Beatriz Suárez-Vence Castro
Tiendas como la de Sonia
Conozco a Sonia desde hace poco. La había visto varias veces tras el mostrador de su tienda y habíamos tenido esa conversación breve y práctica entre tendero y cliente, pero puedo decir que la conocí realmente tras recibir una llamada suya de teléfono.
- Hola, ¿Eres Beatriz?
- Sí
- Soy Sonia, de la tienda donde compraste el bizcocho esta mañana
- Ah, sí. Dime, Sonia
- ¿Has visto si estaba bien?
- Pues…la verdad es que lo probé, pero estaba seco
- Sí, te llamo por eso. No me di cuenta cuando lo corté, pero ahora he visto que no ha llegado a cuajar del todo y está seco. No suele pasar, pero algo ha salido mal. Cuando vuelvas por aquí, te devolveré el importe.
La tienda de Sonia es una tienda de barrio. Por fuera parece exclusivamente una frutería, pero en realidad es una tienda de comestibles en la que se puede encontrar casi de todo. Tiene productos frescos que llegan de proveedores pequeños, de confianza. No hay máquinas expendedoras. Dos personas, una por la mañana y otra por la tarde, hacen todo el trabajo.
La calle donde está situada tampoco es grande. No hace mucho era una calle bastante gris pero ahora va avivando su paleta de colores con pequeños negocios, un restaurante e incluso una Escuela de Arte. A pesar de ello, como ocurre con tantas calles aledañas al centro y consideradas de paso, continúa siendo una gran desconocida.
En uno de sus lados encontramos casitas bajas y blancas que, de haber estado situadas entre canales, nos harían pensar inmediatamente en Amsterdam. Sin embargo, conforman una calle pontevedresa llena de personalidad en la que han confiado unos cuántos valientes, el sector más entusiasta del mercado a pesar del maltrato al que es sometido por el propio sistema: los emprendedores.
Empieza a ser urgente revitalizar el pequeño comercio, que resiste entre grandes superficies y, sobre todo, entre compras a través de Internet. Cuántas tiendas que recordamos con cariño han cerrado ya y cuántas están sufriendo, aguantando para no tener que abandonar.
El pequeño comercio tiene un valor imposible de encontrar en los grandes almacenes y mucho menos en la red: el humano. Gente como Sonia que hace todo, que cubre cualquier "departamento" además de la caja y que, cuando una de sus proveedoras comete un error, llama a sus clientes y se encarga personalmente de que le sea devuelto el dinero. A ella y a otras tenderas como ella les preocupan sus clientes y lo que compran. Sonia tiene más referencias que un simple número de pedido.
Muchas veces hablamos de los problemas como si fuesen algo abstracto o ajeno a nosotros, sobre lo que no podemos influir: "El pequeño comercio se está perdiendo" "Muchas tiendas están cerrando" y, simplemente, asentimos apenados como si no pudiésemos hacer nada por evitarlo y el hecho de que dejen de existir fuese debido a un destino irrevocable.
Pero cada pequeña decisión que tomamos, cuenta. Puede parecer que, en un principio, gastamos menos si hacemos caso a las ofertas, pero no sopesamos otras cosas como la ayuda que recibimos al escoger el producto, la calidad del mismo, su originalidad o la reparación sin que sea necesaria su sustitución por otro.
No son raros los casos en que, después de haber comprado un producto en una página web, si éste tiene algún defecto, el cliente acude a la tienda del barrio para que se la arregle, y el comerciante lo hace sin cobrar el arreglo, a pesar de ser un producto que sabe que no ha sido adquirido en su establecimiento. Detalles valiosos que no se valoran. Gestos humanos que una máquina no hará nunca por muy sofisticado que sea su sistema.
Si se trata de ropa o de, por ejemplo, un casco de moto, las tallas no suelen corresponderse en la red con lo que el consumidor piensa, y no está muy seguro de qué talla elegir; entonces va a una tienda física, se lo prueba y luego lo compra en la página web porque es más barato, aprovechándose de la amabilidad del comerciante. Es lícito, pero ¿es justo?
No se trata de privarnos de los beneficios que podamos obtener al hacer la compra desde casa, ni de dar la espalda a la revolución que supone, si no de evitar que, debido a ellos, el comercio local, muera.
Hay mucha ilusión, mucha valentía y muchas horas de trabajo invertidas en un negocio pequeño. Son valores que no deberíamos ignorar porque, si lo pensamos detenidamente, son bases firmes para construir un mundo más amable y menos hostil en el que vivir y cada acción, cada decisión que tomamos, cada ejemplo que damos a las nuevas generaciones, cada paso por insignificante que parezca, hace camino.
Ambos comercios, tradicional y on line pueden coexistir perfectamente, si no dejamos que uno asfixie al otro. ¿Se imaginan cómo sería su barrio sin ningún establecimiento en las calles?
Si esa imagen le entristece, en la cesta de la compra está la solución.