Manuel Pérez Lourido
Consumidores
Todos tenemos whatsapp porque todos tenemos smartphones, salvo que frisemos los noventa años y estemos medio ciegos, en cuyo caso usaremos teléfonos con teclas de números gigantescos y sin conexión a internet, porque probablemente ni sepamos de qué va internet. Estas elucubraciones de todo a cien están suscitadas por el tremendo interés que tiene uno hoy en aseverar que nos han atrapado en el cuento de que no se puede vivir sin una conexión a la red en el teléfono móvil. En primer lugar, nos engancharon al teléfono móvil ya que hoy en día lo que te facilita la vida se convierte en imprescindible en cuanto empieza a poseerlo todo quisque: un automóvil, una tarjeta de crédito, una cuenta de correo electrónico, un chucho, una ligera idea de lo que tienes que votar en las próximas elecciones... Nuestra existencia es bastante más previsible de lo que estaríamos dispuestos a reconocer y somos víctimas de ello porque somos, antes que nada, consumidores. Consumidores consumidos, para ser más exactos. Nuestro papel de víctimas se puede constatar de diversas maneras. Una de ellas es la sensación de que somos una línea de cifras y letras en una inmensa base de datos que pasa de mano en mano como si fuera un cigarrito de la risa entre un número indeterminado de empresas.
De un modo insospechado, de la noche a la mañana como se suele decir, nuestro teléfono ha aparecido en los archivos de decenas de compañías de todo tipo que se ponen en contacto con nosotros a horas intempestivas o cuando estamos enfrascados en una tarea que requiere toda nuestra atención, para anunciarnos las maravillosas maravillas de sus productos que pueden ser nuestros por tan solo... y blablablá. Empresas con la que no has tenido trato alguno jamás se ponen en contacto contigo a través de unos operario superdicharacheros y superseguros de sí mismos que te llaman por tu nombre de pila como si ten conociesen de toda la vida. ¿Quién le ha dado a usted mi número, en primer lugar, y en segundo, dónde ha obtenido el permiso para entrometerse en el cotidiano discurrir de mi anónima existencia? Pero en lugar de eso escuchamos estoicamente durante unos segundo y colgamos después de casi pedir disculpas.
Llevamos un tren de vida que nos ha arrojado en brazos de un gadget de última generación que nos tiene secuestrados hasta que se queda sin batería, momento en que acudimos veloces y nerviosos a suministrarle corriente eléctrica para que se mantenga vivo, no nos vayamos a perder algún mensaje crucial para nuestra existencia. Así hemos acabado: consumiendo nuestro tiempo como asistentes de un pequeño artefacto electrónico.