Carlos Regojo Solla
Otoño
Se me atasca octubre, al que tan solo salvarán la prolongación del verano, en su primera mitad y, en su segunda, los verdes tornasolados en ocres y amarillos que pintan las hojas de los árboles de la mismísima ciudad o en las de los del bosque caducifolio de las afueras. Son tonalidades que adquiere la derrota de la vida, como último grito de resistencia, que esconden con su belleza la realidad de las realidades tras un deber cumplido, el engaño más sorprendente y definitivo. La pincelada para el despiste.
Es como si la magia de septiembre me hubiese agotado y sé que el síndrome durará hasta febrero. Se me atora el vivir en todos sus aspectos, en el físico, con las benditas dolencias que me indican que lo contario, es decir, pretender que no te duela nada a estas alturas, sería peor opción. En el espiritual el arrastre de la rémora de la conexión entre ambos que siempre mantiene su vigor. Recordad aquello tan cierto: “Mens sana in corpore sano”
Lo que viene ahora es para hibernar: normalmente un mes de difuntos, parado y lleno de nieblas, y otro de navidad para mi más falso que un billete fotocopiado en DIN A4. Enero ya ni lo cuento porque con él ya no saben que hacer ni los grandes almacenes con todo su despliegue de inventivas.
Son las ventajas de convivir uno consigo mismo durante esa porrada de años que llamamos vida las que te permiten disfrutar de este sabio conocimiento que dicho sea al paso, es el único de que disponemos.
¿Qué queréis? Ando justito de todo y no veo un porvenir mejor. Quien me llame fatalista, que tire la primera piedra.