Carlos Regojo Solla
Tardes de cine
La ciudad está de un otoñal tan melancólico y familiar que, repentinamente, me retrotrae a la niñez. Lo hace envuelta en una ráfaga de esas tan infrecuentes, tan escasas, que surgen ocasionalmente y no deseas perder, pero que dura lo que el mismo suspiro que te provoca. Un olor, un ruido, una mirada ocasional con aire de fantasma bueno que se te acerca, te abraza y gira contigo una vuelta de vals para soltarse de inmediato, dejándote irremediablemente solo otra vez. Sé que no he superado aquella etapa ni poniéndole cara de lobo. Nadie lo ha logrado y ello me reconforta; saber que, punto arriba punto abajo, todos añoramos el niño que fuimos junto a la madre que nos amó, en un binomio, al final único ganador.
Se trata del reconocimiento inesperado de algo ya vivido que te hace pensar en cuantos misterios extraños está metida nuestra alma en su relación con el tiempo. Un roce con el pasado amparado por el brillo de las calles mojadas, el cielo cubierto y la luz de las farolas reflejada en las plazas, con el olor a castañas asadas, los comercios a punto de cerrar, la gente abrigada y la esquina de la casa vieja, en la plaza donde te hallas, con sus dos pequeños escaparates otrora exhibiendo figuritas de barro y casitas y puentes de corcho para el belén. Sensaciones placenteras todas ellas, agrupadas en un reflejo repentino que pasa fugaz.
-No hay nadie – dice.
-La gente está en el cine -respondí.
No sé por qué contesté aquello. Ya no quedan cines en la ciudad. Cines grandes como aquellos de antaño, con butacas granates de asientos auto abatibles, dispuestas en grandes filas paralelas, en plano inclinado al frente, en una perspectiva muerta al revés con el punto de fuga hacia el telón igualmente granate, que adquirían su contrapunto vital en la proyección del filme, cuando el haz de luz se abría camino desde tu espalda en aquellos programas dobles de sesión continua.
Un poco más abajo una ambulancia que recoge a un enfermo reune parados a poco menos media docena de personas picadas por una curiosidad mórbida patológica a curar. El frío apenas se nota y es la humedad quien pone abrigo a las gentes. Hay un preaviso sutil en el ambiente que tira a la navidad. Me cuelo por las callejuelas de antaño buscando de nuevo el abrazo del vals.