Kabalcanty
Una cápsula (Parte 2)
El jueves fueron a cenar a casa de unos amigos comunes. Aprovecharon que libraban ambos el viernes y podrían disfrutar de la velada sin los agobios de tener que madrugar al día siguiente.
La casa era una modesta edificación al sur de la ciudad embutida en una urbanización que pretendía ajustar su carencia emulando torpemente los fastos de las zonas residenciales más acaudaladas. Había una pequeña piscina tapada con una lona repleta de hojas secas en donde se colocaban una mesa de hierro y varias sillas sobre un enlosado de terrazo. Allí le esperaban los amigos junto a dos niños rubiascos que trataban de tirar de la lona.
Aparcaron el viejo coche de Robert a la entrada de la casa para, entre un entusiasmo desmesurado, ir a abrazar a los anfitriones.
Para descanso de todos, acostaron a los niños pronto, apenas serían las nueve y media.
— Tus amigos tienen cara de culo –dijo el gemelo más espigado a su madre yendo al cuarto.
— Y, seguro, que les huelen los pies –añadió el otro entre risitas.
La madre les arropó advirtiéndoles que les castigaría si no se dormían pronto.
Estela y Robert no estaban lo que se dice cómodos. Si acudieron a la cita era más por la amistad antigua que les unía que por auténticas ganas de pasar un rato con amigos. "Demasiado protocolarios y unos hijos insoportables", dijo Estela cuando habló con Robert de la cena en cuestión. Lo cierto, como pensaba Robert, es que aquella amistad del pasado era ahora poco menos que la típica incomodidad de no saber decir que no. "El tiempo nos cambia a todos, cariño", le dijo él a modo de claudicación.
Mientras María trataba de dormir a los niños, Pedro servía la mesa insistiendo en que sus invitados no se movieran de las sillas junto a la piscina. Cenaron crema de guisantes y redondo de ternera con una guarnición de patatas en salsa verde. Tomaron unos helados de postre y café a la italiana, según les dijo María.
— Caffe macchiato con esa adorable espuma -dijo María, entrecerrando los ojos y paladeando en el aire- Os aseguro que jamás probareis un sabor como este.
— Y como digestivo Grappa Piave -dijo Pedro, mostrando una botella de cuello desmesuradamente largo y líquido transparente- Sin abusar, chicos, que esto pega bastante.
Los anfitriones comenzaron a contarles su futuro viaje a Grecia. No escatimaban en detalles que apoyaban con fotos bajadas de internet que les mostraban en el móvil. María, animada en su cháchara, subía el tono de voz y de pronto miraba a lo alto, al cuarto donde dormían sus hijos, y se tapaba la boca con comicidad soslayando a su marido. "Es que a Mari le hace tanta ilusión este viaje que se enardece sin querer", explicaba Pedro a los invitados.
La noche era agradable con una temperatura elevada, como era habitual en los últimos años, para ser finales de marzo. En el cielo fulguraban estrellas revitalizando una luna apagada por visillos nubosos. Sin embargo, la grappa y la conversación ponto hicieron mella.
Estela bostezó inopinadamente llevándose tarde la mano a la boca.
— Perico, no puedes olvidarte de tomarte el Bitransamin.
Pedro se levantó como un resorte para perderse por la puerta de acceso a la cocina.
— Es un depurador natural del organismo que compramos en el herbolario. Es realmente mágico.
Pedro llegó con una cápsula transparente en cuyo interior se apretaba un granulado verdoso.
Abrió una botella de agua mineral y se echó un trago largo acompañando al comprimido.
— Imaginaros algo -dijo Robert algo achispado, ya que sus carrillos se coloreaban rojizos- Imaginaros que esa pastilla os la ha mandado por correo un desconocido con la inscripción: Dirígete a la felicidad.
Estela le miró sorprendida. Frunció los labios y trató de sonreír vanamente.
Los anfitriones quedaron algo desconcertados. María dijo un ehhhhhh sostenido y terminó por beberse el resto del agua mineral de la botella. Su esposo, tras un titubeo, se apoyó en Estela y rio forzado.
— Sí, pensadlo -continuó Robert- En un principio, tal vez, resulte raro, pero imaginad que funcionara. Pensadlo.
— Oh,…… sí…… pudiera ser, Roberto -balbució Pedro golpeando con los dedos en la mesa- Porque íbamos a pensar que se trataba de un psicópata que nos quiere envenenar, o una de esas bromas que dan por televisión en la que, por unos días, se te pone la piel verde o escarlata. Porque íbamos a pensar eso.
María soslayó a su esposo y luego a los dos invitados con cierto sarcasmo.
— Y porque no poner el asunto en las manos expertas de la policía -dijo contundente- Desde luego que tienes unas ocurrencias, Roberto.
— ¿En ningún caso la tomaríais? -preguntó Estela, intentando buscar el pie de Robert por debajo de la mesa- Bueno, yo tampoco la tragaría, supongo.
— Estamos hablando de felicidad, amigos, fe-li-ci-dad. No sé, a lo mejor merecería la pena.
Los anfitriones miraron a Estela con algo de lástima aunque haciendo lo imposible por enmascararlo.
De vuelta, en el coche, Estela no paraba de darle vueltas al tema de la cápsula. Robert conducía concentrado o ajeno a las palabras de ella.
— …. Además no puedo entender que sigas pensando en esa carta. No sé ni en dónde coños la has metido, si es que no la has tirado ya a la basura. Todo esto sabes lo que me lleva a pensar: que no eres feliz conmigo o que, por lo menos, no eres tan feliz como quieres. Puede que todo esto merezca una conversación a fondo entre los dos, pero una conversación sincera, sin tapujos. Tenemos mañana todo el día para sentarnos y charlar, Robert, porque lo que no estoy dispuesta es que recurras a esa puñetera pastillita para dejarme en ridículo. Seguro que mañana (tu más sobrio y yo menos cabreada) lo vemos más claro. El que estés callado sólo significa que….
La autopista se abría solitaria al auto. Algún faro que se cruzaba en alguno de los cuatro carriles contrarios como una breve consigna que demasiado pronto era pasado irreconocible en el espejo retrovisor.