Beatriz Suárez-Vence Castro
La tartera
Metálica, gastada de muchos guisos; tan fuera de lugar, citando a Sabina, "como un párroco en un burdel". Centelleaba en medio de la hierba. Llegué tan solo un poco antes de que mi perra metiese el hocico buscando la comida que esperaba zamparse en un sitio tan poco apropiado como un parterre de césped de un parque público.
Quizá fuese la señal más evidente de una acampada que haya podido verse en el Parque de Barcelos, pero lo cierto es que no falta un solo día en que no aparezcan ingredientes para cocinar en la tartera: latas de atún con restos de aceite, huesos y más huesos de churrasco con trozos de carne, pan, fiambre y botellas de vino, además de latas de refresco, paquetes de tabaco y hasta mecheros para poder ponerla al fuego con un cámping-gas. Completan la sensación de andar por casa, prendas de ropa colgadas de los árboles o enganchadas entre arbustos.
Plásticos y papeles, en una ironía mayúscula, rodean los carteles, uno por cada espacio con hierba, en los que aparece una figura de un perro atravesada por una cruz roja en el que se lee: É teu, é noso: Cóidao.
La falta de parques para perros preocupa en una ciudad con un censo importante de canes. Desde el Concello se fomentó hace unos cuantos años la tenencia responsable de estos animales, explicando la utilidad y obligatoriedad del microchip, así como el resto de deberes que conlleva ser dueño de un perro. También se apoyó la lucha contra el abandono y se ayudó a la Protectora Municipal con fondos públicos.
Hoy, tras las recientes elecciones, desde la Administración, el mensaje para aquellos que compartimos nuestra vida con un perro y, lo que es aún más grave para la Asociación Os Palleiros, es que Pontevedra no es ciudad para perros.
Es cierto que sigue habiendo personas irresponsables que no se preocupan de limpiar donde su perro ensucia y no educan al animal para que pueda convivir sin problemas en un espacio urbano. Pero también que los que sí lo hacemos, caminamos demasiados metros hasta encontrar una papelera donde echar los restos de basura.
En las Marismas de Alba a donde acudimos para que los animales hagan ejercicio, a falta de otros espacios verdes más próximos al centro, se han retirado las papeleras y no se han reemplazado.
El estado de limpieza de los parques públicos deja mucho que desear con la honrosa excepción de A Illa das Esculturas y siempre los culpables, para una gran mayoría de gente que los frecuenta, son los perros. Habrá entonces que resaltar la obviedad de que ellos no fuman ni dejan botellas de vidrio o latas de cerveza en el medio y medio del césped; mucho menos una tartera. Sin embargo, los propietarios de perros sí recogemos, además de lo que nos toca, restos de comida para que los animales no se los coman o simplemente para retirarlos de donde no deben estar.
Los contenedores de basura de las calles son insuficientes. En pleno centro suelen estar hasta arriba, cuando no completamente llenos antes de la hora de su vaciado, y por no utilizar otro más alejado, las bolsas de basura, papel, plástico o vidrio se depositan en el suelo, rodeándolos.
Cualquier ciudad que se precie como la nuestra de ser un lugar agradable para vivir, debe estar fundamentalmente limpia y, si no es el propio usuario el que contribuye a su limpieza por voluntad propia, está más que justificada la imposición de una sanción a todo aquel que ensucie un lugar de disfrute común pero no solamente a los propietarios de perros que por estos lares resultan sospechosos de ensuciar simplemente por llevarles de paseo.
Por otro lado, aunque las personas que, por circunstancias de la vida, acaban viviendo en la calle sin más cama que el banco de un parque, son merecedoras de todo respeto y deberían hacernos recordar que mañana podemos vernos en su lugar, no está reñido verse abocado a tal situación con mantener limpio el espacio que ocupan.
La crisis económica ha vuelto a llenar las calles de gente sin techo y en nuestra ciudad se nota alarmantemente el aumento de indigentes hasta el punto de que a quien viene de otros lugares le llama poderosamente la atención el número de personas que, en cualquier esquina, paseando o en una terraza piden limosna.
No está bien cerrar los ojos ante este problema ni desear, como si pudiesen barrerse con una escoba, que "alguien los saque de la calle" pero sí que rechina el hecho de que en un supuesto Estado de Bienestar con ayudas sociales y pensiones por incapacidad no se actúe desde los organismos públicos para solucionar su situación. En muchos de los casos hay por medio drogas, alcoholismo o algún tipo de enfermedad mental como el caso de un muchacho de cuyas idas y venidas somos testigos impotentes los vecinos de Benito Corbal. No entendemos como nadie desde algún órgano competente, hace nada por aliviar su angustia, que estalla en gritos casi cada tarde, expresando como puede la injusticia de tener que vivir así.
Aparcamientos, parques infantiles y zonas arboladas son también espacios en los que la mano del hombre, en mayor medida que la huella del perro, se hace bien visible; allí acaba todo lo que uno lleva en su coche, los restos de las meriendas o aquello que abulta en el bolsillo. Los bancos y asientos de madera, de los que recientemente se ha instalado otra partida, sí que son atractivos para los perros, pero precisamente por lo que los humanos suelen abandonar en ellos y en la zona de suelo que ocupan.
Cuando el verano llegue de verdad y quien me lea pueda por fin disfrutar de un refrescante baño, no se sorprenda si, además de plásticos y otros regalos del mismo valor, el mar o el río le traen flotando una tartera, gastada de muchos guisos, extraña, citando a Sabina "como un pato en el Manzanares"; es la nuestra, la de estas letras, la que quizá lleve aún pegada, adornando su fondo, alguna brizna de hierba del parque de Barcelos.