Carlos Regojo Solla
Diana
Hay nieve y sol en la cumbre, cantan "Los Sabandeños". Yo puedo añadiros, con conocimiento de causa, que también irrumpe un viento veloz, loco y frío, canalizado por el barranco, desde Arbejas y Tamadaba. Es un viento que emite silbidos grandiosos, gritos cuasi infrahumanos, lamentos de dioses, ayes como de aquelarres guanches, fundidos en la tempestad con las caprichosas formaciones de roca enfriadas en coladas de brillo opaco por mor del agua de lluvia. En medio, los roques hacen de "palletas" monstruosas que modulan el sonido en un "fuuuiiii" inacabable que sube y baja la escala de los graves y la de los agudos en una orquestación anárquica. ¡Hace frío!, sí, bastante frío – quién lo diría pensando en el tópico de dónde te encuentras- y llueve racheado y doloroso. Pica la lluvia en la cara, aunque nada de esto se note en el interior de las cuevas que conforman el noventa por ciento de las viviendas. Una ráfaga de viento abre de golpe la ventana de mi cuarto, a las tres de la madrugada, en una vivienda convencional de las pocas con paredes y tejado de teja acanalada, una casa en la calle que resiste el embate del viento y de la lluvia, en ese puntito elevado y sin resguardo, en medio del Atlántico, que es Artenara, un destino, de especial atención por su "lejanía" y pobreza que pocos desean y en el cual, al menos en uno de sus lugares, aún es posible encontrar la enfermedad de Hansen, todo ello en la isla redonda con forma de escudo. Mi casa es una vivienda situada en una curva al principio del camino que lleva a la gruta donde está la capilla de la Virgen de la Cuevita. Cuelga prácticamente sobre el barranco. El estrépito y el susto es mayúsculo. Ocurre a casi mil trescientos metros de altitud y es mi primer invierno. Llevamos así un par de días. Yo conozco inviernos duros, inviernos gallegos tremendos de galerna; pero esto es diferente, ese viento enloquece con su lamento reivindicativo y te asusta y sobrecoge al tiempo que te pone a la defensiva y te llena de fuerza. Sientes la necesidad de salir a desafiarlo, de gritarle para demostrar a la naturaleza que es uno el que tiene la última palabra, a decirle que se calle, que no lo soportas... ¡Pobre de mí! No soy ningún mencey. En el interior de las cuevas no se nota el frío ni se escucha el viento y la gente duerme apacible.
Corre tumultuosa el agua por el barranco, cayendo desde los desniveles en cascadas que comienzan siendo hilillos para rematar haciéndolo a borbotones, encajonada, buscando la salida, obligada por entre las lavas solidificadas que configuran el paisaje al que Unamuno llamó "Tempestad Petrificada", vigilada por los roques puestos allí como centinelas a ambos lados del barranco: García, Bentayga ... Todo es monumental y monstruoso, proporcionalmente de acuerdo con lo que se merece esa ingente cantidad de tierra nacida del mar, ese absceso volcánico surgido de las profundidades en un proceso por el cual los nativos tienen un respeto ancestral, casi un temor innato a que vuelva por sus fueros. La fuerza de la torrentera es tal que arranca rocas de la cumbre, las transporta y las deposita decenas de kilómetros más abajo. Allá por San Nicolás de Tolentino (La Aldea), entre otros depósitos finales de rocas con fósiles, arrancadas de las cumbres, que cuentan historias de bosques quemados.
Cuando amaine tomaré la carretera hasta Tejeda, llena de desprendimientos lo que me obligará a dar la vuelta o a pasar en algún tramo con media rueda fuera de todo contacto con terreno firme. No es la primera vez. Aunque bajes a retirar rocas para abrirte camino, alguna, por su tamaño, siempre te impide proseguir con seguridad. Ordenas salir del coche a quien lleves y decides continuar. Sinceramente llegas a perderle consideración al barranco. A fuerza de pasar te has hecho inmune al grandioso espectáculo de aquellos abismos que al principio tomabas con más respeto. Algunos se "riscaron". Sus coches yacen en el fondo. Bueno, todo parece controlado y no vas a dar la vuelta.
