Manuel Pérez Lourido
El gafe del Gafos
El río Gafos está gafado. No es solo un juego de palabras, es un realidad. O una irrealidad, ya que la realidad es lo irreal vestido con traje de faena. Lo peor es cuando lo irreal se pone bata de andar por casa y pantuflas, ahí hay que medirse. Pero hablábamos del gafe del Gafos. Veamos. La palabra gafe, según recoge Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana (1611) es un término de probable origen árabe que se usaba para definir a quienes padecían la enfermedad llamada gafedad, conocida como lepra. El río Gafos debe su nombre a la existencia en Pontevedra de un hospital de leprosos junto al desaparecido templo de Virxe do Camiño. Sus jardines llegaban hasta la orilla del río, adonde acudían los enfermos a lavarse.
A comienzos de este año, el río Gafos fue declarado por la Xunta de Galicia como espacio natural de interés local (ENIL), el cuarto bajo esta denominación en toda Galicia. Se ponían así fin a ocho años de trámites: si se trataba de pensárselo, se lo han pensado bastante. Pero se trataba también de presentar un plan de conservación del entorno natural, que ocupa 49,8 hectáreas localizadas en su totalidad en el ámbito del núcleo urbano del municipio pontevedrés, una zona de gran riqueza en cuanto a biodiversidad. Además de una rica y diversa población vegetal, el nuevo espacio protegido cobija 20 especies de mamíferos, 92 de aves, 11 especies de anfibios y otras tantas de reptiles, además de una amplísima variedad de insectos. De esto último pueden dar fe toda una generación de peregrinos, runners, paseantes, ciclistas y despistados varios que utilizan la ruta del río para el ejercicio deportivo o el ocio en general.
Recientemente hemos leído y escuchado que el gobierno local proyecta levantar el tramo del río cubierto a su paso por Campolongo. Las razones son evidentes: es inconcebible que hayamos podido existir como personas físicas pasando por encima de ese tramo del río, unos 525 metros, durante todos estos años. Es un milagro de la naturaleza humana y no estamos para derrochar milagros. Y ahora voy a hacer mi principal objección (después haré una segunda) a ese proyecto:
¿Que va a pasar cuándo los niños del parque de la tirolina se ahoguen en masa en el recién destapado río Gafos? Cuándo se asomen a la orilla y, segundos después de caer al agua, vean pasar el cortometraje de su vida (son muy pequeñitos y no les da para película)?
Segunda objeción y secundaria: el río de los Gafos, siempre fiel a su gafe, sufre todavía adversidades en forma de contaminación flagrante y desalmada. Sin ir más lejos: un 28 de marzo estaba celebrando su declaración ENIL, el 14 de abril un “roteiro saudable” para celebrar la misma y cuatro días después, el 18 de abril la asociación ecologista Vaipolorío denunciaba un nuevo vertido procedente de uno de sus afluentes, el río Pintos, presuntamente provocado por las obras de la autovía A-57. Un mes después, Vaipolorío denunciaba un nuevo vertido de cascotes y porquerías varias. Por cierto, Vaipolorío es una agrupación dedicada a la protección, estudio y divulgación del río Gafos; promotora de campañas de recogida de basura de los fondos del río, organizadora de visitas para escolares, catalogadora das aves de ese habitat, realizadora de estudios de toponimia, hidrológicos, biológicos y edafológicos, además de promover la edición de distintas obras literarias relacionadas con el mismo. Reconocida con diversos premios, entre ellos el Ciudad de Pontevedra en 2001 y Amigos de Pontevedra en 2004. En definitiva, uno de esas maravillosas iniciativas que no nos merecemos los pontevedreses y el único y gran lunar a las elaboradísimas objeciones contra el destape del río a su paso por Campolongo. Si la gente de Vaipolorío está a favor, es cosa de pensárselo. El debate está servido.