Carlos Regojo Solla
Volverá el verdor, Artenara
Observadlos cuando los entrevistan. Ni una queja contra nadie cuando tienen mil y una en sus almas, para mostrar su aislamiento, casi abandono.
Son canarios recios y sufridos, curtidos y criados con leche de cabra, conejos saltarines, papas y berros. Viven en la cumbre, en cuevas maravillosas, habitáculos hechos a mano, a base de cincel, martillo y horas y horas horadando la durísima piedra volcánica.
Ellos saben que la próxima primavera la negritud se volverá verdor y que las amapolas volverán a florecer allí, tras el roque que cobija el cementerio nuevo, que las lluvias del invierno que se acerca no lograrán llevarse la tierra que sustenta las retamas, y los almendros, las higueras, las tuneras y las pitas, los pocos dragos que aún quedan, seguirán erguidos ganando suelo fértil.
Ni se asustan mientras el fuego devora los pinos eternos que volverán a brotar mañana, porque son hombres y mujeres nacidos del fuego de las entrañas de la misma tierra, porque habitan en un volcán, porque tienen la sangre roja como la mismísima lava y corazones grandes y generosos.
Porque son canarios ¡y de la cumbre! ¿Qué van a temer?