Pasan los cursos. Pedro, el jefe de estudios del colegio que yo dirijo, hace el viaje a diario desde más abajo de medianías, allá entre Teror y Las Palmas, y aunque por la zona intermedia del "volcán" el tiempo sea totalmente distinto, las aguas caídas en la cumbre beneficiarán muchísimo las plataneras en las tierras bajas. Pedro, un canario abierto y campechano, un conseguidor de una nobleza como pocas, presidente de la asociación de caza de la isla, sube a la cumbre a trabajar acompañando a su prima Carmen, igualmente profesora en el colegio, cuyo suegro posee plataneras en la zona baja. Siempre hay quien valora la belleza de estos destinos profesionales, como Juan, el profe de Inglés, siempre con su palito de regaliz en la boca, recién incorporado, que vive como un hippie en medio del monte, analizando hierbas para hacer infusiones.
--Esta agua, para mi suegro, significa millones – me dirá Carmen al llegar por la mañana.
Algún fin de semana, Pedro vuelve para hacer sueltas de faisán o perdiz, y es que la cumbre tiene el veneno de todas las cumbres solo que aquí hay agua pura de manantial y musgos en las fuentecillas. Es agua directa de nube, no de desalinizadora como la de la capital o la de los destinos turísticos del sur. Luego está el aire, la luz, las pitas con sus pitones largos, las tuneras con sus higos y sus hojas pintadas del blanco de la cochinilla que aún alguien recolecta para la industria de droguería, los escasos parterres de tierra de labor capaces de dar tres cosechas de papas en una temporada, la estupefacción de mis alumnos cuando les digo que los chumbos de las tuneras son tan higos como los otros, y es que, pese a vivir rodeados de ellos, no lo sabían. No importa, ellos me enseñarán otras cosas.
Pero el invierno se reduce a dos meses escasos y no siempre viene tan virulento. Pasa enseguida. En enero los almendros abundantes, que dieron buena cosecha en septiembre, ya están en flor. El tiempo invita a salir y el Nublo te provoca una salida. Eugenio, un zamorano casado con Lolina, una canaria del lugar, es guardabosques. Genín, su hijo es mi alumno. Eugenio me regala unas olivinas que dice están pegadas al excepcional roque de casi cien metros que cantan también Kraus y "Los Sabandeños" en "Sombras del Nublo", un monolito natural situado al fondo de una amplia esplanada; pero yo no le veo ninguna piedra verde cuando lo visito. Eso sí, me quedo extasiado siguiendo el caminar de la sombra que proyecta la inmensa mole que cae al vacío sobre las tierras profundas del barranco de Tejeda. Cuando regresas puedes acercarte al chiringuito del alemán, camino de Ayacata, a tomar una buena cerveza con cacahuetes, y si decides continuar, caerás por el sur de la isla, Puerto Rico, Maspalomas, con la opción de volver a la cumbre por Gando, junto al aeropuerto, para atajar un poco, o seguir a Las Palmas "city" y hacer unas compras necesarias en la capital, Triana especialmente, en la tienda de Chalaran, relojes y perlas siguiendo el malecón. En Chalarán estrenas tele en color para ver "Tenderete" un programa maravilloso del folklore canario que potencia música, gastronomía, costumbres de las perlas guanches que son esas siete islas pegadas al costado de África. Me dicen que, por entonces, en Galicia comenzaba la T.V. autonómica. Corte Inglés para compras de semana y camino de Valleseco pasando por Miraflores donde el olor a gofio tostado inunda el paisaje. Comienza de nuevo la subida a través de las medianías con sus frutales y su clima benigno: Valleseco, y Teror con sus balconadas en madera protegiendo la Virgen del Pino, patrona de la isla, con el sol colapsado por la pesada panza de burro que sobrepasarás unos cientos de metros más arriba para contemplar a tus pies, como si fueses un pequeño dios, el mar de nubes por el que has pasado, parando en Bandama y hacerte la caldera, así como quien no quiere la cosa, bajando al fondo, pisando el inconsistente picón que luego te dará problemas para retornar al borde del agujero. Hemos contorneado la isla.
