Carlos Regojo Solla
Queridos Reyes Magos
Tenía un rincón, propio y respetado, tras la hoja de la puerta que daba acceso a la sala de trabajo, donde se llevaba a cabo la confección de prendas de lana, entre la devanadora de madera plegable a modo de paraguas ( un artilugio curioso), los husos, las parafinas, las pesas, el peine y el doble sonido de la tejedora al pasar, suave hacia la izquierda y recia al regreso cuando cogía el entramado aplicado a las lengüetas de docenas de agujas situadas en su carro, profesionalmente colocadas a distintas alturas, según el tipo de tejido.
Allí, en aquel rincón, la hoja de la puerta hacía escondite con el ángulo recto de dos paredes. Un hueco muerto suficiente para guardar mis pertenencias bien ordenadas: un puzle de cartón al que, con el tiempo y para mi desesperación, se le despegaban las pequeñas porciones de laminillas que juntas componían el dibujo en cada una de las caras de sus cubos; mi escopeta de corchos con su culata marrón claro, brillante por lo aceitada que la tenía; un enorme camión en madera capaz de soportar mi peso; los dos revólveres de cachas en un azul metalizado, con su canana y cartucheras; la bolsita para las bolas ( canicas), que me había hecho la abuela, más o menos abultada según el resultado de las últimas jugadas al currillo (corrillo?); los trompos (peonzas): el de boj con su cuerdilla enrollada y el otro, el que ponías dentro del redondel cuando el bueno no salía de la arrancada final; el tiragomas (estira gomas o tirachinas); un gran balón amarillo que daba unos botes tremendos; los dos paquetes de "pollones" y "pacotas" ( según argot de cambio, cromos difíciles de conseguir y cromos repetidos, y por tanto fáciles de obtener, respectivamente) …
Solía tener todo recogido, pero en vísperas de Reyes acentuaba el orden en aquella esquina con especial dedicación al objeto de que SS.MM. de Oriente, al ver mi esmero y cuidado en los juguetes, actuasen con generosidad y dejasen los regalos solicitados, para el año correspondiente, en aquella carta, escrita y repetida con escrupulosidad, que inevitablemente empezaba con aquel "Queridos Reyes Magos:"
A decir verdad, es hoy el día que no tengo explicación para lo que ocurrió, ¿¡dónde comenzó el cambio?!, ¿¡cuál fue mi culpa?! Prometo que yo no hice nada punitivo para ser el origen del cambio, la causa de aquel abandono paulatino cuya incertidumbre me mantuvo esperanzado dos o tres años más hasta que "entendí" que era una inutilidad seguir pensando en ello y comencé a aceptar que, llegada la fecha, unos calcetines o algún jersey eran ya la respuesta definitiva a mis cartas anuales. Comenzaron apareciendo entonces otros intereses personales en el horizonte que me llevaron inevitable y fugazmente casi a la preadolescencia, en una transición difuminada desde la cual veía a los "pequeños seres" de una generación posterior, caídos en la misma situación en la que había estado yo, de los cuales, malignamente, junto con mis amigos, nos reíamos, con unas carcajadas falsas y una amargura agónica, llenos de una supuesta madurez, diciéndoles la maldita y confusa frase "los Reyes son los padres", como leyéndoles la cartilla del más decepcionante de los engaños, tratando de romper sus sueños en base al dicho aquel "si no es para mí, tampoco lo será para ti", al tiempo que exigíamos a mamá que sustituyera nuestros pantalones cortos por otros largos y los tirantes por un buen cinturón de los que grababan en el "niño judío", con motivos taurinos en cuero crudo, y así continuar en una nueva vida de "adultos", lo cual comenzaba, aparentando más edad, por tratar de colarnos en el cine de mayores para ver a la eterna Loren en "Dos Mujeres" o viajar para ello al Perpiñán pontevedrés, tal eran los cines de Marín, para visualizar ,en estreno riguroso, "Psicosis" y otro cine prohibido.