Manuel Pérez Lourido
Metáforas
El otro día salí de hacer que caminaba en una máquina que tienen en el gimnasio al que voy para la gente que quiere hacer como que camina pero sin moverse del sitio y saqué un refresco de una máquina automática. Un refresco de cola sin azúcar, cosa que no hay quien se la crea, porque cuanto más lo bebes más te gusta y eso es porque lleva azúcar, fijo. Lo cierto es que estaba cansado y sediento y le di un par de sorbos como quien atraviesa las puertas del cielo. Y me estampé contra el marco: solo conseguí tragar gas. Probé otra vez, y más gas. Estaba bebiendo aire, literalmente. Vacié media lata pero ya nada podía quitarme de encima aquella horrible sensación de que estaba sorbiendo aire de una lata. Y me pareció una metáfora de la existencia a una cierta edad. La mía, sin ir más lejos. Cierto es que ultimamente tiendo a ver metáforas en todas partes, como si me persiguiese una ristra de señales que se van pegando unas a otras como chorizos en un cordel.
No se me ocurre mejor metáfora de los tiempos que corren que un alcalde que gasta un porrón de dinero público en disparar la contaminación lumínica de su ciudad con el único fin de que eso sirva de atracción turística. Y lo peor es que el truco le funciona. La solución para incrementar la tasa de turistas está en hacer cosas extravagantes y desproporcionadas a golpe de talonario y publicitarlas después haciendo el burro en cuando medio de comunicación se nos ponga por delante. Que hablan, que se rían de uno, que se mofen, que se descojonen: el asunto es ocupar espacio en prensa, radio y televisión y generar la idea de que uno no es nadie si no se acerca a ver las gilipolleces que se pueden ver estas navidades. Es tan triste que hasta da un poco de miedo, hasta dónde hemos secuestrado el sentido común y nos dejamos llevar por las necedades más supinas.
Las metáforas nos explican algo de un modo amable y gráfico, nos dicen algo que seguramente ya sabemos pero con un lenguaje más amable y menos directo. Resultan muy efectivas para recordar posteriormente el mensaje en cuestión. Lo malo es que te dejan desnudo delante ante ti mismo, al descubierto, trazando la diferencia entre la ficción que has instalado en tu cabeza y la pura realidad. Y mucha veces, la realidad duele, por mucho que lo intentemos disimular.