Beatriz Suárez-Vence Castro
Contaminación acústica: la descarga y el bocinazo
En Benito Corbal acaban de instalar farolas inteligentes para evitar la contaminación lumínica y respetar el ritmo circadiano, dicho de otro modo, nuestro reloj biológico.
La Naturaleza nos ha preparado para estar alerta durante el día con la luz solar y para el sueño a medida que esta disminuye. Al atardecer, las farolas ayudarán con una luz potente al estado de alerta de peatones y vehículos y reducirá su intensidad entre las nueve y las diez de la noche.
Esta iniciativa forma parte de la campaña Efecto PO2 desarrollada por el Concello, que pretende sensibilizar a la ciudadanía con el medio ambiente y hacer que la calidad de vida pontevedresa sea reconocida a nivel internacional.
Esta idea y todas las que vayan encaminadas a respetar la salud del ser humano, animales y plantas, me parece estupenda. Ahora solo le queda al Concello una asignatura pendiente con la llamada Milla de Oro pontevedresa de la que soy sufrida habitante y con todo hijo de vecino que no tenga en su sangre mezcla de vampiro y necesite dormir.
El ruido en Benito Corbal alcanza unos niveles que, no sabiendo su nombre técnico, puede calificarse de rompetímpanos, bien pasadas las diez, solo un poco más tarde de la hora en que las nuevas farolas bajan la luz para favorecer el descanso. La recogida de basura causa tal estruendo en torno a las doce y media de la noche que, salvo que uno duerma en un cuarto acorazado, salta de la cama como un muñeco de resorte.
Sin embargo, lo peor de lo peor, lo que me tiene absolutamente desquiciada, con ojeras de prisionero de guerra y un humor mezcla de Fernando Fernán Gómez y Francisco Umbral es el incumplimiento sistemático por parte de algunas empresas del horario de Carga y Descarga.
Vivo al lado de un supermercado y en frente de una tienda de ropa, perteneciente esta última a un potente grupo empresarial que, si por mi fuera, bajaría las acciones en bolsa cada vez que uno de sus repartidores coge un carro. Nada tengo contra los operarios, pues simplemente cumplen órdenes. Pero contra quien, dando una orden se pasa sistemáticamente la ley por donde sería feo de escribir y contra quienes se lo permiten tengo una rabia que nace directamente de mi incapacidad para dormir por las noches y se sigue alimentando con cada despertar violento.
La normativa sobre carga y descarga es clara: no más tarde de las 21. 00 h, ni antes de las 8.00.
Se hace así por el mismo motivo que se han instalado las farolas inteligentes por respetar el reloj biológico, pero como las farolas son más inteligentes que muchas personas (y, desde luego, muchísimo más cívicas) cumplen puntualmente su cometido. Sin embargo, el horario de Carga y Descarga se viene haciendo con la misma consideración con que se hacen muchas otras cosas "como les sale del nabo", perdónenme la expresión, pero olvido las buenas maneras cuando no me dejan dormir.
En primavera, empiezan a descargar camiones a las seis y media de la mañana. En invierno se cambia el horario, seguramente por la falta de luz, y se aprovecha la noche hasta bien entrada la una de la madrugada porque si el camión de basura puede, ellos también y al día siguiente se empieza un poquito más tarde, a las siete de la mañana con el camión plantado en toda la acera tan largo como es, porque a esa hora no hay gente por la calle y no dificulta el paso de peatones.
El problema es que a esa hora mucha gente se está levantando para ir a trabajar sin necesidad de despertador porque les han sacado de sus camas como si hubiese un terremoto de segundo grado en la Escala Ritcher o, lo que es peor, son jubilados que se han ganado su derecho a quedarse en la cama, enfermos, niños, insomnes que se duermen cuando pueden o simplemente personas que quieren quedarse leyendo un libro o viendo una película hasta la hora que quieren porque están en sus casas. Esto último, en Benito Corbal, ya no se hace.
Las cartas a los Reyes Magos de los vecinos del barrio son de lo más extrañas, ni libros, ni cine en casa, ni abonos a Netflix. Tampoco material deportivo, porque no nos quedan fuerzas para practicar ninguna actividad extra después de pasar el día arrastrando los pies y quedándonos dormidos en clase o en el trabajo.
El ritmo circadiano lo hemos fundido desde que nos han puesto la Carga y Descarga a la puerta de casa.
