Manuel Pérez Lourido
El vaquero de Marlboro
Hace nada salió la noticia de que había fallecido el vaquero de Marlboro, el actor protagonista del mítico anuncio de la marca de tabaco. Entonces recordé que el vaquero de Marlboro se había muerto, y de cáncer de pulmón, a finales de los ochenta. Alguien debería hacer algo, alguien tendría que encargarse de prohibir que la gente se muriese dos veces. Sobre todo si una de ellas es por haber fumado mucho y contraído un cáncer. Como si esto no fuese ya bastante desgracia, aún te tienes que morir otra vez más. En el caso que nos ocupa, la segunda muerte del vaquero de Marlboro ocurrió a los noventa años.
Pero en esta vida casi todo tiene una explicación, y en este caso es la siguiente: el actor fallecido recientemente fue otro más de una serie de actores alguno de los cuáles sí falleció a causa del tabaquismo. Roberto Norris no fumaba, ni siquiera era actor. Tenía un rancho en Arizona donde se grabaron los primeros anuncios de la famosa marca. Resultó que los bien parecidos modelos de mandíbula cuadrada que habían sido contratados no sabían montar a caballo (al menos sin marearse) y que las hechuras del joven Norris no desmerecían de las de aquellos. Los encargados de la filmación se dieron cuenta de que ofreciéndole el trabajo al ranchero se ahorraban el de tener que ensuciar la ropa de los modelos contratados y se aseguraban además que no se caería del caballo. Así fue como, durante una década, Norris fue la imagen arquetípica del vaquero que echa un pitillo a la puesta de sol desde la grupa de su caballo, al final de una dura jornada llena de aventuras llevando vacas de aquí para allá y blablábá. Pero Norris no era fumador y, a finales de los 60, decidió renunciar a ese empleo porque quería ser consecuente cuando le decía a sus hijos que no se les ocurriese fumar. Aunque lo cierto es que debido a los rodajes tenía que fumar al menos unas pocas caladas de cada cigarrillo, después de encenderlo. Lo malo es que solía encender de 10 a 20 cajetillas por toma, hasta que el cigarrillo encendido daba perfecto en cámara. Dicen sus familiares que tras los primeros cincuenta cigarrillos ya estaba harto de aquello, si alguna posibilidad había de que se convirtiese en fumador, esos anuncios se la habían arruinado.
El vaquero norteamericano por antonomasia, aquel hombretón que se comía la pantalla y respondía al nombre artístico de John Wayne, se hizo amigo del vaquero de ficción. Norris y su esposa pasaron varios días de Acción de Gracias en el rancho del actor. Esto es lo que viene a ser una anécdota, sin más, que explica la tremenda repercusión de aquella publicidad en su país de origen.
Y ahora resulta que este buen hombre ha fallecido, su obituario ha sido publicado en medios de todo el mundo y alguna gente poco avisada lo ha confundido con un actor fallecido por cáncer de pulmón hace casi cincuenta años. En realidad han sido cuatro los actores de anuncios de Marlboro fallecidos de cáncer de pulmón. No puede ser más coherente el asunto este de los anuncios de tabaco: te pones a fumar un producto que te pagan por anunciar, un producto cuyo consumo está relacionado con el cáncer, y te mueres de cáncer. Si todo en la vida alcanzase este nivel de congruencia, otro gallo nos cantaría.