Manuel Pérez Lourido
Reflexiones sobre alimentación (III)
Siempre me dio nosequé comer carne. Me refiero a: bistecs, chuletones, entrecots, carrilleras, pollo, churrasco, chorizo a la brasa, conejo, jabalí etc. Es decir, a la carne en aquellas presentaciones donde más evidente resulta que alguien ha matado a alguien, como diría Gila. Pese a ello, y ayudado por el excelente sabor de las viandas cárnicas convenientemente aderezadas, he disfrutado de las mismas durante toda mi vida, hasta hace un par de meses. Ocurrió durante la típica comida para festejar la jubilación de una compañera. Estaba gozando de las excelencias de un entrecot cuando mis ojos se detuvieron a observar el color rojizo de un trozo que ofrecía un particular color rojizo. La pregunta apareció como cuando sales de la anestesia, o como cuando se encienden poco a poco las bombillas de algunas lámparas cuyas bombillas se encienden poco a poco. La pregunta era: ¿qué hago yo comiendo esto? Todos los años de pequeños reparos, ligeros, insignificantes, hacia la ingestión de carne, cristalizaron en un interrogante que de pronto no sabía responder. Entonces me propuse no volver a probar la carne. Seguiría alimentándome de lácteos, huevos, pescado; pero ningún tipo de carne no volvería a ser digerida por mi estómago. "A ver cuánto aguanto", pensé inmediatamente, al imaginarme la típica churrascada y la presencia incitadora de todo lo que implica la típica churrascada. Una manera de poner distancia entre la decisión recién tomada y todo lo que suponía. Una forma muy gallega de poner tierra de por medio por la senda del escepticismo.
Luego vino lo peor: cuando los comensales que te acompañan a la mesa observan que te sirves la comida selectivamente y tienes que aclarar que ya no comes carne. Y, sobre todo, cuando se pinta la decepción en sus rostros al comprobar que no explicas razones porque no tienes ninguna inclinación al apostolado. Todas las pupilas se han clavado en ti, sientes los pinchazos, azuzándote para que hagas una declaración de principios, un manifiesto vegano improvisado, o bien que te sirvas inmediatamente dos trozos de pechuga.
A los pocos días de mi aún incierta singladura como pesco-vegetariano (a mi plín, la culpa es de google), la ONU me dio a través de la prensa escrita, radio y televisión al comunicar la imperiosa necesidad de que redujésemos el consumo de carne porque ya estaba bien de joder el medio ambiente con tanto consumo de carne. Se me puso cara de profeta y sonrisa de bobo. Bueno, no, la sonrisa era la de siempre. Con respecto a lo de pesco-vegetariano, a mi siempre me gustó ser cosas raras y mira tú por donde...