Kabalcanty
La mole (Parte 3ª)
Un hombre, con un sombrero chafado, se acercaba caminando por la playa. Detrás de él, tras el murete que separaba la arena, un grupo de unas diez o doce personas esperaban. La noche, como todas, era muy oscura: cielo siempre encapotado sin noticias de Luna y estrellas, pero la escasa luz amarillenta de las farolas del paseo marítimo me permitían distinguir las siluetas.
Fui a su encuentro antes de que llegara al cobijo de la mole. Las alas ajadas del sombrero le daban un aspecto de extraño náufrago. Tenía barba de una semana y una mirada inquisitoria que trataba de cerciorarse de lo que había tras mi espalda.
— ¿Qué hay, amigo? -me dijo simulando una media sonrisa.
Le saludé serio, infringiendo todo el aplomo que era capaz.
— Nos preguntamos mis amigos y yo –dijo, señalando con un gesto la techumbre que tapaba a Jandra y al animal- que qué tratas de ocultar ahí en una noche tan desapacible como la que tenemos. Somos gente hambrienta, como me imagino que tú, y no nos gustaría, y seguro que no es así, que alguien tratara de ocultar algún botín alimenticio para jamarselo él solito.
Dejó colgada su sonrisita mientras apretaba sus manos en los bolsillos de su vaquero sucio.
— No tengo nada que ocultar, simplemente protejo unas tablas para llevármelas lo más secas posible.
Mi método consistía en no perderle la mirada, una especie de reto que reforzaba sumando tranquilidad.
— Creo que no acabas de comprender, amigo –añadió ya más grave- Sabemos que el bicho está ahí, varado y medio muerto, si es que ya no lo está del todo. Lo vimos mis amigos y yo esta mañana, a primera hora, pero no quisimos armar revuelo y decidimos dejarlo para esta noche. ¿Me entiendes?
No sabía lo que podía pasar de un momento a otro. Me quedé silencioso, dejando que él moviera ficha.
— Lo vamos a despiezar y a llevárnoslo, ¿vale? Si te portas bien, te dejamos que te lleves algo de carne o, si lo prefieres, mis amigos -dijo señalando el borde de la playa- tienen “razones”, digamos que contundentes, para llegar a convencerte.
Mi desventaja era irrefutable.
El tipo me ojeaba descarado. Levantó una mano y la dejó en el aire.
— Si bajo esta mano, esos chacales correrán hacia aquí y te partirán los morros, hablando en plata.
Le pedí sosiego moviendo las manos al tiempo que me salía una sonrisa conciliadora.
— Perdón, no era mi intención. -contesté sabiendo que lo más aconsejable era capitular pero de la manera más favorable- Mi hija se ha encaprichado de esa mole moribunda. No creo que pase de esta noche. Os pediría que nos dejaseis pasar las horas que le queden de vida junto al animal. Mañana será vuestro por entero.
El hombre hizo un además a los otros y bajó la mano lentamente. Se acercó más a mí para decirme: “Vamos a ver al bicho antes de nada”.
Nos acercamos. El tipo sacó una linterna y fue alumbrando la techumbre de lona.
— Joder, vas a asustar a mi hija -le dije, tomándole del antebrazo.
Él se zafó con brusquedad y se encaró conmigo sacudiéndome su aliento agrio.
— Mira, papacito, o me dejas o te atravieso con esto.
Había sacado una navaja automática en la otra mano. Me contemplaba retador, ladeando sus labios en una mueca fiera.
Descorrió la lona y alumbró a la mole expirante junto a Jandra. Mi niña se asustó y abrazó al animal por su triangular cabeza.
— ¡¡Papá, papá!!
— Tranquila, amor, este señor es veterinario y quiere ver cómo anda la mole.
Le dije, soslayando al hombre.
Él, después de recorrer con la luz el cuerpo del animal marino, se retiró unos pasos para prender un estrujado pitillo. Su perfil al fogonazo de la llama de la cerilla, que protegió de la brisa haciendo parapeto con la mano que sujetó la navaja, se recortó roqueño.
Me hizo una seña para que me acercara.
— Óigame, amigo, por respeto a su hija le voy a dar una tregua -me dijo apagando la linterna y tirándose del sombrero hacia atrás- Un par de horas antes de que claree, mis hombres y yo vendremos a por el bicho esté vivo o muerto. No quiero verlos por aquí entonces ni pretenda llevarse tajada de la bestia ¿vale? Si nos la juega, le juro por mis muertos que se arrepentirá….. y su hijita también.
Acepté asintiendo, tragando saliva.
El tipo se fue playa arriba en dirección al grupo que le esperaba.
Me acerqué a Jandra y aparenté tranquilidad.
— ¿Qué dice el veterinario? -me preguntó ella nada más verme.
Le contesté que estaba muy grave la mole y que su vida era más que posible que se extinguiera en horas o menos tal vez.
Jandra se volvió hacia el animal marino para acariciarle su testuz húmeda. Vi sus ojos atascados de lágrimas y cómo le temblaba ligeramente el labio superior. Sufría mi pequeña como me afligía yo viendo su ternura.
La mole ya no abría los ojos emitiendo una queja honda que le salía cada vez más débil. Le daban sacudidas que acababan en un fluido verdoso que escapaba involuntario por su larga boca.
— Papá, yo no quiero que la mole vaya a ese lugar dónde fue mamá….dónde fueron todos…..-dijo, rompiendo en un sollozo que me heló la sangre- De ahí nadie vuelve…… Soledad, oscuridad, olvido…..Eso es lo que les pasa a los que se van.
Le pasé la mano por su cabello pero dejé que llorara.
Escudriñé las aguas del mar, ahora negras y mansas, y su fusión desesperanzadora con el cielo encapotado. Parecía que habitáramos una caja renegrida en la que éramos sombras de un todo oscuro, pedazos de un vacío que engendraba concavidades repletas de negrura.
Pensé que Jandra no lloraba sólo por la mole, sollozaba por todos aquellos parientes, amigos, vecinos, conocidos, y por supuesto por su madre, que murieron, tarde o temprano, víctimas de la radiación. Porque todos sabíamos que la píldora que tomábamos a diario no evitaría que terminásemos enfermando y desapareciendo.
Las gaviotas graznaban en sordina. La noche les hacía bajar un tono su griterío como si también tuviesen miedo.