Carlos Regojo Solla
Cuando llegue septiembre
Apenas nos damos cuenta porque, en el trajín y la rutina diarios, la fuerza del volátil presente no nos deja tiempo para la breve reflexión. Todos lo sabemos, los partidarios del fugaz "Carpe diem" y los futuristas se sientan en la banqueta imposible del equilibrio estable, a la que le falta la pata más importante para cumplir aquella ecuación geométrica que señala la necesidad de los tres puntos imprescindibles para situar un plano donde sentar las posaderas sin caerse.
Parece una postura intransigente basar una introducción tan chorra como esta en querer hacer valer el pasado como ese tercer punto en discordia, darle categoría de imprescindible y tratar de hacérselo entender, sobre todo, a los que denuestan de lo acontecido como agua que no mueve molino; pero la vedad es esa, la de que, a poco que te distraigas apenas un segundo, en nuestras vidas no hay más que pasado. Por tanto, sería de agradecer que no nos traten a los nostálgicos circunspectos como ancorados penitentes incapacitados.
Septiembre tiene maneras de Big Bang, de inicio de todo finalizado lo anterior. Maneja en cada cumpleaños un halo nuevo, nostálgico y académico; de parada en escaparate de librería, entrada en tienda con olor a tinta en libro nuevo intonso de páginas brillantes entre las cuales juegan al escondite las ilustraciones y desafiantes párrafos que lo mismo son ayer y hoy o mañana, juntos o separados.
Coincidentes, las otras hojas, las del paisaje eternamente nostálgico, aterrizan su belleza caduca en las calles de la ciudad, los bosques o en la alameda, alrededor del banco de tus costumbres; rozándote en su caída con la resignada indiferencia al hecho obligado, conocido e inevitable de tener completada su prolongada visita, yendo camino de ser pasado.
Septiembre trae, con sus vientos, temática nueva en forma de álbum de cromos; de nuevo fascículo coleccionable de "Historia de Estilográficas", "Armaduras de Guerra", "Turbantes Indios", "Abrecartas"… Actualiza voces inquietas en conversaciones nerviosas y alteradas sobre uniformes de colegio, costes de libros de texto, de cuadernos y surtido menor de material escolar; en tertulias "desesperadas" de mamás en el mismo parque en que te encuentras tú, bajo caducifolias encanecidas de amarillos y algún que otro marrón, que van soltando las hojas, otras, que te rondan cerca; con los niños entre columpios y toboganes; pasando la tarde a su modo, entre inocencias que ríen junto las tuyas tan olvidadas.
Septiembre, con suerte, te permitía contemplar el retorno de las tórtolas hacia sus cuarteles de invierno, aunque últimamente hayan decidido, en asamblea entre los maizales cumplidos de las tierras de Verducido- que es donde el oro de las mazorcas luce al sol mejor que en ningún otro sitio- que ya no procede aletear tanto, porque en el invierno de aquí ya no arrecian los fríos de antes y es preferible quedarse y no migrar tanto para cuatro días de frío.
Con septiembre iniciado, en un parto feliz, seguimos, en el momento en que escribo esto, con un tiempo bochornoso de verano con tendencia a prolongarse, tras el otro estío fallido más parecido a un otoño anticipado que nos acompañó desde principio de temporada. No es nada nuevo y, por aquí, estamos acostumbrados a este juego natural del despiste estacional, aunque nos fastidie no tener una larga temporada estival acorde con lo que se espera para quejarnos de lo contrario de lo que lo hacemos ahora, es decir, de achicharrarnos desde mayo, viendo bajar el nivel de los embalses - sin casi aplicar restricción personal voluntaria alguna en el gasto superfluo del agua- u observando la indeseada aparición por doquier de múltiples, desgraciados e infernales incendios en nuestra foresta, lo que hace que, al final, y con más sensatez apreciemos mejor lo que tenemos que lo que esperábamos.
Septiembre no aburre nunca. Todo lo que transcurre a lo largo del año, año tras año, es repetitivo, conocido, manido…, reflejos de experiencias pasadas que apenas aportan algo nuevo. Todo menos septiembre, que se irá mansamente abriendo paso al otoño de las nueces, al colorido paisaje de los bosques, a la luz nítida de atardeceres placenteros, a playas tranquilas llenas de algas donde, por fin, las gaviotas viven el griterío de su vida y uno relaja la mirada en cualquier paisaje.
Septiembre es otro tipo de pasado, es…, es, me dice mi lectora, "como la delicada hoja interna de la mazorca que escoges para hacerte la almohada sobre la que dormirás, con aromas del millo plantado en el campo que has estado cuidando de los saqueos; con sueños de futuro en el presente involuntario de la noche". Y ella, mi lectora, sabe mucho de septiembre y de saqueos.
Septiembre, ese mes extraño, tal cual puerta abierta al cielo que amaga soñadas escapadas a otros mundos, no es un mes terrenal. Yo creo que septiembre sustenta la banqueta de nuestras vidas cada vez que aparece en un pasado nuevo. El resto del año siempre está pendiente de este nono que en las estrellas tiene ni más ni menos que a dos constelaciones a elegir.
Amado septiembre, ¡bienvenido una vez más a mi vida!