Jesús Iglesias
A cuerpo de rey
Acaba de protagonizar el rey emérito el oxímoron definitivo. Un brindis al sol nivel leyenda que solo Juan Carlos I podría permitirse. Un titular periodístico cuyo sujeto perece semánticamente de un modo estrepitoso sobre su predicado y se traduce matemáticamente en cero: ha anunciado con dos bemoles el monarca español que se retira de la vida pública, lo que en la jerigonza de un súbdito vendría a equivaler a una jubilación definitiva.
La noticia ha cogido un tanto por sorpresa a la sociedad ibérica, no tanto porque desconociésemos que el patriarca Borbón hubiese saboreado alguna vez los sinsabores de tener un ‘curro’ como por ignorar que su abdicación era una suerte de prejubilación como directivo de esa gran multinacional que es España.
Que ‘Juancar’ diga que se retira de la vida pública equivaldría a que yo le comunicase hoy a mi novia, al llegar a casa, que abandono definitivamente mi carrera como modelo: si lo largo con un tono ceremonioso da para hacerle soltar un par de carcajadas, pero en la práctica no supondría ninguna modificación en mi actual modelo de vida.
Que el rey emérito anuncie que no va a trabajar nunca más es, de largo, la noticia con más carga homeopática de la que jamás haya tenido conocimiento como periodista. Su majestad nos comunica que a partir de ahora no va a hacer nada. No como hasta la fecha, que venía partiéndose el lomo por la patria y limpiando escaleras (además de cloacas) en Zarzuela.
Nos preguntamos todos, en efecto, ¿qué hace un rey cuando se retira? ¿Se trata de una jubilación a la japonesa y, en consecuencia, el monarca se pondrá a trabajar? Más allá de la pensión que le corresponda por haber ejercido con maestría (y con dinero público) la misma profesión que Alessandro Lecquio, el cambio de estatus tiene unas implicaciones cruciales para la existencia de sus vasallos: a partir de ahora, cuando Juan Carlos I acuda a una misa, un partido de fútbol o una corrida de toros, cada vez que se emborrache como una uva y se caiga de bruces por la cogorza, cuando se meta en embrollos de faldas, cace elefantes en Suazilandia, monte alguno de esos cristos a los que nos tiene acostumbrados o se comporte como el Froilán más asilvestrado, ya no lo hará como rey emérito, sino a título personal, en privado, para sus allegados.
La confusión que ha producido el comunicado del padre de Felipe VI viene dada, en parte, porque los plebeyos pensábamos que un rey, al ser emérito, ya estaba retirado, y desconocíamos la ingente actividad institucional que venía ejerciendo desde su abdicación, en el año 2014 (la Casa Real sostiene que, desde la citada fecha, han sido 119 actos oficiales de diversa índole).
El relaciones públicas de la discoteca España no nos ha salido precisamente barato a los lacayos, ya que en 2018 percibió un salario anual de casi 200.000 euros y todo parece indicar que, por los ocho actos públicos en los que ha participado durante estos primeros cinco meses de 2019, le caerá una propina de unos 25.000 euros por evento.
Su agenda pública estaba tan lánguida de contenido que últimamente se debía parecer bastante a uno de esos diarios que nos regalaban a todos por la Primera Comunión. Si los mortales ya solemos enfrentarnos a las jubilaciones con el comprensible vértigo que produce la inminente inactividad, no quiero ni imaginarme el vacío de quien no ha pegado un palo al agua en su puñetera vida. ¿Se traducirá este retiro definitivo en algo así como trabajar en negativo?
Dudo bastante de que veamos a Juan Carlos I dando de comer a las palomas o inspeccionando obras por Madrid para henchir el hipotético tiempo libre que le quede a partir del 2 de junio. Entre escándalo y escándalo, los Borbones jamás han tenido ocasión de aburrirse. Aunque lo que cabría esperar de unos privilegiados que un dictador nos dejó como herencia, a los que nadie ha votado y a los que la Constitución no reconoce por poco el derecho de pernada (pero sí esa trivial y jocosa condición de inviolables) es que al menos tengan la decencia de la discreción, la biografía de la Familia Real española ha sido un constante relicario de inmoralidad, corrupción, desvergüenza, cuernos, espionaje, tribunales, disputas, caídas y provocaciones.
Hasta me parece que Froilán ha salido buen chaval para el ejemplo que le habían dado. Cuando alguien disfruta de una bicoca como la suya solo por el hecho de haber nacido, podría, como mínimo, tener el pudor y el decoro ético de no hacer demasiado ruido.
En todo caso, la decisión de nuestro rey emérito de retirarse de la vida pública me parece tan sensata y oportuna que creo que ha llegado el momento de que el Gobierno se plantee la posibilidad de aplicar la jubilación anticipada a todos los Borbones. Felipe VI ya ha dado síntomas de estar tan ‘gagá’ como su padre, por lo que no sería mala idea que, aprovechando la inercia a pasar por la urna de los últimos meses, se plantease de una vez ese imprescindible referéndum sobre la monarquía.
Al margen de su inutilidad (ser una panda de vagos mantenidos tampoco es el peor de los pecados) y de todo ese capcioso y demagogo argumentario sustentado en aserciones del tipo "¡En otros países hay república y no les va mejor que a nosotros!", la existencia de una Familia Real choca frontalmente, incluso en el más elemental plano conceptual, con la palabra democracia. No podemos ser iguales ante la ley si, ya de raíz, no somos iguales. Ni siquiera cuando se trata de no trabajar.