No hemos hecho ninguna manifestación porque nadie se ve con fuerzas para sujetar la pancarta y permanecer mucho tiempo de pie. Si esto sigue así, yo propondría hacer un plante en primavera y salir todos a dormir a la calle, a los bancos que han puesto mirando algunos para la carretera, porque el efecto es el mismo que tenemos en las camas de nuestras casas y por lo menos le damos visibilidad al problema que, aún contado con el humor que me queda, es espantoso.
La Policía Local en nuestra ciudad tiene una paciencia infinita con vecinos como yo, que les tienen achuchados y les llaman cuando los demás están durmiendo, aunque solo sea para charlar un ratito y desahogar su pena negra. Solo tengo buenas palabras para ellos y les estoy infinitamente agradecida. Solo que, visto el resultado, o no llegan a tiempo o las susodichas empresas, especialmente aquella que nos invita en su publicidad a vivir como gallegos, no les hace ni caso.
Quizás les compensa pagar la multa y seguir incumpliendo la normativa.
En Benito Corbal no tenemos Asociación de Vecinos y, como nos han colgado el sambenito de vivir en "la milla de oro", lo más que conseguimos de los que no viven aquí cuando les contamos el problema es un "te jodes, por vivir donde vives".
El habitante del primer mundo tiene estas contradicciones: es muy solidaria con el cuerno de África pero muy hija de su madre con el vecino o compañero de oficina que tiene un problema: uno menos para competir por las mismas tonterías.
A mí, en serio se lo digo, las farolas me parecen un avance pero hasta que no se respete también el horario de Carga y Descarga, no me van a devolver las ganas de vivir.
Desde que sufro los estragos de este servicio, me levanto espantada con el susto del carro-tren de mercancías y me acuesto con miedo de que los cimientos de mi casa no aguanten, porque es antigua y se nota la vibración.
Los repartidores aplican el mismo fervor ya sea por la noche o por la mañana. Solo espero que les organicen bien los turnos porque, de lo contrario, su esperanza de vida con tales horarios de trabajo será corta, igualita que la mía.
La labor de concienciación a la ciudadanía que, desde el Concello, llevan a cabo a través del plan Efecto Po2, debería incluir también la contaminación acústica para que empecemos a darnos cuenta del ruido que hacemos a diario.
Yo misma, acabo de adoptar otro perro y tengo un serio problema para atajar la necesidad que tiene de pasarse el día ladrando. Es muy desagradable, tanto para mí como para quien viva cerca de mi casa. Me preocupa enormemente y estoy haciendo todo lo posible por solucionarlo. Del mismo modo, en cada hogar, deberíamos ser conscientes de que no solo vivimos si no que convivimos y poner límites a las rabietas de los niños, la música alta, los cambios de muebles, los zapatos de tacón, el bricolaje, las discusiones a grito pelado, las persianas que suben y bajan como si estuviesen guillotinando a María Antonieta y un largo etc.
Lo mismo en la calle, especialmente cuando la gente está durmiendo, deberíamos tener más cuidado al cerrar el contenedor cuando depositamos la basura, el portal de entrada al edificio, nuestro coche o la puerta del garaje, al hablar por el móvil o saludar desde una acera a otra.
La contaminación acústica existe y no entiendo por qué si la ley establece que, al abrir un local comercial, se debe tener en cuenta el máximo permitido de decibelios y, en caso de no respetarlo, tendrá lugar la correspondiente sanción, no se adopta esa misma medida para todo lo demás.
El último ejemplo de contaminación acústica, alucinantemente celebrado por alguna gente, es la ocurrencia de un kioskero de torturar a las palomas de la Herrería espantándolas de un bocinazo para que levanten el vuelo, después de haberlas reunido echándoles maíz.
El fin que justifica tales medios es que los turistas, previo pago del maíz, consigan un selfie perfecto rodeados de palomas revoloteando. La escena recuerda aquellos tiempos salvajes en que los niños ataban latas en la cola de los perros para divertirse. Se trata, a mi modo de ver, de un caso de maltrato animal público y notorio, con la connivencia de quien debería sancionarlo y que descuadra los parámetros en que se debe dibujar un modelo de ciudad respetuosa con el Medio Ambiente.
Si Pontevedra quiere seguir en la línea que se ha marcado de convivencia cívica y respeto por el planeta, internacionalmente reconocida, además de mejorar la limpieza, tiene que tener en cuenta la contaminación acústica porque rebajar la luz si no se rebaja la intensidad del ruido no tiene ningún sentido.
Higiene, silencio y una baja iluminación nocturna deben formar un todo para ayudar al descanso. Las farolas inteligentes cuando trabajan rodeadas de estruendo y basura son más un gesto pretencioso que una medida eficaz para ayudar, de verdad, al planeta.