Poco más arriba, escondido, un malpaís espectacular lleno de tierras en matices ocres y negros, gigantescas paredes de picón de un negro opaco que adquiere un brillo especial cuando se moja. Se llega por una estrecha carretera poco frecuentada que te llevará al parador de Tejeda. Es un lugar para la reflexión por donde pasan pocos. Los "tour operators" solo mandan turistas a la zona por la nacional que va al Parador de Tejeda y esta es una transversal que no invita al gasto porque en su insultante bravío solo tiene un paisaje con todos los colores del fuego y que no logras abarcar en toda su magnitud. Mejor, todo para mí que derrocho tiempo y reflexión en aquel silencio, tratando de comprender que todo aquello fue escupido desde el interior, de abajo arriba desde el fondo marino, miles de metros sumergido. Por cierto, los "tour operators" mandan a los turistas desde el Sur a la cumbre sin avisarles de los brutales cambios de clima que ocurren en tan solo cincuenta o sesenta kilómetros. Sube la gente en los Suzukis descapotables, en bañador, desde el sur, y hay que atenderlos con consomé caliente y abrigarlos arriba porque se mueren de frío. Juanito, un viejo canario, alto y señorial, hace dinero en su tienda.
En agosto sube el presidente del Cabildo insular a rendir pleitesía a la Virgen de la Cuevita. Una visita obligada, casi un ofrecimiento que viene de viejo. Don Manuel, el cura, nos invita a los actos. El presidente del Cabildo, el cura, el alcalde, el director del colegio… Las procesiones las presiden tres monaguillos, dos de los cuales son mis hijos. En medio de mi prolongada estancia la política latente hace su aparición de forma oficial. Me pillan un par de veces para presidir la mesa electoral. Trato de mantener una neutralidad difícil. Severiano, el alcalde, y José Antonio son amigos míos. Representan las dos tendencias políticas del concejo y en nuestras conversaciones tratan de llevarme al huerto. Sergio y Olivia, sus hijos, también son mis alumnos. Me zafo como puedo con un sí, un no y un es posible, a la gallega, y nadie sabe lo que pienso. Solo tomo partido público en favor del SÍ a la OTAN cuando explico en clase lo que esta organización significa, a instancias de una petición:
-Profe, mi padre me pide me digas qué es eso de la OTAN que se va a votar.
Puede haber gato encerrado en la petición, pero, ante la duda, prefiero contestar porque miro el mapa y veo una tierra peligrosamente alejada de Europa, y tan cercana a la costa africana, que supongo precisa de protección nacional e internacional; además está lo del C.O.M.E.C.O.N. Como profe y como votante todo me viene al pelo. Rompemos previsiones y nos situamos en un sí abundante. Probamos, también con las primeras a Consejo Escolar. Mafalda nos ayuda. Actualizamos señalizaciones, reconstruimos un paso de cebra, colocamos unas banderas, duplicamos la capacidad del comedor a coste testimonial…
Verano, calor. La tierra verde se agosta y cambia el paisaje mostrando un ocre áspero y aburrido. Se hace vida nocturna. Bajas los siete kilómetros que te llevan a Tejeda. Cientos de conejos que se te cruzan delante del coche, lelos ante los faros. Huelen las retamas aromáticas que maceran y dan sabor a los roedores. Son tantos, libres de las enfermedades comunes de la Península, que está permitido cazarlos con hurón. Alguno no logra sortear el coche. No se lo diré a Pedro.
Llega septiembre y Pepín otro de los guardas nos lleva por el pinar de Tamadaba a buscar níscalos entre la fina pinocha que compone las acículas de tres hojas del pino canario; ya sabéis, ese árbol sufrido que se amarra a la escasa tierra, capaz de resurgir del fuego. Por las noches sigue haciendo calor. Cenamos en el patio abierto que hubo que barrer por la mañana debido a la aparición de una capa de la fina arena del desierto próximo; sí, ese, el desierto grande que domina el centro del mágico continente, tocado por el mismo trópico que, de vez en cuando nos regala con un buen manto de una arenilla fina que algunos dicen se cuela en el interior de los huevos filtrándose a través de la cáscara. Bajo la noche espléndidamente estrellada, sin contaminación lumínica, en el silencio de la montaña, con el olor de las retamas, dejamos pasar el tiempo bajo el efecto de algunos "Artemis" hechos con la caña de azúcar cuya muestra nos trajo esta mañana, como en años anteriores, don Manuel, el cura. Es un buen ron.
En el silencio de la noche una voz rompe la magia. Yoya llama a Ruth que juega alrededor de la iglesia. Yoya piensa que Ruth le oirá, pero la niña es sorda y más dueña que nunca de aquel silencio en la cumbre. En cuanto se halle en edad escolar habrá que comunicarlo. Una estrella fugaz de colores intensos pasa cerca y parece caer a pocos metros. Pienso en Diana, la pequeña que se nos quedó, a Carmen y a mí, entre volcanes, para vincularnos para siempre con nuestra tierra canaria.