Jacobo Mesías
El reparto más antiguo y el comercio más actual van de la mano
El comercio electrónico está en auge. Esto es una realidad palpable por cualquiera. Cada día se realizan millones de transacciones por internet para comprar bienes que, en la mayoría de los casos, podrían haber sido adquiridos en nuestra ciudad de forma presencial.
Entonces, ¿Por qué se recurre a internet? Pues principalmente por dos motivos: el primero por economía (el bolsillo aprieta…), y el segundo por comodidad (o vagancia en ocasiones).
Lo cierto es que resulta tremendamente cómodo que te traigan la compra a la puerta de casa a golpe de clic, pero lamentablemente, este nuevo modelo está ocasionando daños colaterales para un sector muy concreto: los transportistas.
En la era del comercio online y de los repartos exprés, la reducción de costes ha llevado a las empresas de mensajería a externalizar más y más sus servicios, hasta el punto de que la contratación de falsos autónomos está generalizada.
Desde hace algún tiempo, el foco de este problema se centra en los repartidores de comida rápida.
La pasada semana, un juzgado de Madrid le dio un buen varapalo a Deliveroo al declarar que sus repartidores eran realmente asalariados. Hace un mes era un juzgado de Oviedo el que se pronunciaba en similar sentido sobre los bikers de Glovo. No obstante, para ser justos hay que decir que entre los numerosos frentes judiciales que tiene abiertos esta última, hay varias sentencias favorables a sus intereses.
En cualquier caso, la incidencia de estas resoluciones en nuestra ciudad es mínima, al menos por ahora, ya que las plataformas de este tipo son testimoniales. Solo tenemos servicios de Just Eat, y con muy pocos establecimientos adheridos en comparación con otras capitales.
Sin embargo, sí que tenemos repartidores de paquetería, tanto en bici como en moto, que funcionan de la misma manera, o en algunos sentidos incluso peor.
Cobran por paquete entregado, de modo que si el destinatario no está en su domicilio, es el mensajero quien asume la pérdida. Con sus ingresos deben costear su seguridad social, su medio de transporte y hasta sus vacaciones (puesto que si no trabajan no cobran). Cuando la carga de trabajo desciende, también lo hacen los ingresos, ya que no está en su mano decidir cuánto trabajar. Pero si es el Black Friday, Navidad o las rebajas, y el número de paquetes se multiplica, también lo hará la jornada (sin límite).
Este modelo es consecuencia directa de los plazos de entrega ultrarrápidos que manejan plataformas como Amazon, El Corte Ingles o Carrefour, y que en una ciudad como Pontevedra solo pueden rentabilizarse sobre dos ruedas (nuestra ciudad no es un milagro de la logística que digamos).
Si ya es triste ver cómo se precariza el trabajo de los transportistas en general, más todavía lo es que se penalice a aquellos que emplean un medio limpio, sostenible y, por qué no decirlo, especialmente duro (pedalear durante más de 30 horas semanales, cargado hasta las cejas, llueva o nieve, no es ninguna broma).
La bicimensajería ha llegado para quedarse. En Pontevedra, hasta la empresa pública Correos ha habilitado una de sus bicicletas eléctricas para reparto, e incluso alguno de sus empleados lleva una bicicleta plegable en su coche, para facilitar los servicios de proximidad.
Ahora solo cabe esperar que la regulación del sector tarde poco en llegar, porque al ritmo que avanza el comercio electrónico, la situación pronto será insostenible.
Vulgarizando a Fernán Gómez, "las bicicletas son para el reparto".