cabronazos y no soportamos sentirnos éticamente a la altura.
Al margen de la aplastante lógica de comprender que si alguien defiende un modo de pensar es porque lo considera moralmente más adecuado (por lo tanto, mejor) que otras alternativas antagónicas al mismo, nada puede resultar más patético que intentar descalificar a otro por ser más tolerante, bondadoso, abierto de mente o soñador que nosotros. De un modo subrepticio, casi podemos escuchar una voz en off murmurando entre dientes: "¿Por qué tienen que presumir estos progres de tener capacidad de pensamiento crítico? ¿Para qué diantres se preocupan de si el mundo es justo, los pobres tienen algo que llevarse a la boca o las mujeres cobran lo mismo que los hombres? Con lo bien que estamos con nuestras misas, toros y reyes, ¿por qué tienen que venir ahora estos a preguntarse si Dios existe, si el animalillo sufre, si el jefe de Estado tiene que ser elegido democráticamente o si hay fusiladitos de los que nadie se acuerda en una cuneta? ¡Qué ganas de hacernos sentir inferiores a los demás!".
En el relicario de demagogias de los derechones más fatuos se incluye a menudo esa tediosa sentencia que asegura que "el comunismo es utópico, imposible de llevar a la práctica". Los ejemplos que vienen a continuación de dicha frase son por todos conocidos: Stalin, Fidel Castro, Corea del Norte, Venezuela, Chávez, Maduro… La imposibilidad de que los regímenes de izquierdas no acaben por convertirse en una dictadura. Las socialdemocracias nórdicas, Salvador Allende, el legado de Pepe Mujica, el Portugal de António Costa o los derechos sociales que todos adquirimos con gobiernos socialistas en España, ni mentarlos. De las decenas de regímenes dictatoriales desarrollados al amparo del capitalismo, ni rastro en sus discursos (cuando, de hecho, han sido muchísimos más). Y lo cierto es que argumentar una y otra cosa es en igual medida demagógico. Si a un triciclo le quitamos una de sus tres ruedas, deja de serlo. Si un sistema que inicialmente promulga el reparto equitativo de la riqueza, deviene en una dictadura, deja de poder denominarse un sistema socialista, comunista o socialdemócrata. Pasaríamos a hablar de una bicicleta y de una dictadura, precisamente. Yo jamás he empleado la expresión 'dictadura capitalista' para definir un régimen autoritario. Es una dictadura y punto.
La frase difundida en redes sociales por Ignatius Farray no era precisamente nueva. Venía a evocar en clave de humor aquella otra que afirmaba: "Todo lo que nos contaron del comunismo era mentira; pero lo peor es que todo lo que nos contaron del capitalismo era verdad". Aseguran los carcas que las ideas de izquierdas jamás podrían funcionar. Coincido con ellos en que el capitalismo sí ha logrado sus objetivos: llevar a dos tercios de la humanidad a una situación de pobreza extrema, convertir el trabajo en esclavitud, dejar el planeta hecho un vertedero e institucionalizar la injusticia (por mucho que últimamente hasta a Antonio Escohotado le haya dado un 'parrús' mental y se afane en defender lo indefendible).
A estas alturas, tampoco es que le vaya a exigir coherencia a la derecha. Hace unos días, un individuo me acusaba de analfabetismo terminológico por aplicar la palabra facha para referirme a franquistas, a falangistas y a la ultraderecha española y me invitaba a buscar el significado de dicho término. Aunque quise ser indulgente con su parálisis intelectual, no pude perdonarle que fuese un vago redomado y que, antes de enviarme a mejorar mis niveles de instrucción, ni siquiera se hubiese tomado la molestia de comprobar que, como la propia RAE recoge, el concepto se emplea también para definir a personas, como él, de ideología reaccionaria (no obstante, la palabra ya estuvo muy de moda no solo durante la dictadura de Franco, sino también en el período de la Transición). ¿Qué podría esperarse de los mismos que dicen que los partidos de derechas son los mejores gestores económicos, pero que, al mismo tiempo, admiten que "no hacen más que robarnos"? Quizás se les escape también que, si de macroeconomía se trata, un país de filosofía comunista como China hace ya tiempo que ha adelantado a Estados Unidos como primera potencia mundial (como observó un amigo mío en una ocasión, "el capitalismo es tan malo que no gana ni en lo suyo").
Si aplicásemos su argumentario al ámbito de las relaciones personales, los retrógrados serían de ese tipo de personas que prefieren al cabrón declarado que a aquel que intenta ser justo, pero termina por defraudarles. Paradójicamente, si te comportas como un completo mamón, eres un ladrón y defiendes una sociedad injusta, clasista y racista, tienes todo su perdón. Eres un 'hijoputa', pero al menos no has traicionado la confianza de nadie. Ese es el rasero por el que se miden las ideologías de derechas y el capitalismo voraz. No se juzga a la ideología por traer consigo toda la injusticia que, ya de antemano, promulga. Se juzga como mucho, a veces, a algún dirigente. En sentido contrario, a la izquierda se la reputa no por lo que defiende, por más que sea justo, sino porque no haya sido capaz de cumplir lo que prometía. En lugar de seguir luchando por un mundo mejor para todos, tenemos que resignarnos y admitir que es imposible ser una buena persona.
De lo que se olvidan los intolerantes es de que a alguien progresista le pueden defraudar otros seres humanos, pero jamás sus ideas. Nunca tendré que recuperar el orgullo de pensar como pienso, ya que jamás tendré que arrepentirme de querer un mundo más digno. Me gustan las personas que quieren ser moralmente superiores. La decencia y la integridad no me causan complejo de inferioridad, sino admiración.