Carlos Regojo Solla
Cosas de niños
Malala, Omayra, Greta, Alexandría, Félix y muchas, sí, muchas, niñas y niños más se han dado cuenta de que la vida juega a su favor si consideran que realmente tienen un futuro y no les manipulan más el tiempo presente que camina hacia sus vidas adultas.
Sus voces se están oyendo altas, diáfanas y cargadas de razón cuando la Tierra ha comenzado a rechazar, con náuseas y estertores, a los que parece que ya todo nos importa un bledo, porque contamos telediarios y aplicamos con más o menos convencimiento aquella cómoda sentencia que dice “el que venga atrás, que arree”, en tanto, para nuestro “bienestar”, nos cargamos todas las opciones de un futuro que nunca nos pertenecerá, viniendo como venimos de aquellos años de la contracultura en los que enarbolábamos la paz, el amor y la ecología hasta que fuimos absorbidos por el salario fijo y la obediencia debida a los créditos, accediendo a parcelas de poder de una sociedad media, pilar necesario en el capitalismo devorador y camaleónico que siempre triunfa y que, como se ve, todo lo arruina, eso sí, con nuestro beneplácito.
Estos chavales se codean con la jet set de la política adulta y polucionada que los ha parido y que hace que los escucha pero que en realidad les está contando un chiste que escenificado mostraría, en un decorado de fondo con un planeta irrespirable, a un padre pudiente caminando con su hijo por las caóticas calles de una ciudad, estableciendo el siguiente dialogo:
- Papá, esta careta antigás ya no se lleva.
- Cállate, hijo, que pueden oírnos y debemos dar ejemplo. Llegando a casa te daré el último modelo que habrá llegado ya por INTERNET.
Lo peor de todo esto es la hipocresía con que los adultos con poder tratan a estos chicos. Hacen que comprenden, aplauden sus demandas y parece que institucionalizan sus deseos de un mundo mejor, pero ahí queda todo, mientras se rompe la estabilidad del agua y del aire en esta nuestra única casa de todas las estaciones.
¡Dios los coja confesados!