Beatriz Suárez-Vence Castro
Palabras de bondad
Cuando Patricia Ramírez, la madre de Gabriel, el niño asesinado a manos de la pareja sentimental de su padre se encaró con la asesina de su hijo en el Tribunal le dijo: "Eres mala, mala; rematadamente mala".
Parecería que, como todo sucedió dentro de la sala donde se celebraba el juicio, no pudo explayarse más porque el juez no se lo iba a permitir. Sin embargo, una vez que se dio a conocer la sentencia de culpabilidad por asesinato sobre Ana Julia Quezada, se limitó a decir que estaba contenta de que esa "bruja" estuviese en la cárcel. Bruja. No hizo falta más.
Estamos tan acostumbrados a la violencia verbal, a escuchar todo tipo de barbaridades e insultos gruesos que lo de Patricia nos parece casi infantil. Pues no. Estamos ante una mujer educada, fuerte y valiente que no necesita del insulto ni del grito para hacer valer su razón.
No puedo imaginar una confrontación más dramática ni más llena de rabia que la que ha tenido que soportar al tener en frente a la asesina de su hijo y, sin embargo, ella ha podido gestionarla sin tener que arrancarle la cabeza a nadie, sin caer en la venganza y confiando en la justicia. Porque eso también es humano.
Cansa un poco ya el que la gente justificándose en que es un ser humano y por lo tanto metepatas, prefiera pedir perdón en lugar de permiso. Con la excusa de la sinceridad y de "decir las cosas a la cara" escupen como energúmenos todo lo que se le pasa por la cabeza y, deformando a su manera la libertad de expresión, echan espumarajos por la boca sin importarle un bledo el lugar en el que esté o el momento en que lo haga. La mayor parte de las veces el aludido no ha pedido que sean sinceros con él y, si lo ha pedido, no espera que en nombre de la sinceridad aprovechen para ponerle como un trapo. No es lo que dicen, sino la manera en que lo hacen.
Esta falta de respeto constante que parece haber colonizado la vida diaria como si fuese lo más normal del mundo es otra vuelta atrás hacia las cavernas y no se salva ni quien por formación se supone que va a tener un mínimo de delicadeza. Para muestra tenemos las piezas de oratoria de nuestros políticos- no políticos, incluidos gobernantes- no gobernantes.
Hace años en una boda veraniega cerca de Pontevedra en donde se suponía reunida la flor y nata de la comarca y más allá, un señor, por llamarle de alguna manera, no recuerdo si notario o registrador, probablemente las dos cosas y muy considerado en su profesión, padre de la novia y padrino en el evento, se acercó a una de mis mejores amigas, la miró de arriba abajo y le dijo en lo que a él le debió parecer un piropazo: "Estás pa que te follen entera". Mi amiga se largó con la copa a otra parte, supongo que rezando para que nunca tuviese que coincidir con ella, abogada de profesión, para dar fe ni levantar acta de nada nunca en su vida.
Esta semana también han trascendido los calificativos que han hecho merecedor a un humorista( que de puertas para adentro pierde bastante gracia) de una condena por vejaciones a su mujer a la que llamó "apestosa, montón de mierda, payasa patética y zorra" y puso la guinda al pastel al decirle que "te vas a follar con cualquiera." La sentencia califica las vejaciones de leves.
Por eso a mí la madre del pescadito me ha tocado el corazón desde el principio.
Con más dolor que el que cualquier ser humano podría aguantar, sacando fuerzas de donde no las tiene, en lugar de para emponzoñar más una situación ya espantosa de por sí, para apoyarse a sí misma, a su ex marido, animando incluso a personas que se derrumbaron con el dolor de saber el triste final de su hijo. Su hijo.
Lo que uno lleva dentro sale en las situaciones extremas a borbotones y a Patricia, la madre de Gabriel, le ha salido toda la bondad que lleva dentro, sin vergüenza por mostrarla, le ha afeado a la asesina de su hijo, en su cara sí, pero sin rompérsela a insultos, toda la maldad que la otra mujer escondía. No cualquier otra cosa: la maldad, esa que a veces inconscientemente admiramos como práctica, como señal de inteligencia, como atractiva cuando en realidad lo pudre todo.
Patricia nos ha recordado dos cosas muy importantes y además sin pretenderlo; La primera, que lo peor que se puede ser en este mundo es" malo rematadamente malo". Y la segunda que uno es un señor o una señora por su manera de conducirse en la vida, venga de donde venga y tenga la formación que tenga y que la educación está estrechamente relacionada con la sensibilidad y la nobleza del corazón.
Ella se ha quedado sin hijo, pero no han podido acabar con toda la bondad con la que crió a su Pescaíto, como le llamaban en casa, esa bondad que le ayudará a hacer más llevadero el dolor. La bondad que tanto olvidamos y que tanta falta nos hace.
La palabra bondadoso parece haberse quedado obsoleta por las pocas ocasiones que tenemos para emplearla. Si no vamos con cuidado desaparecerá del diccionario y solo quedará el buenismo, odioso palabro tan de moda, que hace referencia a algo completamente falso. Si no aparecen más personas como la madre del pescaíto para recordarnos donde está el quid.
Ojalá pudiésemos todos ser tan bondadosos como ella.