Kabalcanty
Las fieles turbulencias (Parte 5ª)
¿Por qué molesta tanto que uno sea fiel a sí mismo y evada el consenso de la comunidad? ¿Por qué se supone que una persona silenciosa, callada, está en inferioridad de condiciones frente a otra habladora? ¿Por qué ser distinto tiene la rémora de dar explicaciones siempre?
Desde mi entrada en la Escuela, Toñi insistió a León para ver si a su prima María Luisa le encontraba un hueco en la oficina. Le dijo que tenía experiencia como administrativa ya que hacía unos meses trabajó en las dependencias de una importante empresa textil. Estaba parada y, como vivía sola, emancipada de sus padres que residían en el pueblo natal de las dos primas, necesitaba un trabajo urgentemente.
A León, altruista de pro y metomentodo vocacional, estuvo preguntando por activa y por pasiva en la Escuela hasta que logró una plaza que podía ser perfecta para la tal María Luisa.
El caso es que un lunes en mi cuarto de la Escuela de Actores había una mesa más en la que descansaba un ordenador flamante. Como llegaba al trabajo sumamente pronto tuve tiempo de comprender que mi soledad laboral había terminado. Nadia sabía de la prima de Toñi ni de la mediación de León por lo que me coloqué en mi mesa y esperé la terrible aparición.
La Magallán, vestida con un mono de terciopelo ribeteado de lentejuelas y dirigiéndose con obsequiosidad empalagosa a mi espalda, irrumpió con María Luisa.
La chica era de edad parecida a la mía y a la de su prima, sobrada de algunos kilos y con unos hoyitos en los carrillos que aparecían socarrones cuando sonreía, lo cual ocurría cada dos por tres. Me besó en las mejillas cuando nos presentaron y se marcó sus primeros hoyitos cuando me dijo: "Te has puesto colorao como un tomate, qué salao".
— Luisa -dijo, con intención profesional Lola Magallán, elevando las cejas hasta comprimir su frente- hará un trabajo meramente contable, distinto al tuyo, pero he querido ponerla a tu lado por si el nuevo sistema operativo le da alguna cábala. Tú ya nos has demostrado que eres un experto, mon chéri.
Lo primero que hizo Luisa fue arrimar su mesa obscenamente a la mía, apenas había espacio para que no se rozaran nuestros brazos trabajando en el teclado. Comenzó a hablar fingiendo una especie de rubor que aparentaba llevándose las yemas de los dedos a los labios.
— No creas, mi prima ya me ha hablado de ti.
Dijo, haciendo ese ademán, y riendo como sin querer.
También se llevaba la comida con lo que ni en nuestro tiempo de asueto me libraba de su compañía. Hablaba y hablaba sin parar, al tiempo que trabajaba o simulaba hacerlo, y no le importaba en absoluto mis monosílabos evasivos o mis silencios. En ocasiones, cuando supongo se aburría de sus monólogos, me preguntaba banalidades sobre dudas informáticas para que fluyeran mis palabras y le diera opción a recargar pilas para seguir charlando.
La situación me desbordaba hasta tal punto que cuando llegaba a la pensión ya no podía contemplar la pantalla de mi pc sin que se enturbiara pensando en que al día siguiente seguiría María Luisa a mi lado. Intentaba teclear alguna palabra que le valiera a mi novela y me era completamente imposible: los hoyitos de la prima fluctuaban por encima del monitor de mi pc como un efluvio cuya existencia era martirizarme. Traté de leer, de enfrascarme en alguna novela intranscendente que me sosegara la obsesión, sin embargo nada podía quitar de mi mente el asalto que suponía tener al lado a alguien que agobiaba mi espacio, el mundo que sólo conocía mi soledad y que con tanto empeño y brega defendí siempre.
A la mañana siguiente, cuando llegué a la Escuela, León me esperaba a unos metros de la puerta. Me extrañó encontrarle a esas horas tan tempranas.
— Hoy tenemos a primera hora un examen parcial, nada definitivo, y espero a un compañero para ensayar antes.
Me dijo sin que yo le preguntara nada.
Había cambiado de gorra y de indumentaria, parecía más pulcro y con la barba bastante recortada.
Se dio cuenta de mi percepción y me dijo como excusándose.
— Sí, claro, me verás algo más elegante, normal, tío.
Rio poniéndome la mano sobre el hombro con camaradería.
— Luego, los alumnos también nos uniremos a la celebración. Espero verte en el lunch, tío.
Con un frío interior y la boca extremadamente seca, entré en la oficina. "¿Una celebración?", me decía nervioso, sintiendo la tirantez a los lados de mi cuello y una asfixia que se enrocaba en mi pecho.
— ¿Estás enfermo? -me dijo Luisa nada más llegar, yendo presta a por un vaso de agua- Estás pálido, chaval, y unas ojeras de no haber pegado el puto ojo en toda la noche.
Tenía que irme, salir de allí a escape lo antes posible.
Apareció la Magallán, más madrugadora que nunca, en nuestro despacho.
— Mis young workers -dijo insoportablemente festiva, con el brazo estirado en lo alto del marco de la puerta- han de ser los invitados de honor de la celebración del 60 aniversario de esta Escuela de Actores. Os quiero perfectamente preparados para la una y media, hoy comemos en equipo, parejita.
Aquel comienzo de mañana era una pesadilla.
María Luisa rio incontenible tras las palabras de la Magallán derramando parte del vaso de agua con el que se me acercaba.