Manuel Pérez Lourido
Reflexiones sobre alimentación (II)
Reflexión inicial: cuanto te pones a escribir sobre las dietas es que has alcanzado la sabiduría. Al menos cierto tipo de sabiduría. Y, por supuesto, que tienes cierta cantidad de años en la espalda (y de centrímetros en el perímetro abdominal).
Podemos ponernos de acuerdo en definir la dieta como aquel esfuerzo por reducir la ingesta calórica con el fin de, combinándola con un adecuado gasto energético, reducir la grasa corporal. En ocasiones, el ejercicio físico con el que se complementa la dieta es tan eficaz que la grasa se transforma en músculo con el consiguiente aumento de peso. Pero es que uno no se pone "cachas" sin concurrir un aumento de volumen. Sea como fuere, el primer ingrediente de una dieta es la fuerza de voluntad. Mantener esta una vez alcanzado el estado físico idóneo hará que este se prolongue en el tiempo o que volvamos al estado inicial al cabo de unos meses. Esto sucede en la mayoría de las ocasiones, por aquello de que la carne es débil. Y también porque, desde el inicio de la modernidad, un porcentaje muy grande de la población dispone de acceso a mayor cantidad de alimentos que aquello que resulta estrictamente necesario. Y la comida es una adicción. Solemos comer por encima de nuestras necesidades nutricionales. Comemos porque nos gusta hacerlo, porque nos proporciona placer, como cualquier otra adicción.
Comer es una compulsión, me soltó un amigo médico mientras dábamos cuentas de sendas y grasientas hamburguesas en un chiringo local. Me quedé mirándole a medio mordisco mientras decía para mi: "cousas veredes". Desde entonces comencé a pensar en desengancharme, pero no lo consigo. Durante un tiempo incluso hice la dieta Dukan. De aquella época recuerdo una escena tan penosa como memorable que aconteció en la playa de Lapamán y se puede rememorar como una fotografía. Una en la que se ve al grupo de familia dirigiéndose al bareto a pie de playa para dar cuenta de un comida como Dios manda y un triste individuo esperándolos sentado sobre una toalla con un tupper con pavo y jamón cocido y una lata de refresco sin azúcar. Aquello no era la dieta Dukan, como dijo una amiga, aquello era la dieta dun can. Pues sí, caninas las pasa uno en las dietas, y lo más seguro es que las abandone tras algún episodio como el que se acaba de narrar, en que surge la perspicaz pregunta: ¿qué carallo estoy haciendo.
Es difícil creer en las dietas "milagro", las que prometen una rápida pérdida de kilos con muy poco esfuerzo. Además de ser muy poco equilibradas nutritivamente hablando, exponen a sus practicantes a un efecto rebote cuando se abandonan. Es un doble rebote: el de los kilos que subes de golpe y el del rebote que te coges cuando te ves más gordo que antes. La paleodieta, la dieta Atkins, la ya mencionada Dukan, la 5:2 y la volumétrica son algunos ejemplos de dietas milagrosas, en las que el mayor milagro es salir indemne de ellas.
Resulta más sano y más eficaz, aunque haya que aguardar para ver los resultados, reducir la ingesta de grasas, azúcares e hidratos y aumentar la de frutas, legumbres y verduras. Acompañando esto de un tiempo diario de ejercicio, usted adquirirá una figura apolínea, tendrá la mente más despejada y sus conocidos abrirán la boca y le enseñarán las muelas cuando se cruce con ellos.