Bernardo Sartier
Tontos
Todos los gobiernos tienen su tonto -o tonta, que la gilipollez es ajena a los sexos-.
El tonto (o tonta) gubernamental acostumbra a exhibir su tontunez por congresos y ruedas de prensa y a veces hasta puede ostentar una portavocía. No se corta y hablando se muestra tal cual es, ocasión perdida de permanecer callado y parecer tonto porque abierta la boca disipa todas las dudas. Repito que todos los gobiernos tienen, tuvieron y tendrán su tonto (o tonta) particular, útil y de cabecera, tonto a mano al que recurrir cuando la ocasión lo precisa. El gobierno estatal, los autonómicos y municipales han contado en sus filas con catedráticos de la parida. Tontos (o tontas) ilustres y amplificados, expertos y muy peritos en el ejercicio de su tontería.
Dicen los tratados que el tonto (o tonta) gubernamental se subdivide en dos categorías: el tonto (o tonta) estudiado y el tonto (o tonta) aupado. El tonto estudiado fue un universitario mediocre, perezoso y de buena familia que culminó su carrera a trancas y barrancas y que precisó del instituto de la recomendación para alguna asignatura concreta que se le atragantaba, porque el tonto (o tonta) estudiado padece de dislexia y/o de falta de comprensión y retentiva. El tonto (o tonta) aupado, por el contrario, no mereció más curriculum que militar en un partido al que sus papás lo afiliaron siendo un tierno cagoncete, donde permaneció dejando transcurrir calendas y en el que fue medrando en el escalafón a fuer de decir que sí y cepillar la levita a los presidentes parroquial y federal.
En el gobierno anterior hay ejemplos respecto de los que, si bien albergo dudas sobre sus merecimientos desde la capacidad jurídica y de obrar para incluirlos en la categoría de tontos, no las tengo para afirmar categórico que sí fueron acreedores -desde el análisis sosegado de sus expresiones- de tal calificativo, al hacernos partícipes de burradas insignes: Leire Pajín, sin ir más lejos, asidua practicante del coceo al diccionario que no se arrobaba diciendo cónyugue en vez de cónyuge; o Bibiana Aído, que sustituía a los miembros por las miembras. Tenemos, entonces, la concreción del bufón involuntario, diana cachonda de los medios y de la sociedad que cumple con la inestimable misión de atraer sobre sí los improperios de los indignados, liberando simultáneamente a su patrón del inevitable desgaste del poder.
Ahora que las urnas hablaron diciendo que aunque estamos jodidos y previsiblemente sigamos estándolo, lo asumimos porque acaso sea la única política posible, irrumpe la tonta gubernamental y arquetípica para mencionar una suerte de brotes verdes redivivos con los que no contábamos y a los cuales estábamos dispuestos a aguardar pacientemente si era para salir a flote dentro de un tiempo. Y el rebuzno esperanzado de la economía recuperada lo expele al poco de hacerse público el número de parados, que ronda los seis millones. O sea, pornografía pura. Lo dicho, tonta. Pero tonta "cum laude".
1.11.2012