Kabalcanty
Solitarios (Parte II: Ruth)
Cuando escuchó la respiración profunda de Lisa, Carlos se levantó para ponerse el chándal cautelosamente. Fue a la cocina a coger la bolsa de la basura. Ningún resplandor de la calle, todo oscuridad. Cerró la puerta y bajó la escalera hasta el portal. Al abrir el portón del edificio se encontró con la descomunal pantalla Samsung QLED Q900R que cubría por entero la fachada. Sintió el cosquilleo en el vello de las manos y en los pelos del bigote reposados junto al labio superior. Desde el angosto pasillo entre el portal y la pantalla escudriñó la calidad de la imagen. Hizo un gesto de desagrado con la boca. Luego abrió un portillo en uno de los extremos de la pantalla y lanzó la bolsa de basura.
Al volver a entrar en el portal, se metió en el chiscón de la portería tras abrirlo con llave. Detrás del cajetín huérfano de la correspondencia, abrió una portezuela que desveló un panel digital. Accionó algunos botones y salió a mirar el pantallón. Asintió. Cerró la puerta del portal con llave y regresó a la portería. Del cajón de la única mesa en el habitáculo sacó un blíster de pastillas y abrió una. Masticó el comprimido azulino hasta que lo tragó mientras contaba los blíster que le quedaban. Se quedó unos instantes pensativo y después consultó la hora en su teléfono móvil: 1:46.
Volvió a subir los peldaños sin detenerse en su piso. Ascendió hasta la siguiente planta para abrir con llave una puerta similar a la suya. La estancia olía mal, a cerrado, a orines, un calor reconcentrado y rancio.
Ruth estaba sentada en la cama, despeinada, el rostro abotagado y bebiendo un liquido de color pardo. Tenía puesta una bata tan escotada que uno de sus senos aparecía al descubierto. Era una mujer de mediana edad que encaró la presencia de Carlos con mordacidad.
— Vaya, ya llegó el más cabrón de los cabrones -dijo, dándole un sorbo tan profundo al líquido que goteó escote abajo.
Carlos la miró con rechazo y se acercó unos pasos a la cama.
— Estás borracha otra vez, me asquea tu comportamiento.
— ¿Has venido a follarme? -contestó ella, acercándosele titubeante a lo ancho del lecho.
— ¡Tápate! Das pena Ruth.
La mujer se retiró brusca, ofendida histriónicamente. Se levantó de la cama y se ajustó la bata al cuerpo. Se perfilaron sus glúteos abundantes denotando la desnudez de su cuerpo bajo la tela.
— Entonces habrás venido a decirme otra vez que tampoco esta madrugada podremos salir de este puto calabozo, hipócrita hijo de puta.
Ruth le daba la espalda de frente al ventanal que mostraba la misma penumbra silente que en el piso de abajo.
— He venido a ver qué tal estabas, simplemente.
Ella rio grotescamente, echando la cabeza hacia atrás y agitando los hombros.
— Carlitos no sé si sabrás que yo soy la más veterana de todas las odaliscas que, engañadas como lo fui yo, mantienes encerradas en este jodido edificio. A mí no me vengas con esas.
— No digas estupideces, Ruth -añadió él, en tono conciliador- Deseo sólo lo mejor para ti.
Él se fue acercando a ella con determinación. Observaba con detenimiento cómo la hendidura de su culo se marcaba sobre la tela de la bata. Se mecían las nalgas en el reflejo de sus ojos de Carlos con una lujuria que consideró intolerable. Entreabrió los labios instintivamente.
— Te voy a dar yo a ti veteranía -dijo él arrebatado, lanzándose sobre ella.
Trató de levantarle la bata pero ella se zafó con fiereza. La cogió por la cintura tratando de controlar su iracundia.
— Ahora sí te voy a joder pero por el culo, putón.
Ruth chillaba lanzándole insultos mientras braceaba golpeándole. Terminaron cayendo sobre la cama y allí logró controlarla. El cuerpo maduro de la mujer se mostraba totalmente desnudo con la bata enganchada a sólo uno de sus brazos.
— Sabes que te deseo con locura -susurró él, intentando congelar la mirada de la mujer- Amo tu cuerpo, Ruth, y lo sabes.
Ella sacudió las piernas y llegó a escupirle.
— Estás enfermo y nos obligas a ser tu cura -dijo Ruth furibunda- Maldito sea el día en que te creí.
Carlos le fue dando la vuelta en el lecho hasta que la tuvo aferrada por le espalda. Con dificultad se fue bajando el pantalón y el bóxer.
— ¡¡Cabronazo!!
Ella volvió a agitarse echando la cabeza hacia atrás para golpearle.
— Te vas a enterar ahora.
Intentó penetrarla por el ano inútilmente. Ruth se meneaba rabiosa en cuanto sentía la proximidad del miembro masculino.
Carlos, enardecido de deseo, forcejeaba atenazándola con uno de sus brazos. La miraba desorbitado, enajenado, mordiéndole los cabellos y enredando sus largas pestañas.
En una de aquellas embestidas, Ruth le golpeó con dureza la frente.
Él cesó su abrazo violento y se volteó hasta perder el equilibrio y caer de la cama.
La mujer se incorporó rauda para ajustarse la bata debidamente.
— Vete a dar por el culo a tu puñetera madre, sátiro de mierda. Un día podré escapar de esta cárcel y pagarás por todo.
Le gritó encorajinada y luego salió del cuarto dando un portazo.
Carlos se fue levantando, tratando de componerse, hasta salir otra vez a la escalera. Una pequeña herida llameaba en su frente como una luz de alarma. Echó la llave. Luego se fue a sentar en uno de los peldaños de la escalera. Se tomó las sienes y se las fue estirando esmeradamente hasta juntar las manos tras su cabeza. Lo hizo varias veces, tal vez más de diez.